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Jesús procesado



Diario El Mercurio, Sábado 07 de Abril de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/04/07/jesus-procesado.asp

Señor Director:
En esta semana en que el mundo cristiano conmemora la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, nos gustaría reflexionar sobre el proceso judicial por el cual fue condenado a muerte en la cruz.
El juicio tuvo dos partes: un proceso ante el Sanedrín (el consejo integrado por los jefes religiosos del pueblo judío) y otro ante el procurador romano de Judea: Poncio Pilato.
El primer proceso tenía su resultado determinado. Previamente los sacerdotes y fariseos habían convenido en que Jesús debía ser eliminado. Las palabras del sumo sacerdote Caifás son claras: "Conviene que uno muera por el pueblo y no que perezca la nación entera" (Juan 11, 50). Después de su arresto nocturno el día jueves anterior a la Pascua judía, llevan al prisionero a la casa del sumo sacerdote, donde se ha reunido el Sanedrín. Viendo que los testigos se contradicen y no constituyen prueba suficiente, Caifás lo conmina a autoincriminarse declarando si es el Mesías, el Hijo de Dios, a lo cual Jesús responde afirmativamente. Por aclamación el Sanedrín dicta sentencia condenándolo a muerte por blasfemia.
Los jueces no se sienten habilitados para ejecutar su fallo. El viernes por la mañana conducen al reo ante el procurador romano para que este aplique la pena que los romanos reservan para los peores criminales: la crucifixión. Pero deben ensayar otra acusación, ya que una discrepancia religiosa local no es relevante para la mentalidad romana. Se lo acusa ahora de un delito político: sublevar al pueblo contra la ocupación de Roma declarándose rey de los judíos. Pilato interroga a Jesús y se da cuenta de su inocencia, pero observa fuera del palacio una turba alborotada dispuesta a ocasionar revueltas. Intenta varios recursos para sacarse el problema de encima: lo envía infructuosamente a Herodes; lo hace flagelar y ridiculizar, y finalmente intenta aplicarle el indulto de Pascua, pero la muchedumbre elige como beneficiario al homicida Barrabás. Comienzan a gritarle que si no condena a Jesús muestra que no es amigo del César y, ante esa amenaza, Pilato cede: ordena crucificar a Jesús, no sin antes insistir en que sentencia a un inocente por dar gusto a los que vociferan en su contra. Se lava las manos, en un gesto simbólico de no asunción de la responsabilidad.
Este proceso, que cambió la historia de la humanidad, puede ayudarnos a sacar algunas lecciones útiles para hoy.
Lo primero que puede reprocharse es el prejuicio de los jueces del Sanedrín: no están tratando de impartir justicia y averiguar la verdad; han declarado de antemano culpable al procesado. Se han convencido de que debe morir para evitar un mal colectivo mayor. Esta lógica de medir la vida de un ser humano con otros intereses y considerar que es útil que muera un ser humano para evitar un mal supuestamente mayor sigue vigente: el asesinato selectivo de líderes islámicos o el mismo aborto legal son trágicos ejemplos: "Conviene que uno muera, en vez de...".
Otra conducta execrable es la de Pilato: un juez que falla contra su conciencia para no irritar a las masas que lo presionan. También hoy los juzgadores están sometidos a esta disyuntiva, y el clamor popular tiene canales de expresión más poderosos que los que existían en los años 30 de nuestra era. Es necesario que los jueces estén dispuestos a enfrentar ese poder y fallar siempre conforme al mérito del proceso y de acuerdo a lo que consideran justo. Lavarse las manos, en público o en privado, no excusa.
Al procurador romano no le sirvió: después de 20 siglos, cada domingo muchos cristianos repiten en su profesión de fe que Jesús "padeció bajo el poder de Poncio Pilato".
Hernán Corral T.
Profesor de Derecho Civil Universidad de los Andes

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