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"Precocidad" espeluznante y aterradora‏


Los niños-hombres de los jardines en las poblaciones
El Gobierno anunció el proyecto de obligatoriedad de kínder, pero en los sectores más conflictivas de Chile eso puede ser demasiado tarde. "Sábado" recorrió los jardines infantiles en zonas de influencia de narcotráfico y encontró a niños de tres años que juegan a los cuchillazos, celebran las balaceras y odian a los carabineros, y vio la labor de las educadoras que tratan de integrarlos al sistema.   

Rodrigo Fluxá N. fotografía Carla Dannemann
Diario El Mercurio, Revista Sábado, 29 de junio de 2013
http://diario.elmercurio.com/2013/06/29/el_sabado/el_sabado/noticias/425D4194-79D5-4256-A604-B78CBB5AAD9A.htm?id={425D4194-79D5-4256-A604-B78CBB5AAD9A}

Alvarito tiene un tajo. Una cicatriz de varios centímetros encima del ojo derecho, sobre cuyo origen hay una explicación, pero no hay certezas: hace un año llegó al jardín infantil un lunes con la herida abierta, con la carne viva y sin haber ido al doctor. Cuando la directora llamó a su casa le dijeron que se cayó de una escalera y en los meses sucesivos cada mañana aparecían nuevos accidentes: arañazos, moretones y quemaduras de plancha.
Esta mañana hace frío en San Joaquín y Alvarito llega al jardín pasadas las nueve de la mañana. La hora de entrada es a las 8 y media, pero en su caso, en la mayoría de los casos, da lo mismo: las tías jamás los devuelven, asumen que siempre estarán mejor acá que en sus casas. Cruza la sala. Lleva unos pantalones anchos y un polerón con gorro. Se cortó el pelo hace poco: está totalmente rapado por los lados y un poco más largo arriba, como los cantantes de reggaeton. Antes tenía una especie de mohicano; él mismo iba al baño para mantenérselo. Camina moviendo los brazos, balanceándose de lado a lado, más como un hombre que como un niño. Saca de su mochila dos tractores naranjas. Es una rareza, nadie recuerda que haya traído juguetes antes.
Detrás entra Lucas, de su misma edad, cinco días menor, su compañero y rival: las familias de ambos tienen una antigua enemistad en la Legua Emergencia. Alvarito anda con un celular de plástico. Una tía se lo pide, él no quiere entregarlo. De mala gana se lo guarda en el bolsillo, pero cada tres minutos se va a una esquina y simula conversaciones con personas imaginarias. A las nueve y media, después del desayuno, comienza la primera actividad del día. El curso, un medio menor de quince alumnos, tiene que ordenarse en un círculo:
-Alvarito, ¿me ayudas a mover las sillas? - le pregunta una tía.
-No.
Ella empieza a entonar una canción, para empezar la jornada:
-¿Cómo está la Dayanira, cómo está?
Dayanira dice: bien.
Alvarito y Lucas no pueden estar quietos. Corren por la sala, invadiendo otros grupos. Son los líderes del curso, pero su relación es volátil: pueden estar jugando juntos y al siguiente ponerse a pelear. En el círculo de sillas quedaron originalmente uno al lado del otro, pero una educadora prefirió sentarse entremedio. Alvarito le grita y le hace un gesto con los dedos, como simulando una W. Lucas le responde con otro símbolo. Más que ofensas, parecen saludos de pandilla.
Las tías siguen cantando:
-¿Cómo está el Rodolfo, cómo está?
Rodolfo dice: bien.
En lo que va de mañana Alvarito ha hecho llorar a tres niños. A uno le quitó una lámina de un león, parte de una actividad de lenguaje.
-¡Alvarito! A los amigos se les quiere, se les hace cariño. Devuélveselo.
Alvarito no quiere. Se va al otro lado de la sala.
La directora del jardín trata de consolar al otro niño.
-Mira, si Alvarito está arrepentido. Está pensando en lo que hizo mal.
Alvarito no parece arrepentido. Retoma el teléfono y después recoge un juguete y se lo tira por la cabeza a otro compañero, comienza a romper el decorado de la sala y trata de botar un diario mural con fotos de las familias del curso.
A otro niño derechamente le pega: no rasguños o empujones, dos puñetazos directamente en la cara. Sabe pelear como en la calle: azota con rapidez y se retira. En los días malos va más allá: amenaza con matar a los compañeros, se envuelve el brazo en un polerón y simula una pelea cuerpo a cuerpo a cuchillazos. "Como en la Peni", dice.
