Artículo correspondiente al número 317 (27 de enero al 1 de marzo del 2012)revista capital
Cuando el israelí Arnon Kohavi dijo que se iba de Chile porque la elite le hacía el quite al capital de riesgo, remeció bastante al mercado. Apuntó a lo que muchos pensaban y pocos se atrevían a decir. Sin embargo, otros actores del mundo del emprendimiento aseguran que aquí sí se está armando un ecosistema de innovación y negocios. No como en California, claro. Pero de que lo hay, lo hay. Por Fernando Vega.
Chile no es Silicon Valley, pero tampoco es un entorno hostil para el capital de riesgo. Hay cultura emprendedora y apoyo del Estado. Pero faltan, eso sí, inversionistas más jugados frente a un número creciente de profesionales capaces de atreverse. Ese es el comentario que circula por estos días en ese mundo.
Emprendedores, administradores de fondos, empresarios y académicos aseguran que aquellos ingredientes tan especiales que se necesitan para generar un ecosistema de innovación y negocios, aquí sí existen. Que incluso, hay un optimismo abrumador y un entorno legal que permiten realizarlo. Pero advierten que la capacidad de encontrar inversionistas y los montos que éstos están dispuestos a entregar para crear ese lugar idílico –en que todas las ideas de negocios cuentan o consiguen vías para llevarse a cabo– es el gran problema.
Cuando el israelí Arnon Kohavi dijo que Chile no estaba listo para desarrollar el capital de riesgo porque “la sociedad chilena es menos dinámica que Asia o Estados Unidos; un puñado de familias monopólicas la controlan, y no se moverán”, removió al mercado y al gobierno, que lo había invitado a instalarse en Chile el año pasado.
Y la sorpresa no se produjo sólo porque unos meses antes de marcharse él mismo había declarado que el “próximo Facebook” saldría de este país, sino porque dijo lo que muchos pensaban y pocos se atrevían a decir. Kohavi abrió un dique cuyas compuertas nadie pensaba levantar y las dejó abiertas hasta hoy. En el sector no se habla de otra cosa y basta darse una vuelta por Internet para ver cómo el debate sigue on fire. Y eso que el israelí ya lleva un mes viviendo en Singapur con su familia.
Kohavi buscaba en Chile un compromiso de la elite para instalar su fondo de inversión. Pero fracasó. Ya a mediados del año pasado comenzó a mostrar su decepción. Comentaba a varios inversionistas que el gran problema nacional era la existencia de una brecha generacional dramática entre los emprendedores jóvenes y la generación antigua, que se supone es la que en todo el mundo apoya económicamente los nuevos proyectos. Un gestor de fondos recuerda un encuentro en Antofagasta del que el emprendedor salió muy deprimido, diciendo que “así no se podía”, porque ninguno de los posibles aportantes ni siquiera era capaz de comprender la naturaleza de las propuestas.
“Claramente, nos falta mucho; pero si miramos hacia años atrás, en Chile no existía nada y hoy sí. Hay un salto cuántico. El cambio que ha ocurrido entre el 2000 y el 2011 es increíble. Hoy hay un entorno, hay emprendimiento, hay innovación, hay capital de riesgo. En 2000 no había fondos, ni incubadoras. Hoy el emprendimiento y la innovación son incluso parte del currículo de las universidades”, sostiene Gonzalo Miranda, vicepresidente de la asociación chilena de estas sociedades, la ACAFI.
Cultura emprendedora
La arriesgada decisión de montar un negocio propio e innovador es mucho más frecuente entre profesionales chilenos de lo que se cree. Sean del ámbito que sean. Según un último informe de la Latin American Venture Capital Asociation (Lavca), Chile es el país más atractivo de la región para desarrollar el capital de riesgo. En opinión de la entidad –que desde 2006 elabora este ranking que distribuye por todo el mundo– el espíritu emprendedor es una de las principales características diferenciadoras de esta economía. Y destaca el nivel de las empresas, de los centros de investigación y de sus profesionales.
