La campaña del terror de Bachelet
¿Cómo entender las declaraciones de la Presidenta Bachelet al Diario El País de España en su reciente gira entorno a que su proyecto de reforma educacional era objeto de una campaña del terror ? [1] ¿en qué momento, Bachelet/Jefa de Estado –en ese carácter nos representa en el extranjero, no en calidad de jefa de gobierno, la que permite dar rienda suelta a un partisanismo desmedido– reconocidamente ponderada, prudente y más bien austera con el uso de la palabra en público, rompe el protocolo de quien lidera una comitiva que integran los más diversos actores y líderes públicos y privados del país?
Un posible explicación dice relación con la incomprensión que sufriría su obra transformadora por parte de la “nueva calle” aquella que ha sido denominada muy correctamente la “oposición social” y que en el caso de su reforma educacional que busca poner fin al lucro, a la selección y al financiamiento compartido, ha llevado a que más de 100.000 padres marchen por diversas regiones oponiéndose –padres que, de acuerdo a dirigentes de la Nueva Mayoría, estarían “confundidos” respecto de los impactos de la reforma–. O el que casi 600 establecimientos particulares subvencionados (de 4.000) que en dos lúcidos insertos en diarios –aunque lo han hecho antes a través de varios medios– han sostenido que la reforma implica su cierre. Para qué decir, la incomprensión que sufriría desde la centroderecha la que, no pudiendo hacer otra cosa que echar mano a su historia y convicciones –las que nunca brillan con mucha intensidad–, se ha puesto del lado de los padres y apoderados –literalmente– defendiendo las viejas banderas de la libertad de enseñanza.
Buena parte de la incomprensión que siente Bachelet, como escribiera en mi columna anterior, La redención de la utopía , [2] es fruto más bien –y como magistralmente fuera desarrollado con una pluma mucho más fina por cierto por Álvaro Fischer en su columna de ayer Estructuras utópicas y naturaleza humana – de la imposibilidad de ver cumplido el sueño utópico: el viejo anhelo colectivista en pos de la transformación de la naturaleza humana, la creación entre nosotros del hombre nuevo, no importando cuantas veces haya fracasado el proyecto de instaurar, a cualquier precio, un cierto ideal de paraíso en la tierra.
Pero lo de España tal vez refleja algo más profundo.
En su libro Paranoia: la locura que hace historia , Luigi Zoja , [4] destacado escritor y sicoanalista (jungiano) italiano –que estará esta semana en Chile–, describe entre los rasgos típicos del paranoico el que “construye una teoría de complot porque de esta manera parece encontrarle un sentido a su sufrimiento y entretanto compensa algunas debilidades de fondo”.
Uno de los rasgos típicos más interesantes que escribe Zoja es el de la sospecha, la que “invade de un modo indefectible al paranoico. La desconfianza no es necesariamente infundada, pero resulta excesiva y distorsionada. Puede suceder que aquel de quien se sospecha sea en verdad un adversario, pero no por eso está complotando para destruir a quien sospecha. En la sospecha, la presencia de enemigos y su número tienden a crecer incluso en ausencia de motivos. En las formas más graves se los encuentra por todas partes: se llega así al síndrome del acorralamiento y a la convicción de ser víctima de un complot. Si el paranoico sufre una ofensa, reacciona de manera desproporcionada: su réplica es exagerada porque está convencido de que esa ofensa es solo el comienzo de una persecución” (destacados en el original).
Algo de la sospecha paranoica puede haber en su propia biografía –la han padecido innumerables jefes de gobierno y líderes políticos, tiranos y dictadorzuelos–, marcada por su paso por la RDA –y seguramente reforzada por las figuras fuertes de su gabinete anterior que solían decir “no” a las propuestas transformadoras que hacían vibrar su corazón poco dado a la argumentación tecnocrática– la que ha sido decisiva para entender su relación con el poder “puertas adentro”, uno basado en la desconfianza, el secretismo y los compartimentos estancos.
Debe ser duro pasar desde giras presidenciales en su primer gobierno o desde ONU Mujer en que sólo se cosechaban aplausos, a una donde sólo reinan preguntas incómodas y escepticismo frente a su obra refundacional; desde el país del “milagro chileno” al de la “nueva mediocridad”. Pero es un tránsito que no tiene remedio: Bachelet está decidida a impulsar la refundación al costo que sea. Es por eso que subyace a la acusación de campaña del terror la proyección persecutoria del paranoico: atribuir al adversario la propia destructividad.
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