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La generosa cuota de incapacidad sembrada‏

FERNANDO VILLEGAS, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 14 DE SEPTIEMBRE DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/09/14/FERNANDO-VILLEGAS/INCAPACIDAD/

Incapacidad…


Como lo previó o siquiera sospechó y temió mucha gente, los colocadores de bombas han decidido “elevar su nivel de lucha” atentando ahora contra las personas. Lo han decidido porque la escalada armamentista es inherente a la psicología de esos grupos, tal como el aumento de sus dosis es inherente a la de los drogadictos. Quizás también los fastidia no haber logrado, hasta ahora, echar abajo la civilización o al menos el modelo, sino sólo una vidriera, una puerta o un cajero automático. Por eso han decidido ir más lejos. Era previsible además que grupos como el FPMR desempolvaran por enésima vez la viejísima tesis del “montaje”, la de grupos fascistas buscando provocar tal o cual resultado. Y no podían faltar quienes desde el gobierno hablaran de “aprovechamiento político”. Podemos descartar ambas miradas como repetitivas, marchitas y fuera de lugar. Lo que sí hay y desde hace mucho tiempo es gente con un odio vesánico revestido de afán por la justicia, amen de innumerables necios que los consideran heroicos luchadores en el contexto de los “conflictos sociales”. En breve, no tenemos aquí ni luchadores de la izquierda ni tropas de asalto de la derecha, sino individuos a quienes no basta el grafiti furioso, mear una puerta o rayar un auto como hacían cuando iniciaron su carrera, para luego, más crecidos, apalear un carabinero o detonar una bomba de ruido; ahora, ya egresados, pretenden herir o matar.
“Aplicaremos la ley…”
Esta vez casi nadie se atrevió, como otras veces, a relativizar el hecho convirtiéndolo en una disputa semántica acerca de si la definición de terrorismo corresponde o no. Nadie salvo don Marcelo Shilling, de cuyos luminosos dichos ya teníamos noticias y que calificó el atentado de “vandalismo”. Aun así, hemos oído con anterioridad tal cúmulo de explicaciones delirantes donde el “transporte de explosivos” es descrito, increíblemente, como cosa diferente a la intención de usarlo criminalmente, que podríamos haber esperado no sólo los geniales análisis de marcelito sino también de otros por encima de él. No ha sido así. Aun Teillier habló de terrorismo. La contundencia del hecho no hizo posible otra cosa y el gobierno hasta declaró que “se aplicará la ley antiterrorista a los responsables”. De todos modos la Presidenta intentó una curiosa distinción: hubo un atentado terrorista, dijo, pero “no hay terrorismo”. Su poco afortunada expresión nos recordó la historia del porfiado dueño de rotisería que mascaba una barra de jabón mientras decía “tiene gusto a jabón, huele a jabón y da espuma como jabón, pero es queso…”
Pero dicha ley, ¿a quién se aplicará? ¿Cómo se va a llegar a los responsables? Una cosa es anunciar que se invocará una ley, otra hacer posible que se aplique. Para aplicarla se requiere recurrir a los métodos policiales necesarios para encontrar a miembros de una agrupación terrorista, que no son ni pueden ser los usados para rastrear a los delincuentes comunes. Los terroristas funcionan a base de redes de apoyo logístico y de inteligencia, normalmente no tienen prontuarios criminales, no son parte del universo delincuencial que habita ciertas poblaciones y se asocia con determinada gente y/o dejan huellas de sus gastos, son delatados por soplones, etc. Libres de todo eso, compartamentalizados, adiestrados, son presa muy difícil. Al contrario del delincuente común, los miembros de estos grupos se confunden y desaparecen en medio de la población; cada uno de ellos puede ser el tranquilo vecino del lado, un estudiante universitario, un colegial, una niña de buena pinta, un hijito de su papá, un profesor o un profesional de tres cuartos y un repique.
Voluntad
