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La fortuna de Brasil y de Marina Silva



Hay tres dimensiones que explican el repentino auge de Marina Silva en la campaña brasileña, y pocos tienen que ver con ella como candidata. Si Silva llega a la presidencia de Brasil, será a pesar de, y no gracias a su campaña. Tiene que ver mucho más con lo que Maquiavelo llamó fortuna.
El primer elemento dice relación con el sistema político de ese país. Luego de la trágica muerte de Eduardo Campos, Silva no ha logrado sumar muchos votos, pero sí pudo beneficiarse de los votos de su sector más los del fallecido líder de del Partido Socialista de ese país. Eso podría ser suficiente para ganar en la medida que Dilma Rousseff no consolide su liderazgo: Hoy Silva está empatada con Rousseff en primera vuelta y las encuestas muestran que le ganaría en un balotaje. Silva lleva menos tiempo en campaña, el electorado la conoce menos y está atraído por un discurso bastante populista. Pero el personaje de Silva es atractivo. Como una de once hermanos, que trabajó como empleada doméstica para financiar sus estudios, llegando a ser ministra y front-runner presidencial, la trayectoria personal de Silva la asemeja mucho más a Lula que al estilo más frío e intelectual de la actual presidenta. Rousseff ha tratado de llamar la atención a la falta de especificidad del discurso, y esto podría dañar a Silva, pero queda poco tiempo y podría resultar contraproducente.
La segunda dimensión es económica. Esta campaña electoral se realiza en una compleja coyuntura para Brasil, que con un PIB negativo ha entrado oficialmente en recesión. Por un lado, el país -como Chile y el resto de la región- está siendo golpeado por el fin del súper ciclo de los commodities. Los precios del maíz, el azúcar, el algodón y especialmente la soya llevan meses con tendencia a la baja. El boom de la construcción -impulsado por el Mundial de Futbol- ha terminado, e incluso se evalúa que dicho boom nunca le trajo los beneficios prometidos a la economía local debido a los costos para la productividad que significaron los días feriados que se tomaron los trabajadores. En infraestructura aún falta mucho por hacer, y los brasileños se preguntan para qué fue tanto gasto (especialmente dado el mal resultado de su equipo). Al mismo tiempo, el gobierno ha apostado por un modelo de crecimiento impulsado por el consumo doméstico, estrategia que se ha visto estancada, entre otras cosas, por la incertidumbre electoral. En el plano exterior, Argentina, uno de los principales destinos de exportaciones industriales brasileñas, tiene sus propios problemas económicos, exacerbados por un creciente ambiente proteccionista. Es decir, todo mal.
Finalmente, el fenómeno de Silva representa tanto el éxito como el fracaso de las políticas sociales focalizadas de los gobiernos del PT. Como en Chile, la exitosa implementación de políticas como Bolsa Familia ha sido una importante herramienta para la reducción de la pobreza. En otras palabras, Brasil cuenta con una nueva clase media emergente, frustrada y no representada, pues mientas la clase alta siempre tiene acceso a la representación y los sectores más necesitados se ven beneficiados por políticas focalizadas, esta clase media siente que los políticos no los escuchan. Son los millones que protestaron en contra de Rousseff el año pasado.Silva representa ese nuevo Brasil, de orígenes humildes, pero con educación superior, aspiracional, en muchos casos, como Silva, evangélica, y con un discurso que va en contra de los políticos y la política de siempre.
La fortuna de Brasil, tan golpeada por la recesión y factores externos, hoy está fuertemente ligada a la fortuna de Silva. El desafío para Silva ahora, como outsider y representante de un partido pequeño, es mantener ese apoyo de los indignados, pero dar señales de gobernabilidad en un país donde aquello nunca es fácil. Si gana, será aún más difícil mantener ese apoyo.

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