Cristián Warnken
"En nuestra cultura sudamericana, donde el desorden es constitutivo de nuestro ser -desde el tráfico en las ciudades hasta la política-, el 'cero riesgo' parece un imposible que tal vez nos salve de una perfección que es contraria a la vida..."
Se ha puesto de moda la expresión "cero riesgo" para referirse a las metas que grandes empresas en el mundo se autoimponen en el área de la seguridad laboral. A pesar de que la vida es azar puro y danzante, y que los accidentes muchas veces suceden por una coincidencia de múltiples e incontrolables variables, nuestra época se desespera cuando perdemos el control sobre la vida. Ya no solo queremos reducir las estadísticas de accidentes laborales -lo que es loable, obviamente- o controlar los daños en las guerras teledirigidas, y de ahí la expresión "cero muerto". Aspiramos a más: queremos erradicar el riesgo de la vida misma. Cada vez son más las parejas que planifican -desde muy temprano- no solo sus ahorros y jubilación, sino el número y la fecha de sus hijos por nacer. Hay algunas, incluso, que deciden posponer su matrimonio para que este no interfiera las vacaciones ya programadas con antelación. Y qué decir de un hijo no planificado que pueda desbaratar esa puntillosa agenda: eso sería la catástrofe, un "accidente" que arruinaría las metas del divinizado cero riesgo. Nada debe quedar fuera de estas cartas Gantt de la vida. En el mundo anglosajón o europeo, donde la obsesión del control y la aspiración a lo perfecto se disfrazan de "rigor", esto tal vez pueda ser posible, pero a costa de una neurosis galopante. En nuestra cultura sudamericana, donde el desorden es constitutivo de nuestro ser -desde el tráfico en las ciudades hasta la política-, el "cero riesgo" parece un imposible que tal vez nos salve de una perfección que es contraria a la vida. Lo imprevisible, lo incontrolable, lo inesperado nos salva del hielo de la perfección. Claro que esta virtud es también nuestro defecto. Tal vez en estos países y continentes "nuevos", donde la civilización no ha erradicado completamente lo que nos queda de naturaleza, estemos más conectados con la visión de Heráclito, el pensador auroral del mundo griego. Él afirmó que "no nos bañamos dos veces en el mismo río" y que "la armonía oculta es mejor que la armonía visible". Para el griego "en el cambio las cosas encuentran su reposo" y nuestra vida es puro cambio, incertidumbre viva que hay que abrazar con serenidad y gozo. Como los seres humanos le tememos atávicamente a lo imprevisible, terminó por imponerse Aristóteles, la antítesis de Heráclito, el filósofo de la verdad metafísica y la lógica impecable, lógica que no tiene nada que ver con la vida. ¿Hay algo que sea más opuesto a la vida que la lógica? La lógica es una creación de la mente ávida y desesperada por controlar lo que nos desborda, el río de los días. Eso no lo he aprendido desde la teoría, sino desde la experiencia. Los acontecimientos más relevantes en mi vida han sido los que nunca preví ni planifiqué y que terminaron por desbaratar un guión que alguna vez quise sostener contra viento y marea. El nacimiento de mis hijos y la muerte de uno de ellos me demostraron que Heráclito y Buda y Lao-Tsé y Jesús habían entendido más el misterio de la vida que los promotores y teóricos del "cero riesgo". Y esto lo digo yo, un controlador que tiene a su propia Heráclito en casa: mi mujer, que me ha enseñado el amor y el azar. El anhelo del cero riesgo esconde el gran miedo de estos días, el miedo a sufrir y la obsesión cada vez más visible en las nuevas generaciones por sacar de sus caminos todo lo que se oponga a una vida confortable, segura y predecible. Hay una mala noticia para ellos: si no quieren sufrir, entonces no deben amar. El amor es puro riesgo, peligro que enciende nuestras vidas. Y "en el peligro, crece también lo que nos salva", dijo Hölderlin. Por eso, en nuestra civilización del control y el confort, el amor está en peligro. Allain Badiou habla de la "amenaza segurista" que se cierne hoy sobre el amor: "Hay una convicción hoy instalada de que cada uno debe buscar solo su propio interés. Y el amor refuta eso. El amor es una confianza depositada en el azar". ¿Cero riesgo?: cero vida.