Alvarito tiene tres años y dos meses.
Y las tías cantan:
-¿Cómo está el Alvarito, cómo está?
María Cofré tuvo que sentarse en una silla a ver un video de varios minutos que contaba la historia de un marciano que le hacía la vida imposible al resto de los habitantes del planeta, rompiendo la armonía de un lugar que parecía funcionar bastante bien. Al final, nadie quiere acercarse a ese marciano y, entre todos, deciden enviarlo en un cohete a la Tierra.
La animación es exclusivamente para la capacitación de las educadoras del jardín Teresa de Calcula de La Pintana, pero la directora, Rosa Maldonado, se estaba quedando sin ideas. El hijo de María, Pedro, había llegado ahí desde la sala cuna Los Navíos el 2011 con una fama a nivel comunal como la guagua más problemática del sistema. Con menos de dos años decía garabatos, lanzaba objetos e insultaba sobre todo a las cuidadoras mujeres, que le decían "el señor de la querencia". Tenía excentricidades mayores; no soportaba que nadie le pasara la mamadera en la mano; si alguien lo hacía, en protesta, la lanzaba de vuelta a quien estuviera en frente. La única forma de que la tomase era que se la dejaran sobre la mesa.
Ya en el jardín, con más independencia, su comportamiento fue aún peor, siempre enfocado en su maltrato hacia las mujeres: golpeaba a sus propias compañeras e insultaba a las funcionarias, de la directora para abajo. Como en cada caso, el jardín comenzó a poner atención en el entorno del niño. Pedro Loncomil, su padre, de origen mapuche, tiene un puesto de venta afuera del metro Los Quillayes y el fin de semana vende en el persa del sector. Viven a pocas cuadras del jardín, en un pasaje con presencia de tráfico y delincuencia, pero nadie de su círculo familiar inmediato aparecía asociado a eso. Sí detectaron, a través de terceros, la presencia de violencia familiar entre sus dos padres.
"Si no hacíamos algo, iba a terminar repitiendo para siempre esas conductas" dice la directora. "Peleamos contra todo un entorno acá, contra una forma de ver el mundo. El otro día, unas tías estaban almorzando y comentando que habían allanado la casa de un apoderado. Y, casi como gracia, decían que habían alcanzado a pasar toda la droga al vecino por un tubo. Yo me quedé pensando y me pregunté: ¿es una gracia eso? ¿es algo realmente pare reírse? Por todo lo que pasa acá, uno pierde la capacidad de asombro y eso está mal. Respetamos a todos los apoderados, trabajen en lo que trabajen, pero nosotros tenemos que pensar distinto".
En el jardín decidieron hacer a los Loncomil parte de la situación de su hijo: cada vez que él perdía el control, su mamá tenía que ir al jardín. Ella no sabía cómo tratarlo. Una educadora recuerda que para intentar tranquilizarlo, una vez le mostró un encendedor, a modo de amenaza.
"Yo sabía que se portaba mal", dice su mamá. "Pero me sentí muy discriminada, como que le cargaran todo a él. Me dolía harto que las otras mamás les dijeran a sus hijos que no se juntaran con él, porque era un niñito de tres años. Eran como puñaladas para mí. Les decía a las tías que le pegaran palmetazos no más, pero ellas no querían. Me sentía como enjuiciada, atacada, pensé en sacarlo del jardín".
En junio del año pasado la citaron de nuevo, para hablar de los constantes reclamos de otras apoderadas por las agresiones de Pedro a sus hijas. Una de ellas vio a María en el lobby del jardín y comenzó a increparla duramente, moviendo los brazos. Las dos terminaron a los golpes en el suelo, en pleno establecimiento. Sus hijos, todo el curso, las miraban aterrados. Pedro, hasta hoy, cree que le pegaron a su mamá por su culpa.
Fue el colmo. Después vino el video. Y María lo entendió: su hijo era el marciano y había gente que quería mandarlo a la Tierra.
"Entendí que Pedrito no era un bulto que uno entrega acá para que se lo cuiden, para que le den comida, como creen muchas de las mamás acá. Solucionamos unos problemas que teníamos con mi marido; él trabajó en unos vicios que tenía, que nos hacían mal. Así que si me llamaban al jardín, venía. Y decía: bueno, mañana tendrá que portarse un poco mejor. Porque si no le ponemos un límite ahora, en pocos años íbamos a tener un delincuente en la casa".
Su padre, que antes no aparecía en el jardín, tuvo un rol fundamental. "Todo lo que hacíamos con mi mujer en la casa, las peleas bastante fuertes que teníamos... él se daba cuenta de todo, se le metían en la cabeza. No nos sobra la plata, pero he dejado de trabajar tanto, para poder dedicarme a él".