Pero, además, para usar esos métodos especiales se requiere la voluntad de usarlos. Ahí es donde está el problema, porque este gobierno y los anteriores han sido incapaces de eso: o sus miembros fueron “comandantes” de agrupaciones violentas y/o creen todavía aunque sea más difusamente en la “violencia revolucionaria” o fueron partidarios activos o pasivos de atrocidades cometidas durante el régimen militar y temen ser motejados de “nostálgicos de la dictadura”. El trauma en polaridad negativa o positiva afecta a ambos bandos. Fuera de eso,la izquierda, por convicción y doctrina, tiene dificultades para caracterizar y tratar al terrorista como un energúmeno disfrazado con un ropaje de legitimaciones políticas; un tropismo invencible los inclina a buscar las justificaciones, el conflicto social subyacente, una causalidad endosada a las terribles desigualdades, al idealismo de la juventud, un izquierdismo infantilista, pero buena onda en su núcleo, etc. Un tropismo adicional e igualmente poderoso los impulsa a rechazar con disgusto el despliegue de fuerza pública y un uso efectivo de los medios de inteligencia, a todo lo cual consideran siempre como entidades sospechosas, represoras, reaccionarias. El PC lo ha expresado abiertamente: reforzar la ANI les trae el mal recuerdo de la CNI. Y por lo mismo, en un proceso multilateral y multifacético que dura ya unos 25 años, se ha ido sistemáticamente debilitando, desmoralizando y desarmando a carabineros y a la PDI. Hoy rara vez se atreven a actuar, no sea se les acuse de “uso excesivo de la fuerza”. Simultáneamente a este desarme gradual del Estado de derecho y de la voluntad de mantenerlo, las leyes Cumplido y la reforma acumularon tal amontonamiento de garantías que hoy por hoy hasta el delincuente común con largo prontuario puede pasar colado “por falta de pruebas”. Y cuando las hay pero el delito tiene presuntas connotaciones políticas, se tiene entonces una buena chance de encarar un juez que se esfuerce en hallar razones para poner al imputado en libertad. Lo vimos abundantemente. Los medios de comunicación tampoco han contribuido. ¿No oímos cierta vez a un conocido hombre de la tele, discípulo y devoto de todas las causas, describir a unos reos rematados como “pobre gente que ha cometido un error”?
Incapaces
Por eso, porque el país se repletó de seudo-combatientes proclamando causas añejas y absurdas, porque hay demasiados jóvenes, adultos y ancianos reciclados recitando un devocionario de lucha contra el sistema, porque la policía está de manos atadas, porque nos gestionan y representan políticos muchas veces de aun menos luces de lo que suele ser habitual, porque reina la impunidad y la consiguiente sensación de que se puede hacer lo que se quiera sin costo ninguno, porque en 20 años se acumuló un par de generaciones de nenes sin ninguna formación ni familiar ni colegial y disponibles para todo, porque se sacralizaron como cosa santa y digna de procesiones anuales a ideas, personas y utopías políticas que fueron un total fracaso, porque los discursos insisten en hacer sentir hasta al último ganapán como un rey injustamente desposeído, por eso y mucho más vemos ahora en todo su esplendor un hervor hormonal del cual brotan, como repelentes burbujas, grupos ansiosos de llegar al crimen.
La palabra incapaz es el nombre del juego. Políticos incapaces de no mirar a “la calle” y/o incapaces de rechazar el dinero foráneo y revolucionario que los financia, autoridades incapaces de sumar dos más dos. Congresales incapaces avivando todas las cuecas sin hacer distinción, policías incapaces de actuar porque no los dejan o incapaces de acertar si los dejan,comunicadores incapaces de pensar por su cuenta, incapaces de escapar del populismo que da rating e incapaces de sustraerse del panfleto de moda, a lo que podemos agregar jueces incapaces de hacer justicia por doctrina o por miedo a las represalias y leyes incapaces de castigar, mucho menos de prevenir o disuadir. Hemos sembrado tan generosa cuota de incapacidad, en parte como reacción al trauma del 73 y en parte por modos de pensar en apariencia progresivos pero en substancia simplemente torpes, que ahora no hay más remedio que cosechar los amargos frutos.

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