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Ensalada rusa‏



A este país
se llega siempre
a naufragar.

Para muchos
pueden ser tentadoras
las lucas y las luces:
hacerse ricos y famosos
-lo que llaman exitoso-
pero eso no puede ocultar
el hecho que somos
pasajeros en tránsito
y la vanidad 
es el último vestido
del que se despoja
el ser humano.

Y además están los miedos
a lo largo de la vida.

La vida primera pasa,
después pesa y al final pisa.

El miedo al rechazo,
el miedo al fracaso
y el miedo al ocaso.

Nada falla tanto como el éxito
y hay muchos que nunca
se recuperan de algún éxito
peregrino, y fracasan 
repitiéndose, una y otra vez.

Por lo demás, son más 
los que se rinden
que los que fracasan.

Además está toda esa euforia
triste y patética de los victoriosos.

Difícilmente la victoria
alcanza la dignidad de la derrota.

Ese fracaso que envuelve 
lecciones de humildad 
y cierta sabiduría,
cierto coraje y entusiasmo
para intentarlo nuevamente.

El éxito es aprender a ir,
paso a paso,
de fracaso en fracaso,
sin desesperarse,
sin perder el entusiasmo.
Fracasando cada vez mejor.

Hay que convertir 
la adversidad en aliado
y la crisis en oportunidad.

Las cosas 
dan resultados inesperados
cuando son audaces
y se sabe que la prudencia
de la audacia consiste en saber 
hasta dónde llegar demasiado lejos. 

Es por ello que la gran lección
es no darse por vencido, aun vencido. 

Pero la voluntad
no es la única fuente
de generación de realidades. 

Somos tan grandes como nuestros límites
del mismo modo que nuestro cuerpo vive
hasta que muere la más débil
de sus partes esenciales. 

La gente no llega tan lejos
como augura su talento,
sino como permiten las limitaciones.

Es por ello que hay que
poner el talento al servicio de los demás
y trabajar con uno mismo puliendo los ripios.

Además, la vida es una trama de errores
y una ensalada de malos entendidos.

Uno (casi) nunca le da el palo al gato
y los verdaderamente generosos
son los expertos en dar puntadas sin hilo.

La realidad no es otra cosa
que sus urgencias,
porque todos los contenidos
se agotan en sus fracasos. 

En la naturaleza
no hay premios ni castigos,
sólo consecuencias. 

Todo premio, sabemos,
se halla sujeto a los vaivenes
de la injusticia,
de la potestad ideológica
o del simple capricho
ni ya de la fortuna
sino de los hombres. 

Todo premio es un castigo,
a fin de cuentas. 

Por más que creamos conocerla bien,
la naturaleza siempre nos sorprende
y al fin de cuentas no se le puede engañar. 

Por otra parte, 
la naturaleza 
siempre favorece
a los que desean salvarse,
la conspiración del cosmos.

Cuando todo estaba perdido
en la más profundo de la noche
se divisa una estrella que avisa
que va a amainar.

Quién dijo que todo está perdido,
yo vengo a ofrecer mi corazón,
como dice la canción.

Un corazón no se llena con nada.
Excepto el infinito, nada más nos saciará.

Pero el corazón humano 
tiene un coeficiente
de dilatación enorme
y un corazón grande 
se llena con poco.

Hay grandes potencias
que son países de segundo orden.
Y serlo es lo más triste que se puede ser.

Soy una loser a mucha honra,
decía no hace mucho
una talentosísima actriz.

La mujer vence cuando se rinde.

No hay algo que desarme más
que contemplar la vulnerabilidad
de una mujer fuerte y luchadora.

Como no sabían que era imposible, lo hicieron.
Seamos realistas, vayamos por lo imposible.

La imperfección está en la levadura humana,
y muy en especial con los que trabajan
con lo inexpresable, como lo hacen los artistas. 

Estamos condenados a la libertad. 

Lo único que nos llevamos es lo que damos.

El que no lo ha dado todo, no ha dado nada...AQUI

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