A la directora, en una mesa frente a los dos padres, se le humedecen los ojos. "Nos pone orgullosos, porque era un caso que en un momento creíamos que no tenía vuelta. Y al mismo tiempo nos angustia lo que viene ahora: irá a un colegio municipal del sector y yo sé cómo es la cosa ahí; van niñitos de ocho años con fierros a clases para defenderse. Y nadie se dará el tiempo que nosotros nos dimos con él, allá es todo anónimo, es una maquinaria: si no se portan bien, los botan. Un alumno nuestro del año pasado, también conflictivo, fue expulsado estando en primero básico. ¡Primero básico!".
Pedro merodea afuera. Nadie aún quiere dar por seguro su cambio, pero las agresiones son ya esporádicas y los garabatos muchos menos. Hace unas semanas, él solo, sin que lo llamaran, apareció en la oficina de la directora. Esta vez no hubo amenazas ni ofensas. Comenzó a contar que estaba pasando un funeral narco por afuera del jardín y que el "Maicol" salió corriendo y que cuando salió corriendo chocó con otros niños que también salían corriendo, que se cayeron, y que era mejor que ella fuera a ver afuera porque había varios llorando.
La directora lo escuchó, sonrió y pensó:
-Ya lo tengo.
-¿Cómo está el Alvarito, cómo está?
Alvarito pega un salto y grita: ¡muy bien!
Su papá está preso. Tiene ocho condenas en su contra y una investigación en vigencia. Su mamá es una consumidora de pasta base. También ha sido detenida. Ingresó a la red de Jardines Integra a principios del año pasado, en el Mariano Puga, de la Legua Emergencia.
En su hoja de ingreso se detalla: La realidad familiar hace necesario que duerma una siesta a las tres de la tarde. Por la línea de negocios, su familia duerme de día y trabaja de noche. Formalmente, la apoderada es su abuela, a la que tampoco se le puede ubicar por teléfono antes de las seis de la tarde. Su pareja también tiene condenas.
En la misma ficha de ingreso se lee: Niño con problemas afectivos. Hay que hacerle cariño en la cabeza, que se sienta acompañado. Por casi un año, Alvarito no se dejaba tocar. Y cuando las educadoras lo confrontaban, las tapaba a garabatos, amenazaba con "tirar balazos". En situaciones de estrés, cuando se sentía acorralado, gritaba: ¿Querís que me raje la guata? Hizo cambiar varias reglas de jardín, como prohibir los cubos de madera de juego, porque los usaba para agredir a sus compañeros.
El Mariano Puga ha alcanzado cierta notoriedad por lo riesgoso del barrio y por las balaceras entre bandas rivales. Casi el noventa por ciento de los apoderados están ligados a la actividad, como vendedores o consumidores, según dicen funcionarios. En abril, por ejemplo, varios días se suspendió la extensión de jornada: los mismos vecinos avisan a qué hora comenzarán los enfrentamientos, para que las tías tomen recaudos con los hijos. Hay varios protocolos a seguir, buscar lugares seguros, debajo de mesas, detrás de paredes, dónde escapar de las balas. Pero cuando comienzan los disparos, Alvarito no se esconde; corre al patio, simula tener pistolas en las manos y las apunta hacia el cielo.
El fenómeno es nuevo en Chile. Por el aumento en la cobertura en educación preescolar, de 30 por ciento en 2003 a un 47 por ciento el año pasado, comenzaron a llegar a los jardines niños que antes simplemente no asistían: el crecimiento se concentró en el quintil más pobre. Sergio Domínguez, director ejecutivo de la Fundación Integra, que administra más de mil jardines gratuitos en todo Chile y que acogió el caso de Alvarito, cree que la cobertura no es lo más relevante para explicar estos casos. "El entorno ha empeorado notoriamente: la consolidación de conos periféricos masivos, con presencia de narcotráfico visible, violencia, familias ausentes, ese es el enemigo que tenemos. Es otro tipo de pobreza. La cobertura sola no explica ni soluciona nada; son solo edificios. Nosotros tratamos de romper con el concepto que somos una guardería, y en las zonas más conflictivas hemos puesto igual énfasis en trabajar con la familia del niño. Si no hay eso, es muy difícil tener resultados. El anuncio de kínder obligatorio del Gobierno es muy valioso, un gran paso, pero en este tipo de casos, la intervención tiene que ser antes. Kínder es muy tarde".
