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Síntomas y problemas de un tipo que ha vivido demasiado en la ciudad, y que ha fingido y ha mentido y ha saludado más de la cuenta...‏


A la caza de ruidos
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Domingo 20 de abril de 2014

Aprovechando un receso parcial 
de mis actividades a causa de un porrazo,
he estado estos días investigando en el computador 
cuestiones relacionadas con el ruido.

Emisiones de alta frecuencia
que andan vagando por ahí,
notas profundas 
de trutrucas y de moceños,
bramidos de leones furiosos,
aullidos de gibones,
música de las esferas, puquenes,
remanente acústico del Big Bang
y también ese rumor 
que dicen que recorre el mundo,
bautizado precisamente como The Hum.

Debo agregar las risibles 
articulaciones verbales de los loros
y aún de los gatos, que a veces
parecieran reclamar largamente
modulando unas frases parecidas
al sonido de una guitarra con distorsión.

Lo más gracioso han sido 
los gritos humanos horrorosos
grabados por científicos soviéticos
tras hacer un hoyo de trece mil metros
en las profundidades de la Tierra.

Cuánto hubiera disfrutado 
la sensación de terror
de haber escuchado 
esta grabación
a los doce años,
con la voluntariosa credulidad
de esa época.

Lo mismo en términos de entusiasmo
hubieran rendido las trompetadas
del Juicio Final registradas
en el cielo de La Cisterna
por el celular de un vecino.

Qué lástima no poder creer en paparruchas,
estar condenado a una especie de cartesianismo fome,
inmanente, sin revelaciones ni visitantes del más allá.

La astrónoma María Teresa Ruiz
contó hace poco en televisión
algo no muy estimulante:
que ya no corren la imagen
que uno tiene del astrónomo
como un observador errante y nocturno.

Es decir, el tiempo de uso de los telescopios
es caro y escaso y hay mucha competencia profesional.

Por tanto, para echar 
una mirada un rato al universo
a uno deben aceptarle un proyecto.

La ruta a seguir debe ser codificada
en un programa computacional.

En los años sesenta y setenta
se criticó mucho a la burocracia
desde la sociología.

Se la demolió también
desde las teorías libremercadistas
y pareció, por un momento,
que el aparataje desmesurado
de la administración
podía ser alguna vez reducido.

Sabemos que no fue así.

Los burócratas 
-miembros de lo que alguien
llamó "una casta de obstaculizadores"-
triunfan hoy en todos los ámbitos.

Operan, como lo han hecho siempre,
en una dimensión simbólica, ritual,
de protocolos y normativas.

Generaciones de burócratas
no han producido ni una cáscara de pan
ni nada tangible, sólo palabras,
sólo actos hechos con palabras,
sólo representación.

Quizás sea la lata de este tipo
de constataciones lo que me ha llevado
-no por primera vez- a buscar
un zamarreo anímico
en los sonidos primordiales.

No sé qué necesidad es ésa,
pero se parece al impulso
que todos hemos tenido
de regresar al punto de partida
para repasar la realidad.

La fantasía de experimentar
de forma primitiva 
el oleaje de las rompientes,
el viento en los despeñaderos.

Son síntomas y problemas de un tipo
que ha vivido demasiado en la ciudad,
y que ha fingido y ha mentido
y ha saludado más de la cuenta.

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