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Chile y el muro de Berlín

ROLF LÜDERS, muro de




EL 9 DE noviembre de 1989 fue derribado el muro de Berlín. Sucedió gracias a la presión de una muchedumbre que se movilizó-en algún momento se juntaron 500 mil personas en el Alexandersplatz- en búsqueda de libertad política y económica. Muy importante fue el hecho de que la República Federal de Alemania estuviera creciendo a una tasa del doble de aquella de su vecina del este, y que esto se reflejara a esas alturas en enormes y visibles diferencias en el nivel de vida. La caída del muro de Berlín se transformó en el símbolo del fracaso y posterior desmantelamiento del régimen socialista instaurado por los soviéticos. Veremos cómo el asilo dado por Chile a Erich Honecker, líder de la República Democrática de Alemania, y su familia, no fue la única consecuencia para nuestro país de esa sorprendente caída.
Por un lado, el doble muro de concreto -de más de tres metros de altura, y de más de 140 kilómetros de extensión- es en sí mismo un testimonio de las locuras a que puede llevar el totalitarismo. Su construcción se inició en agosto de 1961, después de que 3,5 millones de alemanes con calificaciones superiores al promedio emigraran del país. Se hizo bajo la risible excusa de que se construía para evitar el ataque de remanentes fascistas existentes en Alemania occidental y permitir así que la “voluntad del pueblo” alemán del este por construir un régimen socialista se hiciera realidad.
Por el otro lado, Chile fue un país que se vio muy involucrado en la Guerra Fría, enfrentamiento ideológico-político de dos bloques, uno de corte occidental capitalista, liderado por los EE.UU., y el otro, de características oriental-comunistas, liderado por Rusia. En efecto, después de la Segunda Guerra Mundial, Chile se empezó a dividir políticamente en tres grupos, influidos por el descrito ambiente externo. Así, la población eventualmente eligió, en tres elecciones presidenciales sucesivas, un régimen conservador (Jorge Alessandri), un régimen reformador (Eduardo Frei M.), ambos asociados al bloque occidental-capitalista, y finalmente un régimen revolucionario, vinculado al bloque oriental-comunista (Salvador Allende).
Después del fracaso económico y político del gobierno de Allende, el régimen militar instauró una moderna economía de mercado y -luego de la aprobación de la Constitución del 11 de septiembre de 1980 y la elección presidencial del 14 de diciembre de 1989, y a sólo un mes de la caída del murió de Berlín- se restauró la democracia. Hasta entonces, el país había seguido en buena medida dividido, pero el derrumbe del régimen soviético significó el descarte del otro modelo -me refiero al oriental-comunista- y junto con ello desapareció en la práctica toda alternativa viable a un régimen de libertades, es decir, democrático y con una economía de mercado. Tanto así, que Francis Fukuyama escribió al respecto su famoso libro El Fin de la Historia. Y en nuestro país esto se tradujo -junto con otros factores, por supuesto- en la democracia de los acuerdos, que tantos frutos nos ha dado y nos podría seguir dando.

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