POR SEBASTIÁN EDWARDS
DIARIO LA TERCERA, 28 DE SEPTIEMBRE DE 2013
El triunfo de Angela Merkel en los comicios alemanes fue apabullante. Pocas veces en la historia moderna de la república germánica un canciller en ejercicio había tenido tan buenos resultados. Su partido, el CDU/CSU, obtuvo 41,5% de los votos -ocho puntos más que hace cuatro años- y está a tan sólo tres escaños de tener mayoría absoluta en el Parlamento.Los votantes están satisfechos con la conducción del país. Claramente, aprueban la forma en que Merkel enfrentó la crisis del euro -con mano dura y grandes exigencias a Grecia, Portugal y España- y su conducción de la economía. Hoy en día, Alemania tiene uno de los niveles de desempleo más bajos del mundo entero: 5,3%. Estados Unidos, en contraste, tiene un rebelde 7,3%.
Sin embargo, y a pesar de su gran triunfo, el desafío que enfrentará la señora Merkel en los próximos días no es nada de trivial. ¿Cómo conseguir, a lo menos, los tres escaños necesarios para tener la mayoría parlamentaria requerida para formar un gobierno? El problema es que los Demócratas Libres (liberales), quienes hasta ahora la habían acompañado en la coalición gobernante, tuvieron un pésimo resultado electoral. Según la información disponible -los datos pueden cambiar con los recuentos-, no alcanzarán el 5% necesario para tener representación parlamentaria. Y sin los liberales, el CDU/CSU tendrá que buscar nuevos compañeros de ruta. Se habla de Los Verdes y, con mayor probabilidad, de una “gran coalición” con el Partido Socialdemócrata.
Quizás lo más interesante es que, dadas las reglas del juego, es posible que después de todo, y a pesar de su enorme popularidad, la señora Merkel no sea el próximo canciller. En efecto, una posible coalición de partidos de izquierda, formada por los socialdemócratas (SPD), los verdes y los ex comunistas (Die Linke), tendría una leve mayoría en el Bundestag. Pero si bien esto es matemáticamente posible, es improbable: resulta que el SPD -que tuvo pobres resultados, con tan sólo un 26% de las preferencias- odia a los nostálgicos extremistas de Die Linke.
Pero pase lo que pase, Alemania seguirá siendo el líder indiscutido de la zona del euro, el país con mayor dinamismo y poder, la estrella más brillante del firmamento europeo.
Ideas, ideas, ideas
Uno de los aspectos más interesantes de estas elecciones es que la campaña se caracterizó por un largo y profundo debate sobre el futuro de la nación. Se discutió del rol de Alemania en la Unión Europea, de su posición frente a los países de la periferia, sobre el rol de los inmigrantes, sobre el desempleo que cae y cae, sobre la absorción de la Alemania comunista, sobre lo que ha sucedido en los 20 años que van desde la caída del Muro, sobre las exitosas reformas económicas, y sobre la apabulladora fuerza productiva de la nación.
Fue en suma, una campaña de ideas.
El contraste con la campaña presidencial chilena es abismante. Como dijo Héctor Soto en un acertado artículo la semana pasada, quien haya pensado que durante las elecciones presidenciales íbamos a discutir planteamientos serios y profundos se equivocó en forma meridiana. Hasta ahora, las ideas ofrecidas por nuestros candidatos presidenciales han sido raquíticas -pobres, incluso para un intercambio por Twitter-. El énfasis se ha puesto en las biografías de los candidatos, y no en su visión sobre el país.
Claro, el hecho de que haya nueve aspirantes a La Moneda no ayuda. Lo más probable es que los debates durante la primera vuelta sean intercambios pueriles cargados de amarguras y de lugares comunes.
Y, con contadas excepciones, los medios no han ayudado. Al parecer se han tomado en serio eso de que los chilenos no tienen capacidad de comprensión de lectura, y han decidido cubrir las elecciones con un cuentagotas, a través de artículos cortísimos que resaltan las rencillas personales entre aspirantes a distintos puestos.
Un ejemplo de lo anterior fue la primaria de la Alianza, donde la prensa no hizo ningún esfuerzo serio por encontrar contrastes y diferencias doctrinarias entre Andrés Allamand y Pablo Longueira. Al final, todo quedó en una cuestión de simpatía personal, en quién tenía una mejor sonrisa, en qué le había dicho quien éste a quien ése, y cuál de los dos candidatos se ponía menos nervioso frente a las cámaras. Las ideas fueron relegadas hasta que, simplemente, desaparecieron.
Todo esto es grave. Porque lo que estará en juego durante el próximo gobierno es la dirección que seguirá el país durante dos o tres décadas. Chile, como se ha repetido una infinidad de veces, está en un punto de inflexión. Ya se agotó nuestra experiencia como nación pobre pero (medianamente) honrada. La pregunta de los próximos años es si haremos el gran esfuerzo para pasar a ser un país moderno, o nos quedaremos vegetando en nuestra posición actual, saboreando el hecho de que somos algo así como los campeones de la segunda división.