Se ha puesto de moda la expresión "cero riesgo" para referirse a las metas que grandes empresas en el mundo se autoimponen en el área de la seguridad laboral. A pesar de que la vida es azar puro y danzante, y que los accidentes muchas veces suceden por una coincidencia de múltiples e incontrolables variables, nuestra época se desespera cuando perdemos el control sobre la vida. Ya no solo queremos reducir las estadísticas de accidentes laborales -lo que es loable, obviamente- o controlar los daños en las guerras teledirigidas, y de ahí la expresión "cero muerto". Aspiramos a más: queremos erradicar el riesgo de la vida misma. Cada vez son más las parejas que planifican -desde muy temprano- no solo sus ahorros y jubilación, sino el número y la fecha de sus hijos por nacer. Hay algunas, incluso, que deciden posponer su matrimonio para que este no interfiera las vacaciones ya programadas con antelación. Y qué decir de un hijo no planificado que pueda desbaratar esa puntillosa agenda: eso sería la catástrofe, un "accidente" que arruinaría las metas del divinizado cero riesgo. Nada debe quedar fuera de estas cartas Gantt de la vida. En el mundo anglosajón o europeo, donde la obsesión del control y la aspiración a lo perfecto se disfrazan de "rigor", esto tal vez pueda ser posible, pero a costa de una neurosis galopante. En nuestra cultura sudamericana, donde el desorden es constitutivo de nuestro ser -desde el tráfico en las ciudades hasta la política-, el "cero riesgo" parece un imposible que tal vez nos salve de una perfección que es contraria a la vida. Lo imprevisible, lo incontrolable, lo inesperado nos salva del hielo de la perfección. Claro que esta virtud es también nuestro defecto. Tal vez en estos países y continentes "nuevos", donde la civilización no ha erradicado completamente lo que nos queda de naturaleza, estemos más conectados con la visión de Heráclito, el pensador auroral del mundo griego. Él afirmó que "no nos bañamos dos veces en el mismo río" y que "la armonía oculta es mejor que la armonía visible". Para el griego "en el cambio las cosas encuentran su reposo" y nuestra vida es puro cambio, incertidumbre viva que hay que abrazar con serenidad y gozo. Como los seres humanos le tememos atávicamente a lo imprevisible, terminó por imponerse Aristóteles, la antítesis de Heráclito, el filósofo de la verdad metafísica y la lógica impecable, lógica que no tiene nada que ver con la vida. ¿Hay algo que sea más opuesto a la vida que la lógica? La lógica es una creación de la mente ávida y desesperada por controlar lo que nos desborda, el río de los días. Eso no lo he aprendido desde la teoría, sino desde la experiencia. Los acontecimientos más relevantes en mi vida han sido los que nunca preví ni planifiqué y que terminaron por desbaratar un guión que alguna vez quise sostener contra viento y marea. El nacimiento de mis hijos y la muerte de uno de ellos me demostraron que Heráclito y Buda y Lao-Tsé y Jesús habían entendido más el misterio de la vida que los promotores y teóricos del "cero riesgo". Y esto lo digo yo, un controlador que tiene a su propia Heráclito en casa: mi mujer, que me ha enseñado el amor y el azar. El anhelo del cero riesgo esconde el gran miedo de estos días, el miedo a sufrir y la obsesión cada vez más visible en las nuevas generaciones por sacar de sus caminos todo lo que se oponga a una vida confortable, segura y predecible. Hay una mala noticia para ellos: si no quieren sufrir, entonces no deben amar. El amor es puro riesgo, peligro que enciende nuestras vidas. Y "en el peligro, crece también lo que nos salva", dijo Hölderlin. Por eso, en nuestra civilización del control y el confort, el amor está en peligro. Allain Badiou habla de la "amenaza segurista" que se cierne hoy sobre el amor: "Hay una convicción hoy instalada de que cada uno debe buscar solo su propio interés. Y el amor refuta eso. El amor es una confianza depositada en el azar". ¿Cero riesgo?: cero vida.
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