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Correr la piedra por Alejandro Goic Karmelic

Tribuna 


Obispo de Rancagua Vicepresidente de la Conferencia Episcopal
Diario El Mercurio, Domingo 08 de Abril de 2012 
La buena noticia que se ha proclamado durante la Vigilia Pascual en todas las iglesias del mundo es la fuente y principio de nuestra fe: ¡Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado! Desde esa certeza los creyentes consagramos el domingo, día del Señor, para dar gracias por esta verdad: la muerte no es la última palabra, nuestro caminar en el mundo no concluye en el sinsentido. La Pascua es la respuesta y razón de nuestra esperanza: el que fue subido al madero de la Cruz para vencer la muerte proclama, con su paso por la historia humana, que Él es Camino, Verdad y Vida.
La resurrección de Jesucristo es mucho más que el acontecimiento histórico ocurrido hace más de dos mil años. Para quienes nos declaramos cristianos, es noticia con un sentido particular y novedoso para nuestra vida personal, como también para nuestras relaciones familiares, la vida en sociedad y la comunidad eclesial.
Resucitar en Cristo en la hora actual nos sitúa como pueblo de Dios en un esperanzador tiempo de Misión Joven. Como sociedad nos aprestamos a mirarnos al espejo de un nuevo Censo y a renovar nuestras autoridades municipales, en medio de demandas ciudadanas, sectoriales y regionales. Los obispos hemos venido reflexionando sobre este caminar del país y en las próximas semanas, Dios mediante, daremos a conocer una Carta Pastoral a las comunidades y a todas las personas de buena voluntad.
¿Qué significa para nuestra Iglesia resucitar en Cristo en este tiempo? Nos lo preguntamos en el contexto de un agresivo secularismo que busca desplazar el sustrato religioso de la vida pública para "privatizarlo" y restringirlo al ámbito de la piedad personal. También en medio de una de las crisis más dolorosas que haya vivido la institución eclesial, no sólo a partir de los graves pecados y delitos cometidos por algunos consagrados con el consiguiente escándalo para la comunidad, sino también por la dificultad que experimentamos a la hora de situarnos, desde la humildad, como discípulos del Señor al servicio de una sociedad en cambio.
El relato del evangelio de Marcos precisa que cuando las santas mujeres fueron al sepulcro, la madrugada del primer día de la semana, se preguntaban entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande" (Mc 16, 3b-4). La pregunta de las primeras testigos de la resurrección es de singular actualidad. Hoy podríamos preguntarnos: ¿quién correrá la piedra que impide en nuestra Iglesia, y también en nuestra sociedad, la victoria de la Vida sobre la muerte?
Ciertamente hay acontecimientos, testimonios, realidades, ante los cuales no podemos dejar de estremecernos, por fidelidad al Evangelio. El sufrimiento de las personas que han sido victimizadas por sacerdotes no nos puede ser ajeno, como tampoco la desazón e incertidumbre de tantas personas de bien que se sienten defraudadas de su Iglesia y de sus pastores.
Nos han visto lejos de la oveja perdida por la que se desveló el Buen Pastor. Han escuchado de nuestros labios más palabras de reproche que de misericordia, más apología que diálogo con las culturas, más imposición de normativa que testimonio desbordante de amor y esperanza. Otros nos han visto dubitativos y poco firmes en nuestra palabra pública sobre asuntos que tocan a la vida y la dignidad de las personas.
Tras los episodios de abuso sexual se esconde otro drama, el del abuso de poder y la manipulación de conciencias, asunto delicado que necesitamos abordar con el auxilio del Espíritu Santo, audacia profética y coherencia evangélica. El rol de los laicos -especialmente el de la mujer- y su corresponsabilidad en la vida de la Iglesia, nuestra relación con los bienes materiales y la comprensión del ejercicio de la autoridad como un servicio, son materias en las que aún no hemos corrido suficientemente la piedra para que se pueda reconocer entre nosotros la presencia del Resucitado. Es verdad que puede haber personas y grupos siempre atentos a sacar buen dividendo de cada una de nuestras caídas. Pero así como Cristo no eludió el camino del Calvario, no podemos nosotros, configurados con Él desde el Bautismo, negarnos a asumir la cruz ni mucho menos las responsabilidades que nos corresponden, a cada uno en la misión que le ha sido confiada, para hacer de la Iglesia la "casa y escuela de comunión", la comunidad fraterna y servidora que el Señor escogió para ser sacramento de salvación y luz para el mundo.

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