Los líderes mundiales no están leyendo adecuadamente los entornos tan frágiles que emergen a borbotones de una sociedad que encontró en las redes sociales la irradiación de su malestar, quejas y reclamos. La reciente evidencia aporta luces que hay un profundo desentendimiento de las expectativas sociales, y el retorno desde el poder.
El ciudadano pide alcanzar el nivel del bienestar, entendido como el acceso a bienes y una mejor calidad de vida, donde las políticas públicas, dejaron de ser una entelequia intelectual, para convertirse en el único instrumento real que pueda transformar la percepción del cambio, en un mundo que está atravesando una transición de modelos ideológicos a respuestas rápidas sin las premisas que marcaron el siglo XX. La sociedad global, no está inserta en la contienda de izquierdas y de derechas donde tozudamente los actuales dirigentes políticos apuntan sus discursos y programas de gobierno.
La transformación tomó tal velocidad que se siente una desconexión total, quedando el factor político fuera de contexto, y hablándole a una audiencia que ya no está más. Las sociedades no están escogiendo sus autoridades por el pensamiento político que ellas tengan, sino en la respuesta a las expectativas de alcanzar el bienestar que puedan ofrecer.
En esta línea, el pensamiento político no se adecua a la velocidad del reclamo social. Y la asimetría lleva a que la calle sea la plaza pública de ciudadanos que no quieren dejar pasar el inmovilismo que tiempo atrás se tranzaba en el punto de concordia. Hoy eso ya no es un fundamento para la política. No se trata tampoco de hacerla cercana como algunos advierten. Sencillamente, lo que se espera es que la visión de futuro, no sea un enunciado al vacío, y obedezca a la línea de resolución de problemas que se tienen.
Desde esta lógica, la teoría política no debe cambiar. Sus pilares siguen siendo los mismos. El motor del cambio debe partir de los actores que “hacen” la política, dejando atrás los intereses personales, de colectividad –ya es pasado- y sincronizarse con los tiempos actuales de representar genuinamente las voluntades de las mayorías, en procura del bienestar.
Se equivocan los que siguen pensando que los slogan o las ideas/fuerza que salen del marketing, satisfacen estas demandas. Unos reclaman por derechos básicos de libertades individuales, de expresión, de respeto de los derechos humanos, otros, porque la democracia sea efectivamente representativa y el poder no quede en manos de los menos sobre los más.
Así las cosas, la transición global en la que estamos inmersos requiere una mirada diferente al quehacer político. Regímenes autoritarios se seguirán derrumbando aunque se sostengan con baños de sangre –Siria, Corea del Norte, Cuba-. El autoritarismo será demolido por una fuerza superior: la voluntad popular.
Los pueblos han perdido el miedo a los represores, y prefieren transitar por sociedades donde todos tengan los mismos derechos y deberes. Los privilegios de la clase política desaparecerá, y él único que les quedará será el de ser eficientes administradores de los recursos fiscales para alcanzar el bienestar.
Ello significa que el acuerdo social, es más importante, en tanto el pueblo esté convencido que le produce bienestar, de lo contrario, las promesas de que la mejoría viene por cambiar las reglas del entendimiento, abrirá un espacio para la irrupción de los populismos, con el desastre que terminan provocando en una nación.
Lo importante es que el ciudadano ya sabe el alcance de su reacción y el político aún no entiende el alcance de su acción. Aquí esta precisamente la baja valoración que se tiene por la llamada clase política, más defensora de viejos paradigmas que se cayeron a pedazos y que no sienten que se les cayó a sus pies y una sociedad más empoderada y dueña de su futuro.
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