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La desaparición de todo espacio ocioso, de la forma inesperada (...) han impedido la sobrevida a los artefactos muertos...‏

Aparatos inmortales
por Leonardo Sanhueza
Columna Tinta China
Diario Las Últimas Noticias
Martes 2 de septiembre de 2014

Es muy penosa la chatarra electrónica.

En el Persa Bío-Bío hay puestos
con inexplicables rumas de computadores, 
faxes, centrales telefónicas.

Me imagino que nadie busca esos objetos
para decorar sus casas ni mucho menos
para utilizarlos en su función original;
por el contrario, lo más seguro es que
sus posibles compradores los desarmen
para aprovechar sus partes 
en inventos caseros, pequeños robots, 
espadas láser o juguetes para niños.

En YouTube hay miles 
de videos tutoriales al respecto,
que dan ideas para fabricar 
cualquier cosa con chatarra,  &
desde sistemas 
de aparente movimiento perpetuo
hasta minidínamos con imanes de neodimio *.

Al parecer los televisores
con tubos de rayos catódicos
fueron los últimos aparatos
a los que su caducidad 
les reservaba alguna sobrevida,
ya sea como maceteros, terrarios
o alguna otra ocurrencia decorativa;
es una sobrevida más o menos kitsch,
más o menos ridícula, pero sobrevida al fin. 

Unos amigos tenían, o quizás
todavía tienen un par de ajolotes #
cuyo acuario era un televisor.

No me imagino para qué puedan servir
-como no sea para una dudosa instalación artística-
un plasma descompuesto o un celular dado de baja.

Después de los años ochenta
el diseño eliminó todo el espacio ocioso,
la forma inesperada, los materiales durables
y, en fin, todo eso que antes les permitían
a los artefactos muertos ser buenas reliquias
(casi digo buenos cadáveres):
las máquinas de coser Singer, por ejemplo,
ahora convertidas en pies de mesas o jardineras.

Actualmente no hay cosa más inútil
que un globo terráqueo, un astrolabio
o un taladro con manivela, 
pero siempre habrá alguien a quien 
le interesen esos aparatos 
y que impida botarlos a la basura 
como quien bota un diskette floppy.

La lista de los artilugios «duros de matar»
es muy larga e incluye artefactos
de las más diversas gamas tecnológicas,
desde las planchas a carbón
y los molinillos de afrecho
hasta sus majestades las campanas
y los instrumentos metereológicos,
pasando por todo ese innumerable 
cachivachórum de bigornias,˚
máquinas de escribir, victrolas,
registradoras, sellos de agua,
garlopas, ceniceros giratorios,
escafandras y radios a tubo
que llena de bote a bote 
las casas de antigüedades
y los puestos del Persa.

Hay un caso curioso: el hervidor eléctrico.

Una vez muerto, se reemplaza
y nadie se tomará la molestia
de recordar ni la forma del anterior.

Sin embargo, hay un tipo de hervidor
que se salvó de la intrascendencia:
el hervidor eléctrico individual
o quién sabe cómo se llamaba
esa resistencia de espiral
que se atenazaba en el borde de la taza
y que era la versión más elemental
de su clase tecnológica.

Pongamos que se llamaba 
el hervidor de los solitarios.

Nada era más triste, nada más reconfortante.

De hecho, el aparatito se hizo popular
en un réclame televisivo muy recordado,
especialmente por su protagonista,
una chica preciosa y triste
que llega manejando un escarabajo
al borde de un acantilado,
donde pone a calentar un nescafé
-mediante el susodicho artefacto
enchufado al cenicero-
y luego sale del auto
a tomar su bebida
entibiándose las manos
con la taza mientras contempla
los fríos arreboles del amanecer
y ve transformarse sus penas de amor
en algo de buen ánimo escuchando la canción
«Puedo ver claramente que sale el sol» %







˚: bigornia: yunque de dos puntas.


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