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La oposición que se llama la vida por Jorge Edwards



Diario El Mercurio, Viernes 13 de Abril de 2012   
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2012/04/13/la-oposicion-que-se-llama-la-v.asp
Hay reuniones que trituran los nervios y hasta los huesos. Suelen producirse en la llamada diplomacia multilateral, dentro del sistema de las Naciones Unidas. No me propongo entrar en detalles a este respecto. En una época de mi vida me tocó practicar con rara intensidad el estilo congratulatorio. Es un estilo que consiste en felicitar y prodigar alabanzas a medio mundo antes de entrar en materia. Traté de reformarlo, les pedí a mis colegas, antes de abrir una sesión, que no me felicitaran, que me daba por felicitado de antemano, y no tuve el menor éxito. Mis colegas comenzaban por explicar que iban a desobedecer mis peticiones, y los prólogos de los discursos se multiplicaban y ramificaban. Los intérpretes simultáneos trabajaban más que nunca y los documentos proliferaban.
Las reuniones de jurados de premios literarios suelen convertirse también en formas refinadas de tortura. Usted lee sesenta o más novelas en páginas de computación y puede llegar a maldecir la profesión de novelista. A veces se pone a escarbar entre los manuscritos desechados y encuentra al azar, cuando ya perdía toda esperanza, la única obra digna de ser premiada.
Participo en estos días, sin embargo, en un jurado amable, ameno, instructivo, y que nunca altera la paciencia de nadie. Se trata de un mal conocido e interesante Premio de los Embajadores, con un jurado formado por jefes de embajadas y por miembros de la Academia Francesa. Se reparten alrededor de ocho o diez libros publicados en el año y cada miembro del jurado lee uno solo. El juicio se forma a través de los informes y los comentarios de los miembros del jurado, y cuando surgen dudas, se leen y releen con atención los tres o cuatro libros finalistas. Es decir, muchos de los informes de lectura piden que el libro respectivo no se incluya en la lista de los posibles premiados. El sistema permite leer bien, sin urgencia, en consulta con personas por lo general bien informadas, grandes especialistas, en muchos casos, poderosos eruditos, y los errores de juicio no son frecuentes.
Hoy en la mañana discutimos una biografía de Honorato de Balzac, obra de un conocido periodista, hombre de letras y hombre de mundo. Me tocó abrir el fuego, y dije que el libro, de acuerdo con mi impresión personal de lectura, narra un conjunto de anécdotas y episodios no muy bien ordenados y estructurados, escogidos en forma que a menudo parece arbitraria, según el gusto y hasta el capricho del autor. A pesar de eso, y sobre todo para un viejo lector del autor de la Comedia Humana, la lectura es siempre amena, estimulante, divertida. El autor salpica su texto de citas, sin darse nunca el trabajo de dar las referencias bibliográficas, y a menudo comete errores que saltan a la vista. La elección de los temas es caprichosa, a veces exagerada, por momentos ilógica. Por ejemplo, examina con atención las ambiciones sociales del novelista, que era excesivo en casi todo, pero no se interesa demasiado en sus lecturas y sus ambiciones literarias. Habla del apetito pantagruélico del señor de Balzac, un hijo de campesinos que se había agregado el “de” honorífico sin pedirle permiso a nadie, de sus comidas célebres, de sus pésimas relaciones con el gremio naciente de los periodistas, de sus negocios extravagantes, inusuales, que terminaban en deudas ruinosas. Balzac pagaba a duras penas con sus derechos de autor, y en ocasiones, para tranquilizar a sus acreedores, escribía novelas en una semana, en jornadas que comenzaban a la una de la madrugada y terminaban a las doce del día.
El capítulo de las mujeres en la vida de Balzac es extraordinario. El hombre era grueso, desproporcionado, de piernas cortas, pero tenía, de acuerdo con numerosos testimonios de su época, una mirada extraordinaria y una capacidad de seducción superior. Escribía sobre el mundo femenino con una finura psicológica desconocida en su época y recibía centenares de cartas de mujeres enamoradas. Al final de su vida, a sus cincuenta y un años de edad, enfermo, se casó con una condesa polaca, Eweline Hanska, que pertenecía a una de las familias más poderosas y detestadas de Polonia. Ella lo adoraba como novelista, tenía una intensa correspondencia con él, y abrigaba serias dudas sobre sus condiciones como marido. Eran dudas probablemente bien fundadas. Balzac insistió, consiguió por fin contraer matrimonio y la célebre Madame Hanska lo instaló en un palacio que se encontraba en las cercanías de la actual avenida de los Campos Elíseos. Cuando Balzac agonizaba, ella abandonó la casa y se discute mucho sobre los motivos. Ahora se sabe que Victor Hugo, a quien ella detestaba, había anunciado visita. Hugo contó en su diario, Cosas vistas, su extraordinario diálogo con el novelista de la Comedia Humana.
Les hablé a mis colegas, para cerrar mi comentario, del más balzaciano de los escritores latinoamericanos, que se llamó Alberto Blest Gana. El embajador de Irlanda, hombre de lecturas múltiples, conocedor de la obra de Samuel Beckett, quedó interesado en el apellido Blest. Se sabe que nuestro don Alberto, después de leer la obra de Balzac, contó en una carta que había tirado las “efusiones líricas” de su juventud a la chimenea y había jurado escribir una comedia humana de la vida chilena. Son erudiciones inútiles, como comprenderá el agitado lector de estos días, pero no está mal que los jóvenes de ahora se enteren de estas extrañas cosas. 

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