Las trabajadoras de los jardines como el Mariano Puga se han tenido que adaptar a la nueva realidad, actuar como una primera línea de integración a reglas sociales. Desde normas de conducta a temas estéticos: cada marzo llegan niños de dos años con cadenas de oro, aros gigantes, manicures hechas, pelos teñidos y hasta tatuajes.
El trato con los apoderados es lejos el punto más problemático y sensible. Sin la intervención parental es muy difícil lograr avances. Ubicarlos ya es complicado: cambian teléfonos cada mes. Muchas veces tienen que ir a la casas, sectores a los que ni la policía ingresa, para saber por qué está faltando un niño. Ninguna circula por ahí sin uniforme: es su especie escudo.
Cuando logran involucrarlos, a veces puede haber problemas. Para la celebración del 18 de septiembre del año pasado la dirección del jardín organizó un acto, con la presencia de las familias, para fomentar su participación en la educación de los niños. Uno de las actividades incluía, como juego, atrapar a un conejo. En medio de la actividad, Alvarito empujó a Lucas, lo que generó una discusión entre ambas bandas, que terminó en una pelea enorme, con agresiones, amenazas de muerte y el jardín desalojado.
Para la ceremonia de egreso, en diciembre, se decidió no hacer competencias. Y sentar a ambas familias en lados separados del patio.
El 23 de abril de este año nadie podía ir a buscar a Byron a su jardín, en una población de Colina. El día anterior, a su hermano de once años lo descubrieron en su colegio con papelillos de pasta base en la mochila. Las autoridades hicieron la denuncia a la PDI y horas después estaban allanando la casa, deteniendo a los padres y a un hermano mayor de edad, en medio de una lluvia de piedras y palos contra los policías.
A pocas cuadras de ahí, en el jardín, Byron no tenía idea del alboroto en el barrio. En noviembre de 2011, cuando se matriculó, a su mamá le preguntaron quién lo cuidaba cuando ella se iba a trabajar. Respondió, por escrito: nadie. Las mismas parvularias que viven en el sector lo sabían: Byron, con dos años de edad, pasaba solo todo el día en la calle. Hoy, con cuatro cumplidos, se queda afuera hasta las doce de la noche.
El entorno de Byron repercutía directamente en la sala: era violento, agresivo y cuando quería llamar a sus compañeros les gritaba: oye hermanito, oye chorongo.
El ambiente no ayudaba; al otro lado de uno de los muros exteriores del jardín se juntaban menores de edad a fumar pasta base. Un compañero de Byron, muy conocido en el jardín, tuvo que dejar el establecimiento de un día para otro, por una mudanza familiar. Cuando una tía le preguntó por qué se cambiaban, él le dijo: es que mi papá se echó a un loco.
La conducta de Byron empeoró a fines del año pasado, coincidentemente con la salida de su hermano de la cárcel, preso por una condena previa por el robo de un camión de valores. Primero fueron garabatos nuevos, después conductas altamente sexualizadas para su edad, que escapaban por mucho a lo esperable en el período de autodescubrimiento: tomaba a sus compañeras por la espalda, las arrojaba al suelo y las embestía, simulando el coito.
"Supimos que el hermano comenzó a llevar muchas pololas a la casa. Y es una casa chica, viven muy hacinados. Tratamos de explicarle, pero un entorno así es muy marcador, tratamos de monitorear", dice la directora.
Una de las formas de mantenerse informados es, cada lunes, preguntarles qué hicieron el fin se semana.
-Fui al circo-, responde este lunes Byron.
-¿Te gustó?
-Me dieron pena los dinosaurios.
-¿Con quién fuiste?
-Con mi mamá y mi papá.
-¿Y tu hermano?
-Él no po.
Tras el allanamiento, el hermano mayor fue procesado por narcotráfico y volvió a la cárcel. Sus dos padres quedaron libres.
-¿Qué más hicieron? - vuelve a preguntar la tía.
-Yo encontré un cuchillo - responde una niña.
-Pero Fernandita, no hay que tomar los cuchillos. Los cuchillos no son para los niños.
-No, son para los papás-, grita Byron.
La tía, entonces, comienza a contar algo que vio el fin de semana a pocas cuadras del jardín. Dos jóvenes, enojados porque un perro les ladraba, sacaron una pistola para ahuyentarlo. Es una parte importante del trabajo en esos sectores: tratar de que pasen la menor parte del tiempo posible en la calle y más en sus casas.
Terminada la actividad, Byron va a hablar con la tía. Le cuenta que apareció una guagua nueva en la casa la semana pasada y que al parecer es de su hermano, que la tuvo antes de irse preso.
