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Mentes enfermas, espíritus perversos...‏



Daniel Zamudio
por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 07 de Abril de 2012
http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2012/04/07/daniel-zamudio.asp
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Tenía 24 años. Trabajaba en una tienda de ropa china. Estaba juntando plata para estudiar modelaje después que saliera de cuarto medio. Vivía en San Bernardo con su mamá y sus hermanos. Sus papás estaban separados. A los diecisiete años reunió a su familia en la casa y les dijo que era homosexual. No fue sorpresa para nadie. Su mejor amiga del colegio, compañera de banco desde los ocho años, contó que en la escuela a veces lo molestaban y le decían hueco. Él no contestaba nada, se reía solamente. Le gustaba cocinar, especialmente comida china. Cuando chico dibujaba el Titanic partido en dos. Una amiga suya del alma se suicidó jovencita y al Dany su muerte lo afectó muchísimo. Le costó salir adelante. Dejó el colegio. Su jefe en la tienda de ropa china donde estaba trabajando ahora, lo quería mucho. Los que lo conocían bien lo querían. El Dany era un muchacho tranquilo. A veces tomaba más de la cuenta en su tiempo libre, pero no molestaba a nadie. El viernes 2 de marzo partió a trabajar a las siete y media de la mañana desde su casa. Llamó a su mamá como a las once y media para decirle que en la tarde se iba a juntar con una amiga. Nada de qué preocuparse. Su mamá igual se preocupaba, nunca estaba demasiado tranquila cuando él salía. Una vez el Dany contó en la casa que a la salida de la discotheque Blondie lo amenazaron, le dijeron que sabían dónde trabajaba y que lo iban a matar por ser homosexual. No creo que le hayan dicho homosexual, lo menos que le dijeron fue maricón. Su mamá se asustó. Le decía que se cuidara, que a ella le daba miedo que le hicieran algo. El Dany no mataba una mosca, y no sentía que tuviera que cuidarse especialmente. Era un muchacho inocente, tan inocente que ese viernes 2 de marzo, en el Parque San Borja, dormía la mona a eso de las nueve de la noche cuando una pandilla de cuatro salvajes empezó a golpearlo con saña, con alevosía, por ser homosexual. No había nadie en el lugar. A pesar de que el parque tiene guardias y de lo cerca que está la Alameda, no hubo nadie que defendiera al Dany. Uno de los matones hizo de cabecilla. Uno que se llama Patricio, que se jactó muchas veces de andar pegándole a peruanos y homosexuales, que dicen que es neonazi y que había salido hacía poco de la cárcel por robo con intimidación. Los otros tres eran conocidos con los que solía juntarse en el Eurocentro del Paseo Ahumada. Unos brutos sin identidad. Incapaces en ese momento de oponerse a las órdenes del cabecilla. El cabecilla mandó a uno a comprar copete y lo que empezó siendo una golpiza terrible se convirtió en una sesión de tortura que duró más de cinco horas. El Dany comenzó a sangrar y perdió la conciencia. Le pegaron combos y patadas en todo el cuerpo, y luego lo golpearon con una piedra enorme en la cabeza, el estómago y las piernas. Después de machacarle las piernas con la piedra, el cabecilla hizo palanca en una de ellas y se la rompió. El compañero de golpiza que confesó días después dijo textual: "Sonó como un hueso de pollo". Sé que no es agradable leer el relato pormenorizado de una sesión de tortura, pero a veces no hay otra forma de poder entender (hasta donde llega el entendimiento humano) qué es lo que está sucediendo en este caso, por qué tanta violencia. Le rompieron al Dany en la cabeza una botella de pisco sour Campanario, y con el gollete le marcaron esvásticas en la piel. Completamente embrutecidos, continuaron apagándole cigarrillos en su cuerpo ya vencido por los golpes. Conscientes o no de que Daniel Mauricio Zamudio Vera respiraba con dificultad y sobrevivía apenas, lo dejaron tirado en un rincón del Parque San Borja y se fueron. El martes 27 de marzo, a un cuarto para las ocho de la noche, el Dany terminó de morir en la Posta Central. Pienso en él con frecuencia en estos días. No creo que su muerte sea un accidente, o sólo el resultado de la acción de cuatro matones que se encontraron con él y dieron rienda suelta a sus más perversos y brutales instintos. Hay algo más que no puedo identificar con claridad en esta historia cruel y salvaje. La homofobia ha estado instalada desde tiempos remotos entre nosotros. Uno a veces no imagina ni sospecha el alcance que llegan a tener determinados discursos intolerantes en mentes perversas y espíritus enfermos. ¿Cuánto hemos colaborado a que diversas minorías se persigan a vista y paciencia nuestra? ¿Mejora nuestra calidad de vida con el aumento de penas y control policial? Me lleno de preguntas. Prefiero hacerlas a callarlas. Leo el epitafio que dejó escrito Wislawa Szymborska: "Transeúnte, quita a tu electrónico cerebro la cubierta y piensa un poco en el destino de Wislawa". Transeúnte, piensa un poco en el destino de Daniel Zamudio.

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