por Juan Carlos Eichholz
Publicado el Domingo, 11 Marzo 2012
http://www.uai.cl/columnas-de-opinion/emprendimiento-a-la-americana--o-de-verdad
Juan Carlos Eichholz Correa
Centro de Liderazgo Estratégico
El Mercurio
¿Se atreve Ud. a adivinar cuántos Starbucks existen en Manhattan? Para que tenga una referencia, en Santiago hay 29. Pues bien, en la capital financiera del mundo existen 259 –están en todas partes, literalmente–, es decir, nueve veces más que en nuestra capital.
Una explicación posible es que el poder adquisitivo aquí es más alto –¡sabemos cuánto vale un café en un Starbucks!–, lo que hace sentido. Otra es que los americanos toman más café que los chilenos, lo que es cierto. Una tercera es que en Nueva York hace más frío que en Santiago, lo que no resulta muy convincente. Y una cuarta, entre otras que a Ud. se le puedan ocurrir, es que aquí hay más necesidad de espacios de reunión, conversación y trabajo.
Entrar a un Starbucks en Manhattan es sinónimo de encontrarse en un lugar lleno de personas –en general menores de 40 años– interactuando unas con otras, muchas veces con laptops abiertos, muy rara vez usando corbata, y normalmente elucubrando o buscando crear algo. No importa la hora, ése es siempre el panorama. Con todo, y más allá de la abismante diferencia en materia de flujo de gente, el panorama no es tan distinto en Santiago. Sin embargo, la brecha se nota después, cuando hay que pasar del Starbucks a la oficina de algún inversionista y de tomar el café a tomar los riesgos.
La nueva sociedad
El éxito de Starbucks está menos en la calidad del café y más en la encarnación de un concepto, el de una sociedad más de redes, más horizontal, más innovadora, más informática, más flexible. En simple, una sociedad más de emprendedores. Es como si los emblemáticos garajes de Bill Gates o de Steve Jobs hubiesen sido reemplazados por los Starbucks de hoy. O como dijo alguna vez Jeff Bezos, el fundador de Amazon, “Más que Barnes & Nobles (la mayor cadena de librerías), me preocupa lo que puedan estar haciendo dos tipos en un café”.
Sin ir más lejos, Jobs (Apple), Gates (Microsoft), Ellison (Oracle) y Zuckerberg (Facebook), entre tantos otros, dejaron sus estudios universitarios a medio camino para dedicarse por completo a sus emprendimientos, rompiendo con los moldes de la época.
Pero más que dejar de estudiar, desde luego, el asunto está en atreverse: atreverse a dejar lo que se tiene, atreverse a experimentar, atreverse a fracasar, atreverse a salirse de las estructuras, atreverse a desafiar el statu quo, atreverse a preguntar por qué no, atreverse a enfrentar el qué dirán, atreverse a vivir en la incertidumbre, atreverse a confiar en otros, atreverse a no tener respuestas.
Y de cierto modo, el caminar por las calles de Nueva York, subirse al ascensor de un edificio de oficinas o andar en el metro, permite palpar la existencia de esa energía, de esa intención emprendedora, en el más amplio sentido de la palabra. Desde quien está abriendo un negocio hasta quien está postulando al elenco de un nuevo musical, pasando por quien está diseñando una página web o quien está tratando de desarrollar una aplicación para celulares, o quien está dibujando o cantando o leyendo o hablando con su compañero de trabajo acerca de cómo darle una vuelta de tuerca a lo que ya hacen bien.
Si durante los ´80 Nueva York pudo estar representado simbólicamente por esos hombres caucásicos, impecablemente vestidos de chaqueta y corbata y provenientes del mundo financiero, hoy lo está por esa masa variopinta de gente, que se mueve en forma autónoma y apasionada en busca de su propio destino. Y más fuerte aun es el contraste entre esta nueva sociedad y los políticos de Washington, que son vistos cada vez más lejanos y desconectados de lo que está aflorando por todos lados. Por primera vez, de hecho, tanto los políticos como los empresarios caen en las encuestas de confianza, lo que habla, al final del día, de lo atrasada que se ha quedado la élite en relación a la nueva sociedad que emerge. ¿Algún paralelo con Chile?
