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La gratuidad, proyecto de dominación


Columnistas


"¿Saben qué es la educación superior? Un proceso de formación lleno de deberes. El problema es que si hay una mentalidad que se contrapone a la del deber, que no lo tolera y lo rechaza, es la de la gratuidad..."


¿Es la educación superior un bien de consumo o un derecho social? Sobre esa disyuntiva disputan las ideologías. Pero desde dentro de la vida universitaria misma, no consideramos que sea ni una cosa ni la otra, sino algo muy diferente.

¿Saben qué es la educación superior? Un proceso de formación lleno de deberes. El problema es que si hay una mentalidad que se contrapone a la del deber, que no lo tolera y lo rechaza, es la de la gratuidad. Y la gratuidad está de moda, porque de moda y por unos meses está Bachelet.

La gratuidad en la educación superior -es decir, tú no pagas, otros pagarán impuestos para que tú estudies gratis- es la fórmula más sutil jamás concebida para colocar a cientos de miles de jóvenes en el umbral de su total aniquilación.

Llegarán a la universidad que escojan y, sea cual sea, se enfrentarán a un conjunto de realidades en sí mismas onerosas, completamente contradictorias con el arancel cero asignado a sus estudios.

Los profesores les pediremos que paguen por todo: que dediquen mucho tiempo al estudio, que corrijan sus errores, que adquieran libros y materiales costosos, que superen sus limitaciones intelectuales. Todo caro, todo exigente y sin ningún éxito asegurado. Deberán pagar por todo. Pero, por contraste, la política oficial les estará diciendo: tú mereces estudiar gratis.

Los que entiendan el engaño de que han sido objeto reaccionarán contra el diseño socialista. Los demás, rebeldes por un día y borregos por las próximas décadas, denunciarán a sus maestros y a sus instituciones por explotación. Los profesores, las autoridades, las normativas quedarán sujetas al "control de gratuidad", es decir, "como estudio gratis, fácilmente debo aprobar y graduarme". Nadie ha descrito esa condición mejor que Dostoievski: "Era un escéptico, era joven, dado a las abstracciones y por lo tanto, implacable".

El aprendizaje para la vida quedará por completo anulado. Todo lo que la universidad supone de transición entre la vida juvenil y el mundo de los adultos será totalmente suprimido, ya que al proyecto socialista nada le resulta más conveniente que una masa informe de eternos adolescentes: incapacitados para valerse por sí mismos, miles de jóvenes estirarán sus manos para recibir la migaja estatal, cuando podrían estar moviéndolas para crear riqueza y forjarse un destino.

Los planificadores de la izquierda conocen muy bien las coordenadas de gran parte de la juventud actual: saben que son individualistas, que van a lo suyo, que gastan o se endeudan en sí mismos... Por lo tanto, saben que nada podría cautivarlos más que la gratuidad de sus estudios superiores. Obviamente, no les dirán que cuando algo te cuesta, te esfuerzas más, y cuando algo es regalado, no te esfuerzas nada. Jamás les reconocerán que hoy en Argentina se gradúa el 27% de los matriculados y en Chile, el 57%.

Por cada Boric, Figueroa, Ballesteros, Jackson y Vallejo que vocifera a favor de la gratuidad, 10 mil tipos comunes y corrientes se transformarán en sus clientelas. Adocenados, mascarán las lauchas que desde el Estado les quieran lanzar sus dirigentes para su alimentación.

Entremedio, Chile habrá perdido miles de emprendedores, de creadores, de innovadores, de gestores de iniciativas sociales. Y, sobre todo, el país se habrá privado de los mejores talentos universitarios, porque nadie puede pretender que en un clima socialista de mediocridad intelectual consumada, la universidad, la ciencia y la cultura puedan ser lugares atractivos para los mejores espíritus.

Esos mundos se llenarán de los burócratas de siempre, de esos que hacen como que trabajan, porque hacen como que les pagan.

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