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Mejor no matemos a nadie


"Nunca en la historia humana se ha matado a tanta gente como con el aborto. Lo notable es que esta matanza es cometida, o al menos avalada, por gente normal, que ninguno de nosotros osaría calificar de criminales..."


¿No deberíamos ceder a las presiones para legalizar el aborto en Chile? Tenemos a gran parte de la Nueva Mayoría empeñada en conseguirlo, también a ONGs de todo tipo, y diversos organismos internacionales; a ellos se agregan el ejemplo de otros países y el tono cada vez más agresivo de sus partidarios. Además, son "solo" tres supuestos los que se quiere despenalizar (riesgo de salud de la madre, inviabilidad del no nacido y violación), de modo que no parece tan terrible.

Pero no: no cabe ceder en una materia como esta, ni siquiera aunque se trate de un aborto "restringido", ni aunque nos aseguraran de que (a diferencia de lo que ha sucedido en otros países) esos tres supuestos no terminarán transformándose en un aborto muy amplio.

Ya nos ha pasado otras veces en la historia nacional: hemos mirado para otro lado, pensando que esas víctimas no eran relevantes. Ya nos equivocamos al pensar que eran casos muy excepcionales o que su sufrimiento era necesario para asegurar la paz social. No nos puede suceder de nuevo: aunque en caso de ceder, esta vez nadie nos acuse en el exterior; aunque incluso nos aplaudan y nos digan que por fin nos hemos puesto a tono con los tiempos; aunque quienes promuevan estas campañas sean, en muchos casos, buenas personas.

Nunca en la historia humana se ha matado a tanta gente como con el aborto. Lo notable es que esta matanza es cometida, o al menos avalada, por gente normal, que ninguno de nosotros osaría calificar de criminales (salvo a los pocos que tienen montado un buen negocio con esta industria). ¿Cómo puede suceder algo tan raro? Por tres razones.

La primera es porque no saben lo que pasa. El nombre más conocido en la batalla a favor del aborto es el de Jane Roe, pseudónimo de Norma McCorvey. Su caso es el que llevó en 1973 a legalizar el aborto en los EE.UU. Cuenta McCorvey que durante un tiempo trabajó en una clínica abortista. Allí "explicaba a las clientes que no era un niño sino una 'menstruación fallida'. Después, cuando iba a la cámara frigorífica y veía los trozos, las piernas y las cabezas de los fetos, echados en una tinaja, volvía a casa y me emborrachaba". Ahora bien, no todos tienen la oportunidad de ver las cosas que presenció Norma, que hoy está transformada en una activa defensora de los no nacidos. Esa ceguera explica que puedan defender el aborto de buena fe.

En segundo lugar, la causa abortista no se presenta de manera cruda, sino revestida de toda una filosofía emancipatoria, como si fuera un paso necesario hacia la liberación de la mujer. Esta teoría fue comprada por buena parte del feminismo actual, sin advertir que el aborto libre es una práctica machista, que fomenta la irresponsabilidad masculina y hace pagar a la mujer todos los costos. La estrategia abortista consiste en transformar la decisión sobre el aborto en una cuestión de intimidad sexual. Como a nadie le parece bien que el Estado se entrometa en el ejercicio de su sexualidad personal, la consecuencia espontánea consiste en defender el aborto, sin reparar que aquí no se trata simplemente de qué hace uno con sus genitales, sino que está en juego la vida de una persona.

Pero hay una tercera razón detrás del aborto: una cosa es la postura intelectual de quienes lo promueven, y otra muy distinta es la situación de la mujer que se halla enfrentada a este dilema. Las personas que se someten a un aborto no son unas asesinas, sino la mayor parte de las veces unas desesperadas. "Feminists for Life of America" y otras organizaciones han puesto de relieve cómo el aborto es solo un reflejo de la falla de una sociedad que no ha sabido hacer justicia a las necesidades de la mujer embarazada. Ella recurre a esa medida extrema, porque piensa que no tiene otra salida. El aborto es la pobre solución que entrega una sociedad que no está en condiciones de ir a las causas de los problemas. Pero "la mujer merece algo mejor que el aborto", dicen esas feministas.

Así las cosas, mejor no matemos a nadie. Mejor tomémonos en serio el desafío de ayudar de veras a las mujeres embarazadas, como ya están haciendo algunas agrupaciones (todavía pocas y con pocos medios). Se trata de apoyar no solo a las que están pensando en un aborto, sino a todas. Porque si ellas no se encuentran con una sociedad amigable, que les facilite las cosas, si el costo de ser madres es la discriminación laboral, entonces difícilmente podrán mostrar a sus hijos la maravilla de vivir.

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