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Al César lo que es del César‏




LEONIDAS MONTES, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 20 DE ABRIL DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/04/20/LEONIDAS-MONTES/AL-CESAR-LO-QUE-ES-DEL-CESAR/
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Al César lo que es del César



El apóstol San Mateo fue recaudador de impuestos en Cafarnaúm. Conoció a Jesús. Vio la luz y cambió el oficio de recaudar dinero por el de salvar almas. En otras palabras, cambió el lucro por la salvación. En la discusión tributaria hay algo de esta historia. Algunos académicos iluminados, por cierto, bien provistos de cierta autoridad intelectual y moral, predican acerca de los impuestos. Se ha desarrollado una nueva rama de la filosofía: la ética tributaria. Una especie de filosofía moral en torno a la recaudación. En materias de impuestos, aun siendo crítico de la metodología positiva de Friedman, me parece que debe primar el debate técnico y no el juicio moral. En otras palabras, el utilitarismo por sobre los juicios de valor. Siempre entendí que evadir era un delito. Y que eludir, cumpliendo las normas, era propio de las reglas del juego. Pero hoy en día, con los nuevos apóstoles de la ética tributaria pregonando la salvación, pareciera que pagar lo que exige la ley, o lo que corresponde, se ha convertido en un pecado. Y este cambio no deja de ser sorprendente.
Si bien San Mateo cambió el dinero por la vida eterna, los impuestos son una realidad que ha acompañado a la sociedad. Ya sea para satisfacer los caprichos de algún rey, iniciar alguna guerra o para financiar bienes públicos, los impuestos son parte de nuestra historia. Y, naturalmente, también han sido fuente de conflictos. En las dos grandes revoluciones del siglo XVIII -la francesa y, sobre todo, la americana-, los impuestos jugaron un rol importante.
En los siglos XVIII y XIX, los países financiaban sus arcas con las tarifas al comercio. Aduanas era clave. Poco a poco surgieron algunos impuestos específicos. De hecho, nuestro SII se creó en 1902 para recaudar el impuesto al alcohol. Sólo después de la Primera Guerra Mundial se implementan los impuestos progresivos. En una época donde la desigualdad también era el gran problema, estos impuestos tenían un claro objetivo político y social: beneficiar a los más desfavorecidos. Y el IVA, un impuesto eficiente y de fácil recaudación, que representa más de un 50% de lo recaudado, recién surge en la segunda mitad del siglo XX.
La precipitada y acotada discusión tributaria en nuestro país se mueve entre un tono reaccionario y revolucionario. Evidentemente, cualquier cambio a las reglas del juego que afecte al patrimonio enciende ese natural y humano interés propio. Los afectados reaccionan. Pero también se alimenta el insaciable apetito del Leviatán, surge el juicio moral y se estimula la ansiedad fiscalizadora. Entonces, algunos políticos se sobrerrevolucionan.
Existe consenso frente a la necesidad de los impuestos. La respuesta al “por qué recaudar” es clara: financiar bienes públicos y políticas sociales focalizadas para los más necesitados. Sin embargo, hay diferencias respecto de “cuánto, para qué y cómo recaudar”.
Respecto de cuánto y para qué recaudar, Bachelet ha sido clara y consistente: el 2017 se recaudará un 3% adicional del PIB y el foco estará en educación. Y ante la incertidumbre sobre el futuro de la educación y los vaivenes del ministro Eyzaguirre, hay que celebrar la sensatez de la Presidenta. Ella declaró que no quiere otro Transantiago en educación. Con sentido común y criterio, agregó: “Ya aprendimos que cuando uno hace todo de un guaracazo, ¿no?, las cosas no funcionan bien”. Ese mismo buen criterio debería aplicarse a cualquier reforma. Y en especial a la tributaria. Si bien la reforma incluye gradualidad, la premura no es buena compañera. En definitiva, hay que evitar otro “guaracazo” con los impuestos.
Pero ahora volvamos a la última cuestión: cómo recaudar. Existe una manera muy sencilla y ventajosa que no se ha discutido. Me refiero al flat tax o impuesto plano. Vuelvo a abogar por esta simple, justa y eficiente solución. Un impuesto plano a los ingresos, que incluya una exención a los de menores ingresos, tiene muchísimos beneficios. Evidentemente, disminuye los costos de transacción. Sería muy fácil pagar y recaudar, no se gastaría dinero en asesores tributarios, ni se perdería el tiempo llenando complejos formularios. Claramente, un impuesto plano no sería del agrado de los abogados y asesores tributarios. Tampoco del Colegio de Contadores. Y para qué hablar de la ANEIICH (Asociación Nacional de Funcionarios de Impuestos Internos de Chile), cuya página web promueve “una reforma tributaria profunda y democrática”. Con el flat tax todo se simplificaría.
El debate actual se ha centrado bastante en que los ricos deberían pagar más. Es cierto que existen diversos loopholes que incentivan la ingeniería tributaria y la elusión. Con el flat tax se acabarían la evasión y la elusión. No habría necesidad de ninguna ingeniosa iniciativa fiscalizadora. Tampoco de esas “normas antielusión” que sólo siembran la discrecionalidad. Con el flat tax se paga sobre lo que se gana. Y los más ricos, sin abogados y asesores diseñando artilugios para eludir, pagarían mucho más. Así de simple.
Finalmente, la guinda de la torta. Además, para combatir la desigualdad, propongo un impuesto negativo que fuera directo a los más necesitados. Así, los ricos pagan más, beneficiando a los más pobres. Como ve, se cumplirían todos los objetivos técnicos y morales que persigue la Nueva Mayoría. Eso sí, habría que hacer los números. Pero si el rango fuera alrededor del 25%, ¿no le parecería razonable? Tiendo a pensar que esta reforma, verdaderamente profunda y revolucionaria, incluso sería del agrado del apóstol San Mateo. Al menos se salvarían algunas almas.

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