-Entonces eres tío.
Byron levanta los hombros y empieza a contar que a su hermano, los "pacos" lo tiraron al suelo y le pegaron palos y que él lo único que quiere es tener palos para pegarles de vuelta. La tía le explica que se dice carabineros y que ellos no son malos, que están para ayudar.
-Uno intenta que le queden algunas cosas. Él ha mejorado harto, casi no dice garabatos, está mucho más obediente. La verdad es que le sirvió mucho que su hermano cayera preso de nuevo. Ha sido un trabajo bien duro, pero vamos avanzando.
La sala está llena. El jardín se está ampliando, así que se tuvieron que fusionar temporalmente dos niveles. Por lo mismo, los programas de actividades están también alterados. Hoy, por ejemplo, los dejan jugar libremente. Un grupo arma un zoológico de juguetes, otro simula un casino en una cocina de madera. Byron comienza a apilar las pequeñas sillas de madera en una fila, conformando una especie de muro. Toma a sus compañeros y los pone detrás. Se sienta con ellos, les toma la mano y, por primera vez en toda la mañana, hay un minuto de calma: se quedan en silencio un momento.Una niña que está a su lado habla. Byron la interrumpe:
-Shhhh. Que vienen los pacos.
Pasado el mediodía, cuando el sol comienza a calentar en San Joaquín, el curso de Alvarito sale al patio a jugar. Él corre como desaforado de un lado al otro; pasa a llevar a dos niñas. Una se pone a llorar.
Cuando alguien le pregunta por qué lo hizo, Alvarito frunce el ceño: el tajo se nota más que nunca. Endurece la mirada y dice:
- Qué mirai voh sapo c... .
Está en este nuevo jardín desde marzo. Su año se resume perfectamente en el cuaderno de novedades que llevan las funcionarias. Una de ellas respira profundo, lo toma y enumera:
11 de marzo. Llega con una quemadura de plancha.
16 de marzo. Sinceramente me siento sobrepasada por el comportamiento de algunos niños. Las agresiones de Álvaro ya sobrepasan cualquier límite.
3 de abril: Alvarito utiliza groserías. Alvarito se autoestimula. Alvarito se escapa de la sala.
5 de abril. Alvarito se autoestimula; se baja los pantalones en medio de la sala y juega con su pene.
12 de abril. En la hora de la experiencia central, el niño empieza a quitarle materiales a sus compañeros y los patea en la espalda.
15 de abril. Alvarito se escapa y golpea a varios de sus amigos al regresar.
16 de abril. Alvarito pasa a llevar a un compañero y en la caída pega en el labio inferior. Muestra su pene a otros compañeros.
22 de abril. Alvarito le pega a la tía Rosanna y la escupe. Agredió a varios compañeros, pateándolos, diciéndoles groserías y escupiéndolos.
29 de abril. Alvarito llega con tres rasguños profundos en la cara.
3 de mayo. Alvarito se refiere a un compañero utilizando groserías muy fuertes para su edad. Todos lo imitan.
7 de mayo. Alvarito ingresa a la sala molestando y apedreando a los compañeros, escupiendo sin provocación.
17 de mayo. Le dice a una compañera: bájate los pantalones y le muestra la "p...". Después se arranca: la tía Astrid lo sigue y conversa con él. La escupe en la cara.
2 de junio. Está muy alterado todo el día. Dice groserías y le pega a sus pares. Nos insulta a las tías.
11 de junio. Abro la mochila de Alvarito y hay deposiciones en su ropa de cambio.
La educadora se detiene y dice:
-¿Dónde está esa anotación? Estaba por acá.
Recorre páginas y páginas del cuaderno.
-Por acá estaba. Esa sí que es rara.
La hermana menor de Alvarito ya entró al jardín; tiene desnutrición y un posible problema de aprendizaje a causa de consumo de pasta base durante el embarazo. Su hermano mayor dejó el colegio.
-Acá está. Un verdadero milagro. Para esto trabajamos.
24 de mayo. Alvarito llega de buen ánimo. Se ve feliz.
"Porque si no le ponemos un límite ahora, en pocos años íbamos a tener un delincuente en la casa"
"Nos angustia lo que viene ahora: irá a un colegio municipal del sector y yo sé cómo esa la cosa ahí; van niñitos de ocho años con fierros a clases para defenderse. Y nadie se dará el tiempo que nosotros nos dimos con él, allá es todo anónimo, es una maquinaria: si no se portan bien, los botan".
  
Rodrigo Fluxá N. fotografía Carla Dannemann.

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