Algunos ejemplos
En Chile, sin duda, hay que hacer cambios institucionales importantes. Es indiscutible, por ejemplo, que hay que reformar la Constitución, cambiar el binominal, avanzar en la regionalización y hacer una verdadera revolución educativa. Pero la verdad es que ninguno de estos temas ha sido discutido a fondo. Al contrario, el debate se centra en consignas y clichés, en frases hechas y en un volver majaderamente sobre cuestiones triviales. Por ejemplo, es grave pensar que Chile se embarcará en un cambio constitucional sin que haya habido un análisis a fondo de experiencias internacionales al respecto.
He aquí un ejemplo: según la prensa, los asesores de Michelle Bachelet han propuesto un sistema semipresidencial con una separación entre el rol de jefe de Estado y jefe de gobierno. Francia tiene un sistema como éste: pero, ¿puede usted nombrar al actual jefe de gobierno francés? ¿Y al anterior? ¿O al que antecedió a ése? ¿Puede usted nombrar tres -tan sólo tres- ventajas de ese sistema? Lo más probable es que las respuestas a estas simples preguntas sean rotundos “no”. Lo peor, claro, es que incluso la mayoría de los propulsores de este cambio se quedarían con la mente en blanco ante estas simples interrogantes.
Pero eso no es todo. ¿Sabía usted que Argentina tiene un sistema semipresidencial como el propuesto? ¿Puede usted nombrar al jefe de Gabinete de la transandina república? ¿Cree usted, seriamente, que este sistema ha ayudado a mejorar la gobernabilidad de nuestra hermana nación? ¿Ha colocado el citado sistema a la Presidenta Fernández por encima de la política contingente? Las respuestas son, nuevamente, “no”: en Argentina, Cristina Fernández es la política contingente.
Otro ejemplo: hay un amplio acuerdo sobre la necesidad de cambiar el sistema binominal. Pero, ¿se han explorado todas las opciones en detalle? La respuesta es, otra vez, “no”. El sistema propuesto por la DC y RN tiene como principal mérito el que maximiza la probabilidad de que los parlamentarios en ejercicio sigan aferrados a sus escaños. ¿Aumentar el número de diputados? ¿Para qué? Nadie lo ha explicado en forma convincente.
Si queremos cambiar el sistema electoral -cosa que yo creo es necesaria-, es importante hurgar por aquí y por allá, analizar los sistemas usados por países referenciales y pensar en forma creativa. Sin ir más lejos, Alemania nos da un ejemplo interesante: en el país germano, cada ciudadano tiene dos votos. El primero es por una persona, por un candidato al Parlamento en la circunscripción del votante; es un voto “personalizado”. La segunda papeleta es por un partido político; es un voto “institucionalizado”. Los votantes, por ejemplo, pueden votar por el señor Engelbert, candidato del partido socialdemócrata, y al mismo tiempo votar (a través del segundo voto) por el partido verde. Esta doble papeleta le ha permitido a Alemania mantener un importante equilibrio político, donde los partidos nuevos, pequeños e innovadores -partidos que, en general, tienen líderes poco conocidos- acceden al Parlamento. ¿Funcionaría este sistema en Chile? No lo sé. Pero antes de tener una respuesta hay que considerarlo, estudiarlo a fondo, entenderlo y discutirlo.
Otro tema de vital importancia para el futuro del país es la política de género y el rol de la mujer en la política. Es triste, de verdad, ver la mínima presencia femenina en nuestro Parlamento. Es verdad que hay representantes con un gran liderazgo -Ximena Rincón, por ejemplo- pero el número de mujeres es tan exiguo que llega a dar vergüenza. Muchos países, incluyendo nuestros vecinos en Argentina, han optado por procedimientos que aseguran una mayor participación femenina en las instancias parlamentarias. Considérese la siguiente idea: cada circunscripción elige tres diputados. Dos provenientes del partido con primera mayoría y uno del con la segunda mayoría. Cada partido (o coalición) puede llevar dos candidatos, de los cuales uno tiene que ser mujer. El partido ganador elige a sus dos candidatos; el que llega en segundo lugar a aquel que obtiene más votos dentro de su lista. Este sistema asegura que al menos un tercio de los miembros de la cámara sean mujeres. ¿Funcionaría en Chile? Yo digo, ¿por qué no?
Quedan siete semanas para las elecciones; aún es tiempo para transformar el proceso en un contraste de ideas. Exijamos a los candidatos que nos hablen en detalle de sus planes. Pidámosles a los canales de televisión que suspendan la farándula por un rato y se enfoquen en el futuro del país. Los próximos años serán importantísimos en determinar nuestro destino. Tomémoslo en serio.
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