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¿Accidentes normales?‏

ALFREDO JOCELYN-HOLT, robo cajero automático

Accidentes


Constantemente consumimos noticias sobre accidentes. Es un ingrediente frecuente, poco menos que “normal”, de los medios de prensa, en especial la televisión. Pienso en sucesos recientes, en desastres espaciales como la explosión del cohete Antares y el vuelo de prueba fallido de Virgin Galactic y, en Chile, en los derrames de petróleo de Quinteros, en los carabineros que en prácticas de salto no les funcionan los paracaídas y en las habituales muertes de tránsito que se suceden cada fin de semana largo. Se nos informa e impresiona -totalmente insensibles no somos-, aunque así como nos enteramos, archivamos la noticia, igual de rápido.
El efecto es curioso, es acotado. Su impacto es proporcional a la cobertura periodística dada. Pero, aun cuando conmocionan, es tal el prurito de que convivamos con las desgracias que no se pretende que indaguemos demasiado en el asunto. Los primitivos se contentaban atribuyéndolo todo al destino. Los romanos convirtieron al “Fatum” en dios, aunque de bajo calibre. Los cristianos apostaron a favor de su contrario benévolo, la Divina Providencia, que siempre ha de socorrernos. Un Maquiavelo, más terrenal y ecuánime, redujo a la mitad de nuestras acciones el efecto de la Fortuna.

Lo que es el mundo moderno, calculador hasta con la desgracia, ha tratado de paliar los alcances más nefastos inventándose seguros y contraseguros, volviendo los accidentes en una pura cuestión de probabilidades y, de paso, en un lucrativo negocio”.

Nada de qué extrañarse, en nuestros días ha terminado por primar la normalidad a todo riesgo. Hemos hecho de la desdicha (la ajena al menos) la cosa más común y corriente, lo suficientemente banal a fin de que no perdamos el sueño.
Paul Virilio, que se ha dedicado a reflexionar sobre el tema, apunta a otros componentes. El progreso “inventa” desastres (sin barcos, trenes, autos y aviones no tendríamos naufragios, descarrilamientos, choques y, sin éstos, mejoras en seguridad), por eso los toleramos. La globalización y acumulación de horrores al instante -lo que Virilio llama “Museo de Accidentes”- ha desvanecido todo sentido de casualidad; hasta lo anormal deviene normal.

Parecida a la famosa tesis de George Steiner sobre la muerte de la tragedia: perdimos nuestra capacidad de escándalo y murió la tragedia. Como en México, donde masacres y muertes en serie eran, hasta la desaparición de los 43 alumnos de la escuela de Ayotzinapa, Guerrero, ‘cosas que pasan en México’”.

Existiría, pues, un umbral del terror y tolerancia; el punto aquél en que no corresponde confundir lo extraordinario con lo regular, familiar y repetido. La violencia, los atentados y las faltas a la seguridad nunca son contratiempos que simplemente pasan por la televisión y diarios. ¿Accidentes normales? No existe tal aberración. Cuestión que habría que recordar cada vez que instalan una bomba, roban un cajero, un furgón armado de transporte de valores, un auto, una casa, un predio, o atracan a alguien: “cosas que  pasan en Chile”

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