Hay infinitas formas de abordar a una mujer
e infinitas maneras de fracasar en el intento.
La mascota, el perrito regalón
se puede convertir en el cómplice involuntario
que puede resultar la excusa perfecta
para abordar a las féminas urbanas
por los conquistadores de diversas latitudes.
En el arte de la aproximación
el elemento sorpresa puede ser vital
para establecer el espacio para
el juego implícito de miradas,
ese calibrarse propio de los
escarceos preliminares
de los malabares del cortejo,
y en ese encuentro casual y pasajero,
brindar la posibilidad de emergencia
de la conversación y del galanteo.
Una operación en que prima
tanto más lo que no se dice que lo que se dice;
ámbito fértil para las sonrisas cómplices
en el que todo, eventualmente, puede suceder,
así como también la ocasión
para el fracaso estrepitoso
-aunque no tan grave tampoco-
expuesto a la expresión de desdén e indiferencia
o al gesto implícito o explícito de desagrado.
Entre las estrategias clásicas
y que para muchos maduros galanes
con buena percha, continúa funcionando
-y que sorprende a la mujer
en un flanco de debilidad y ternura-
es la pregunta aparentemente inocente
acompañada con una cálida sonrisa:
¿Cómo se llama el perrito?
Muchas veces, estas técnicas
ni siquiera tienen que ver
con un afán de conquista
de propósitos concretos,
sino que es más bien,
una forma de probar
que el potencial conquistador
está intacto, que la apariencia
y las fórmulas más sabias
por viejo que por diablo,
continúan siendo efectivas...
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