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¿Un gobierno de magos o de Mr & Mrs Magoos?‏


Varita mágica

por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Sábado 26 de abril de 2014








Aunque hoy parecen muy distantes, en sus orígenes, el derecho y la magia estuvieron firmemente asociados. En efecto, mientras ante la palabra ordinaria los hechos y las conductas permanecen indiferentes, en algunos casos extraordinarios, la palabra del hombre se suponía revestida de un aura sagrada, ya que, precisamente, según la mentalidad y visión de mundo de entonces, en ellos podía provocar un cambio inmediato en la realidad, transformándola en la dirección deseada por quien hablaba. Entre esos casos, desde luego, se encuentra la palabra oracular, pronunciada por el sacerdote, el adivino o el chamán; también, en algunas culturas, la palabra poética, el canto del aedo poseído por la musa, se hallaba provista de esa majestad, y, finalmente, la palabra jurídica, el "dicho" inapelable del Rey y juez, por su poderosa e inquebrantable eficacia, parecía dotado de un poder mágico. Se trata, claro, de una etapa pre-jurídica, en la cual todavía no existían instituciones suficientemente diferenciadas para el orden religioso, moral y jurídico, pero lo que sorprende es cómo, incluso después de siglos y siglos de desarrollo, a veces continúa operando en el derecho contemporáneo una sombra de ese pensamiento mágico-jurídico.


Si bien el temprano racionalismo griego pareció expulsar a la magia desde ese ámbito y, gracias al gran ingenio práctico de los romanos, se fundaron las bases del derecho actual, un derecho para hombres comunes y elaborado con palabras comunes, en extremo modesto en cuanto a su posibilidad de introducir cambios en la sociedad, el poder mágico del derecho, y en particular de la ley, no se extingue por completo y vuelve a resurgir de tanto en tanto. La filosofía jurídica de la Ilustración es, por ejemplo, una paradójica resurrección de la confianza irracional en la capacidad transformadora de la ley. La ley ("la razón puesta por escrito") es el gran instrumento para el cambio social que todos los reformadores emplearan desde entonces, como si se tratara de una varita mágica.

Este gobierno parece por momentos un gobierno de magos, es decir, un gobierno que confía en las virtudes mágicas de la ley, sin prevenciones ni cautelas. No hay ni una pizca de conciencia sobre la naturaleza del Estado y, en concreto, del Estado chileno; no se advierte tampoco alguna reserva respecto de las relaciones entre el Estado y sus intervenciones sobre la cultura y la sociedad, como si el traspaso desde el texto legal (una vez aprobado) a la realidad social regulada por él fuese fluido, lineal, sin entropías, desvíos ni resistencias.

Un toque y basta.

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