por Roberto Ampuero
Diario El Mercurio, Jueves 09 de Febrero de 2012 http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/02/09/mexico-inconmensurable.asp
Llego a México y los fines de semana salgo a explorar a pie su capital infinita. ¿Cuántos viven en la metrópolis más grande del mundo? Veinte, veintidós, veinticuatro millones? Da lo mismo, sólo en ella hay más mexicanos que chilenos en todo Chile. Las dimensiones en este país son otras. Todo nos resulta vasto e inconmensurable. Ya para Bernal Díaz del Castillo, que intentó narrar la conquista de México, describir Tenochtitlán le resultó imposible. Le faltaron palabras. La realidad mexicana desbordaba la capacidad del idioma y no se dejaba describir.
Para un chileno, México no es sólo un tema de proporciones. Antes de aterrizar en el Benito Juárez, cuando la nave vuela bajo sobre edificios, uno teme que esté en medio de un aterrizaje de emergencia. Poco antes el pasajero ha sobrevolado las inmensas pirámides y explanadas de Teotihuacán, testimonio monumental de cultura milenaria. Claro, México exhibe a la vez una dimensión histórica para nosotros insondable. Y cuando uno visita allí los imponentes y numerosos testimonios arquitectónicos de aztecas, mayas o toltecas, toma conciencia de la profundidad histórica del país. Y cuando uno habla con su gente percibe, como en la de Roma o Atenas, la presencia natural de esa dimensión.
Recorro el domingo el centro histórico de México. Ese día la Avenida de la Reforma, que equivale a nuestra Alameda y Providencia, está cerrada a los vehículos motorizados y en poder de los ciclistas. Asombra ver cómo la población capitalina, montada en bicicletas, se adueña de su ciudad, la recorre, conoce y aprende a amar. Miles de ciclistas pedalean ese día por la vena central de la ciudad más grande del mundo. Y por los bulevares fluye un mar de gente. Los cafés y restaurantes están llenos, los museos son gratuitos los domingos, y la gente los atiborra con interés y curiosidad. La ciudadanía se apodera el domingo de su ciudad, la "usa" y explora, la hace suya, y se enorgullece de ella.
Llego después al barrio bohemio de La Condesa y camino bajo la sombra de sus árboles a lo largo de cafés y restaurantes, donde la gente comienza a desayunar a las 11 de la mañana. Se trata de un desayuno generoso como un almuerzo. Escucho música de marimbas, acordeones y guitarras. Por allá un trío veracruzano toca boleros, y más allá un limpiabotas de Chiapas ofrece sus servicios. No observo allí una obsesión por el local último grito de la moda, sino una búsqueda de espacios con carácter, ambiente e historia. El habitante de La Condesa añora espacios donde leer el diario, platicar o compartir con amigos o la familia.
Más tarde arribo a Coyoacán, municipio, barrio o ciudad (ya los deslindes no importan), donde residen muchos intelectuales, un sitio con clima y vegetación idílicos. En sus magníficos caserones coloniales de altos muros y jardines de helechos gigantescos residieron grandes señores y la elite, y después personalidades como Frida Kahlo y Diego Rivera, León Trotsky y Octavio Paz, por nombrar sólo a algunos.
Para un chileno, México no es sólo Cancún o la Riviera Maya, sino también lo portentoso e inconmensurable, una dimensión concreta de la historia que sigue palpitando y llena de asombro y sana envidia.
Para un chileno, México no es sólo Cancún o la Riviera Maya, sino también lo portentoso e inconmensurable, una dimensión concreta de la historia que sigue palpitando.
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