Según el documento, las diferencias competitivas entre Chile y Estados Unidos no son tan abismantes en términos de trabas legales o burocráticas.
De acuerdo a las estadísticas, en Chile hay fe en las start-up. Según estimaciones del sector, se han arriesgado unos 800 millones de dólares en apoyar nuevas empresas entre 2000 y 2010. El año pasado hubo una pequeña baja, pero no significativa. Sólo el Estado ha aportado 424 millones de dólares en la última década. Esos recursos han ido a parar a 120 proyectos de diversos sectores económicos. Además, hay varios miles de dólares que no están contabilizados porque corresponden a aportes privados o familiares.
Los datos son optimistas, pero aún así el mundo del emprendimiento chileno todavía se encuentra en pañales. “En Chile, el capital de riesgo está donde está porque no hay suficientes historias de éxito que generen deseos de emular, como pasa con la historia de los futbolistas”, sostiene José Miguel Musalem, socio fundador de Aurus.
Los grandes sucesos made in Chile son Zappedy, la empresa tecnológica de Francisco Larraín, comprada por Groupon en unos 10 millones de dólares, y Wanako Games, una desarrolladora de juegos para consola de Tiburcio de la Cárcova y Esteban Sosnik, vendida en la misma cifra a Vivendi, en 2007.
Pero se comenta que, por lejos, la historia más rutilante –tanto por monto como por impacto– ha sido Chiron, la empresa bioquímica del Premio Nacional de Ciencias Pablo Valenzuela, quien desarrolló la vacuna contra la hepatitis B y descubrió el virus de la hepatitis C. La compañía, basada en Estados Unidos –de la cual Valenzuela no era el único propietario– fue comprada por la suiza Novartis en varios millones de dólares en 2005. Tal cual. Hoy, Valenzuela desarrolla una investigación sobre el cáncer, con Aurus.
Otro de los proyectos que suena fuerte es Tiaxa, un sistema de financiamiento para servicios de celulares de prepago y que opera en varios países de América latina, África y Asia, incluyendo la India.
Y se mencionan varias tecnológicas como Snnatech, Carenado o Phytotox, el proyecto de crema antiarrugas con toxina de la marea roja que pronto comenzará a comercializarse en Europa. También hay fondos estadounidenses probando biocombustibles a partir de algas marinas y varios desarrollos en minería, agro-negocios y energía.
Chile no es Silicon Valley, pero tampoco es un entorno hostil para el capital de riesgo. Hay cultura emprendedora y apoyo del Estado. Pero faltan, eso sí, inversionistas más jugados frente a un número creciente de profesionales capaces de atreverse. Ese es el comentario que circula por estos días en ese mundo.
Emprendedores, administradores de fondos, empresarios y académicos aseguran que aquellos ingredientes tan especiales que se necesitan para generar un ecosistema de innovación y negocios, aquí sí existen. Que incluso, hay un optimismo abrumador y un entorno legal que permiten realizarlo. Pero advierten que la capacidad de encontrar inversionistas y los montos que éstos están dispuestos a entregar para crear ese lugar idílico –en que todas las ideas de negocios cuentan o consiguen vías para llevarse a cabo– es el gran problema.
Cuando el israelí Arnon Kohavi dijo que Chile no estaba listo para desarrollar el capital de riesgo porque “la sociedad chilena es menos dinámica que Asia o Estados Unidos; un puñado de familias monopólicas la controlan, y no se moverán”, removió al mercado y al gobierno, que lo había invitado a instalarse en Chile el año pasado.
Y la sorpresa no se produjo sólo porque unos meses antes de marcharse él mismo había declarado que el “próximo Facebook” saldría de este país, sino porque dijo lo que muchos pensaban y pocos se atrevían a decir. Kohavi abrió un dique cuyas compuertas nadie pensaba levantar y las dejó abiertas hasta hoy. En el sector no se habla de otra cosa y basta darse una vuelta por Internet para ver cómo el debate sigue on fire. Y eso que el israelí ya lleva un mes viviendo en Singapur con su familia.