Las nuevas empresas
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en Chile, en EE.UU. la crítica a los empresarios no es sinónimo de crítica a la empresa. Y es que, por una parte, las grandes empresas son tan grandes que no tienen un controlador visible y, por otra, las figuras más llamativas del mundo empresarial se han cuidado de mantenerse distantes de la élite económica. “No busco ser el tipo más rico del cementerio”, decía Steve Jobs.
De hecho, las empresas aquí se han ido moviendo en forma bastante decidida hacia la creación de mayores espacios de libertad y adaptabilidad para sus empleados, permitiéndoles balancear mejor sus intereses personales y laborales. Como muestra, más de un tercio de las personas que se desempeñan como empleados en este país trabajan al menos un día a la semana desde sus casas, y ni hablar de la flexibilidad horaria.
Pero, además, el propósito final es otorgarles a las personas la posibilidad de desplegar todos sus talentos al interior de la organización, al punto de transformar a varias de ellas en especies de intra-emprendedores. En otras palabras, se fomenta el desarrollo de ideas que den origen a buenos proyectos que luego reciben financiamiento de la empresa para ser implementados por los mismos empleados que lo idearon.
Y, por supuesto, así como los clubes de fútbol buscan y apuestan por jugadores juveniles, las grandes empresas saben que muchas de las buenas ideas están siendo generadas afuera, por emprendedores a quienes miran con atención para comprarles “el pase”.
¿Y el nuevo Chile?
El nuevo Chile, hay que ser honestos, se encuentra recién incubándose. Socialmente ya nació y está dándose a conocer, produciendo un cierto escozor en algunos que prefieren refugiarse en el actual orden de cosas. Pero empresarialmente tiene mucho camino que recorrer. Como es difícil autodiagnosticarse, lo mejor es escuchar a quienes pueden observar con más perspectiva. Uno de ellos es un israelí que se mudó de Silicon Valley a Chile para formar un gran fondo de capital de riesgo que fomentara el emprendimiento. ¿El resultado? Estuvo seis meses empapándose de la realidad nacional y decidió llevarse el fondo a Singapur: “Este país tiene mucho potencial, pero para decirlo suavemente, le faltan aún diez años.”
Como muchos otros lo han percibido y padecido, chilenos y extranjeros, el cuello de botella está cada vez menos en la falta de ideas y cada vez más en la falta de capital para pasar de la etapa inicial y semilla del proyecto a aquella que permita escalarlo. ¿”¡Falta de capital!” se preguntará Ud., cuando en Chile las utilidades de los bancos no dejan de llamar la atención y las grandes empresas no dejan de anunciar inversiones millonarias?
Lo cierto es que plata hay, pero, en palabras del propio Amon Kohavi –que al haber hablado en los medios sólo hizo pública la conversación de pasillo que se da en el mundo de emprendedores–, “El corazón del problema es la dramática brecha generacional entre jóvenes emprendedores y la generación vieja. La sociedad chilena es menos dinámica que la estadounidense y la asiática; un puñado de familias monopólicas controlan el país y no se van a mover… Los recursos naturales del país son una desventaja en esto, porque hacen que los ricos no tengan que trabajar duro.”
¿Cuánto de cierto hay en esto? Probablemente mucho, sólo que es más fácil matar al mensajero. Aunque existen honrosas excepciones, nuestra cultura empresarial es más vertical que horizontal, más dada al control que a la confianza, más de hacerlo solo y ganarle al otro que de hacerlo en conjunto y ganar los dos, más proclive a irse por el camino conocido que a experimentar con lo desconocido, más de esconder los errores que de exponerlos y aprender de ellos.
No son pocos los emprendedores que al salir a buscar capital para escalar su negocio se encuentran con quienes están dispuestos a invertir, pero quedándose con una tajada muy grande de la torta. Y no son pocos los empleados que deben dejar las empresas en las que trabajan para intentar desarrollar un proyecto que podrían haber realizado dentro de ella si se les hubiera dado el espacio y los incentivos.
Al final, una cosa es que se hable de emprendimiento y otra es que ocurra de verdad. Y en Chile los Starbucks se podrán estar llenando cada vez más de personas con iniciativa, pero que ven con frustración cómo sus cafés se van enfriando de tanto esperar.
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