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Crítica con amor y esperanza sin separarse de la Iglesia o desvirtuar lo que es del Señor...‏



Críticas dentro de la Iglesia
por Pbro Luis Eugenio Silva 
Diario La Segunda, Jueves 13 de Junio de 2013

La controversia suscitada acerca de la Iglesia, a propósito de críticas recibidas, ha desencadenado reacciones en pro y en contra. Como profesor de historia de la Iglesia y la Edad Media —período respecto del cual más se ha criticado a la primera— he revisado lo que llamo críticas «desde dentro», que, en vez de atacarla sin piedad por sus defectos, han hecho una obra constructiva, iniciando movimientos que reafirmaron a la Iglesia y que no quisieron escandalizar, sino que estimular sus genuinos valores.
Cuando el monacato se había desdibujado y la exigencia de la regla era escasa, San Benito de Aniano, en el siglo IX, lo reforma. Ello se hizo desde dentro de la Iglesia, en un momento en que los poderes laicos se adueñaban de los monasterios. Produjo un enorme fruto espiritual y cultural, pudiendo decirse que fundó la cultura del Occidente.
También en la esfera monástica, San Bernardo, en el siglo XII, recrea, desde dentro del benedictinos, el movimiento del Císter —aunque él no lo fundó—, donde la pobreza y el rigor de una vida evangélica eran un modelo a imitar por las otras órdenes y por una sociedad donde el materialismo se había apoderado en parte de los religiosos. San Francisco de Asís, en el siglo XIII, en un momento en que el poder del Papado era enorme y las riquezas de la Iglesia también, muestra que el camino de la pobreza y de la humildad era lo que correspondía. Nunca tuvo una palabra de desprecio para el sacerdocio, ni menos para el poderoso Papa Inocencio III, al que le pidió que aprobara su movimiento. Su ideal sirvió, como el de Santo Domingo de Guzmán y de otros grandes fundadores, para renovar a la Iglesia y abrir a los laicos nuevos derroteros espirituales de enorme trascendencia.
Raimundo Llulio, en el siglo XIV, indica que el sistema de conversión a los infieles ha de hacerse predicando y conociendo sus lenguas y culturas, para lo cual, indicaba en un Concilio, se debían aprender las lenguas árabe y hebrea. Era un período en que la Iglesia sufría los inicios de un tremendo cisma, que la llevó a tener tres papas. Y la crítica se hizo desde dentro. Durante el período de los papas renacentistas, más señores temporales que pastores algunos de ellos, surgen los movimientos de auxilio a los más necesitados: Montes de Piedad, cofradías que enterraban a los pobres y otras que recogían a los huérfanos y a las mujeres que caían en la prostitución. Y ello se hizo calladamente, sin descalificar públicamente a los señores papas. San Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, al iniciar la Orden, la pone bajo la autoridad del Papa, con un voto especial de obediencia a él... e Ignacio bien conocía a Paulo III, Farnecio, y cómo había conseguido el capelo cardenalicio. Pero su crítica consistió en estimular los carismas de la Iglesia a pesar de sus defectos. Dio mucho fruto.
Pasamos al siglo XIX, y vemos cómo laicos como el conde de Mund y otros, en diversas partes de Europa, advierten sobre las formas miserables de vida de los pobres y llaman a mejorarlas convocando reuniones y congresos. Con ello se adelantaron al nacimiento de la doctrina social de la Iglesia, con la encíclica Rerum Novarum, de León XIII. San Juan Bosco impulsa, en un momento en que el pontificado defendía su estado temporal, la educación y el cuidado de los niños con sus escuelas y oratorios. No condena a los papas preocupados de otros asuntos. Y, en el siglo XX, la beata Teresa de Calcuta y en Chile San Alberto Hurtado desarrollaron, desde dentro de la Iglesia, una inmensa obra de solidaridad con los más pobres entre los pobres, sin criticar acerbamente a la jerarquía y aun sufriendo incomprensión de parte de algunos obispos por mostrar un camino que no era entendido por todos.
Podemos criticar a la Iglesia, pero como lo hace un hijo: con amor y esperanza, desde su interior, sin ponernos al frente como un Savonarola condenador y descalificador. No se debe olvidar que, así como existe la comunión de los santos y sus gracias nos llegan a todos, existe también una comunión de las faltas y pecados, y que todos contribuimos a ambas. La Iglesia es y será santa y pecadora, y lo que deben hacer sus miembros es aumentar los niveles de santidad con las buenas y justas obras que surgen de la fe en Jesucristo. Esta inspira a los creyentes y a la humanidad entera para entender que la perfección ha de estar en tratar de tener una vida recta, justa y caritativa con todos.

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