Kohavi buscaba en Chile un compromiso de la elite para instalar su fondo de inversión. Pero fracasó. Ya a mediados del año pasado comenzó a mostrar su decepción. Comentaba a varios inversionistas que el gran problema nacional era la existencia de una brecha generacional dramática entre los emprendedores jóvenes y la generación antigua, que se supone es la que en todo el mundo apoya económicamente los nuevos proyectos. Un gestor de fondos recuerda un encuentro en Antofagasta del que el emprendedor salió muy deprimido, diciendo que “así no se podía”, porque ninguno de los posibles aportantes ni siquiera era capaz de comprender la naturaleza de las propuestas.
“Claramente, nos falta mucho; pero si miramos hacia años atrás, en Chile no existía nada y hoy sí. Hay un salto cuántico. El cambio que ha ocurrido entre el 2000 y el 2011 es increíble. Hoy hay un entorno, hay emprendimiento, hay innovación, hay capital de riesgo. En 2000 no había fondos, ni incubadoras. Hoy el emprendimiento y la innovación son incluso parte del currículo de las universidades”, sostiene Gonzalo Miranda, vicepresidente de la asociación chilena de estas sociedades, la ACAFI.
Cultura emprendedora
La arriesgada decisión de montar un negocio propio e innovador es mucho más frecuente entre profesionales chilenos de lo que se cree. Sean del ámbito que sean. Según un último informe de la Latin American Venture Capital Asociation (Lavca), Chile es el país más atractivo de la región para desarrollar el capital de riesgo. En opinión de la entidad –que desde 2006 elabora este ranking que distribuye por todo el mundo– el espíritu emprendedor es una de las principales características diferenciadoras de esta economía. Y destaca el nivel de las empresas, de los centros de investigación y de sus profesionales.
Según el documento, las diferencias competitivas entre Chile y Estados Unidos no son tan abismantes en términos de trabas legales o burocráticas.
De acuerdo a las estadísticas, en Chile hay fe en las start-up. Según estimaciones del sector, se han arriesgado unos 800 millones de dólares en apoyar nuevas empresas entre 2000 y 2010. El año pasado hubo una pequeña baja, pero no significativa. Sólo el Estado ha aportado 424 millones de dólares en la última década. Esos recursos han ido a parar a 120 proyectos de diversos sectores económicos. Además, hay varios miles de dólares que no están contabilizados porque corresponden a aportes privados o familiares.
Los datos son optimistas, pero aún así el mundo del emprendimiento chileno todavía se encuentra en pañales. “En Chile, el capital de riesgo está donde está porque no hay suficientes historias de éxito que generen deseos de emular, como pasa con la historia de los futbolistas”, sostiene José Miguel Musalem, socio fundador de Aurus.
Los grandes sucesos made in Chile son Zappedy, la empresa tecnológica de Francisco Larraín, comprada por Groupon en unos 10 millones de dólares, y Wanako Games, una desarrolladora de juegos para consola de Tiburcio de la Cárcova y Esteban Sosnik, vendida en la misma cifra a Vivendi, en 2007.
Pero se comenta que, por lejos, la historia más rutilante –tanto por monto como por impacto– ha sido Chiron, la empresa bioquímica del Premio Nacional de Ciencias Pablo Valenzuela, quien desarrolló la vacuna contra la hepatitis B y descubrió el virus de la hepatitis C. La compañía, basada en Estados Unidos –de la cual Valenzuela no era el único propietario– fue comprada por la suiza Novartis en varios millones de dólares en 2005. Tal cual. Hoy, Valenzuela desarrolla una investigación sobre el cáncer, con Aurus.
Otro de los proyectos que suena fuerte es Tiaxa, un sistema de financiamiento para servicios de celulares de prepago y que opera en varios países de América latina, África y Asia, incluyendo la India.
Y se mencionan varias tecnológicas como Snnatech, Carenado o Phytotox, el proyecto de crema antiarrugas con toxina de la marea roja que pronto comenzará a comercializarse en Europa. También hay fondos estadounidenses probando biocombustibles a partir de algas marinas y varios desarrollos en minería, agro-negocios y energía.
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