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Torre de Babel / Torre de Papel‏

De hito en hito, siempre más arriba

Miguel Laborde 

Diario El Mercurio, sábado 27 de septiembre de 2014

El Costanera Center se acerca a su total plenitud. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que sea superada la torre mayor? La competitividad produce admiración ante el logro de otro y el deseo de superarlo lo antes posible. Es el caso de Cristina Kirchner con su decisión de levantar en Buenos Aires el nuevo hito mayor de América Latina, un polo audiovisual de 335 metros que, así, tendría más metros que el chileno.
La adaptación a los cambios la han logrado siempre mejor las especies livianas y flexibles, y no las pesadas y monumentales -como los dinosaurios y osos cavernarios-, pero el deseo de impresionar es más fuerte. De ahí el origen del sabio e irónico dicho español: "Ande o no ande, caballo grande...".
En un país como Chile, escaso en triunfos duros, el Costanera Center genera más complacencia que críticas. Como todo símbolo de poder, y nuestra torre lo es, tiene un lado gratificante. Por lo demás, como objeto puro, muchos le reconocen ser bello e imponente. Aporta algo esencial, además. Como los santiaguinos nos vinimos a encerrar entre cordilleras y cadenas de cerros, sumidos en la topografía y sin perspectivas posibles en el plano horizontal, resulta épico, casi heroico, poder al fin elevarse sobre el paisaje.
El factor de la soledad humana también incide. Desde las torres zigurats de la Antigüedad, diseñadas para que los dioses tuvieran a bien sentirse acogidos y vinieran de visita -ofreciéndoles la más bella de sus jóvenes vírgenes en la terraza superior-, pasando por las catedrales góticas de aguzados dedos que se elevan al espacio, o los moáis de Rapa Nui, nuestra especie se siente más acompañada gracias a estos hitos verticales que alivian la soledad cósmica. Han estado junto a la humanidad desde siempre.
A los españoles, aquí, les resultó tan brutal la magnitud andina, tan abrumadora, que se ocultaron detrás del cerro Huelén, al poniente, para no verla tanto. Pero así debilitaron el diálogo con nuestro privilegiado entorno de grandiosos hitos naturales, como El Plomo.
Vicuña Mackenna, pionero del pensar en grande, se tomó el Santa Lucía, y se atrevió a mirar el lugar. Su visión plantea un diálogo con la montaña, para así hacer de Santiago una ciudad potente, andina. En caso contrario, la capital tendría un patético destino: "Siempre enana, al pie de los Andes, como un rodado de escombros caído de sus crestas".
Desde lo alto, los montes andinos nos observan. Escribió que parecen "gigantes mudos que nos miran a sus pies como un nido desaliñado y mezquino". Su plan de transformación llama a elevarse. Su perspectiva, como vemos, es de altura. Mira el valle desde lo alto.
Los habitantes precolombinos, más sabios, no entraron en esa competencia; usaron la fuerza del adversario. En lugar de desgastarse levantando pirámides que jamás competirían con las alturas andinas de esta latitud, transformaron los cerros del valle en miradores de la cordillera.
El cerro Huelén en Santiago, el Mayaca de Quillota, el Ñielol de Temuco, siendo de etnias y culturas originarias diferentes, comparten esa vocación; sus faldeos -espacios rituales cuando miran al oriente- se comunican con el misterio de manera elegante, sin mayor esfuerzo.
Más información en: http://goo.gl/ogE3rY

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