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Escalímetros escalofriantes...‏



ÓSCAR CONTARDO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 8 DE DICIEMBRE DE 2013HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2013/12/08/OSCAR-CONTARDO/VENENO-EN-LA-TORRE/

Veneno en la torre


¿Cómo se pueden proteger los residentes del deterioro de un edificio, que a futuro podría aplastar su calidad de vida?
Una ciudad sin grietas es sólo una maqueta o un conjunto habitacional que nunca es exactamente un barrio. Las grietas, como las arrugas, las canas y la presbicia, confieren carácter si saben llevarse con dignidad y mantienen las funciones más importantes a salvo.El problema es cuando las leves fisuras alcanzan el rango de fracturas,  y aquello que pudo haber sido una imperfección termina abarcándolo todo, pudriendo los cimientos, tumbando las estructuras.
Eso puede ocurrir casi imperceptiblemente, con el correr de los años y el cambio de los usos, de maneras que no están estrictamente relacionadas con la fatiga de material. En 2007 hizo noticia el caso del edificio de calle Mc Iver, número 175.  Lo que durante décadas había sido un inmueble para familias y personas de clase media se había transformado en cinco años en un enorme motel parejero de uso prostibulario.
Como un virus mortal que se aloja en el cuerpo, el negocio clandestino creció sigilosamente, primero un departamento, luego otro, al año siguiente un piso completo y al subsiguiente dos, arrinconaba a los residentes. Uno a uno las viviendas fueron vendidas a precio barato. Los dueños aceptaban la primera oferta como quien busca deshacerse de un objeto tóxico. Al cabo de los años quedaron nada más que tres vecinos rebeldes, uno de ellos un pastor evangélico anciano y su familia que, como en un cuento de Cortázar,  vivían arrinconados al final de un pasillo de este edificio que llegó a ser conocido como el Mall del Sexo.
Aquel edificio no era el único caso de un fenómeno que se extendía hacia el oriente hasta Providencia, dejando a los vecinos originales -la mayor de las veces personas mayores- sitiados en sus propios hogares.
Entre los acechados por prostíbulos estuvieron las torres de Carlos Antúnez. Sólo la organización de los vecinos logró detener la expansión del comercio sexual, y a partir de la segunda mitad de los 90 se renovó la población residente y, tal como en la mayor parte de Providencia, una nueva generación comenzó a poblar el barrio.
El gran edificio en forma de “Y”, que como una colmena domina el corazón de la comuna, es un símbolo de los cambios de la ciudad. Fue levantado sobre los terrenos que había ocupado un orfanato católico en la recién urbanizada frontera oriente de la capital.  El modernismo social llegaba a Santiago, y lo mismo que un barómetro, se convertiría en una advertencia de lo que puede ocurrir cuando el imperio del deterioro consume los símbolos de progreso y modernidad.
La alerta sanitaria ocurrida esta semana en una de las torres de Carlos Antúnez es un ejemplo de cómo las pequeñas grietas ya dejan de ser tal cosa y se convierten en una herida profunda que puede llevar a la gangrena. La falla que provocó la contaminación del agua potable con el agua servida de la comunidad es un asunto que, según todo indica, no tendrá una solución rápida. Con más de 300 intoxicados y un administrador que frente a las cámaras de televisión era increpado a viva voz por los vecinos, el panorama es complejo.
La pregunta es, ¿qué sucederá en 10 o 20 años más con las decenas de torres construidas en Santiago que de momento lucen nuevas y funcionales, pero que enfrentarán los efectos del paso del tiempo? ¿Cómo se pueden proteger los residentes de un deterioro que seguramente podría aplastar su calidad de vida?
Aquel Santiago de viviendas unifamiliares, con jardín y patio, se ha retirado hacia los suburbios. La ciudad en altura se ha asentado en la capital. Un cambio radical que significa una nueva forma de vida muy diferente a la tradicional. Requiere de una visión y un trato distinto para el que no parecemos estar preparados y que puede llegar a ser la promesa de una fractura expuesta a mediano plazo.

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