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Maquieira: «Quién sabe si el verdadero drama de Parra sea haber logrado mantener la comedia viva hasta el final...»‏

Diego Maquieira y su retrato hablado del antipoeta: “Parra es un gato encerrado al aire libre”



“Empecé a hablar con él en 1969, cuando yo tenía 18 años y él 55”, dice Diego Maquieira cuando empieza a evocar sus largas conversaciones con Nicanor Parra, que lo nutrieron tanto o más que su poesía. Luego, como un escáner arbitrario, Maquieira intenta atravesar las capas con que el propio Parra cercaba su intimidad, disparando imágenes que muestran a un hombre tan cerebral como vulnerable, a un poeta tan territorial como liberador.
¿Por qué fueron tan importantes para ti las conversaciones con Parra?
Lo que tenía Parra, y que fue muy importante para varios poetas jóvenes, es que la poesía, lo que es ese misterio, lo transmitía a través de él mismo. Un almuerzo con Parra, una tarde conversando con él, te dejaba a veces mucho más que leer sus poemas. Él tenía una atmósfera, te transmitía las posibilidades enormes que podían venir desde la poesía. Por eso todavía tantos poetas lo quieren ir a ver, más que leerlo. Hay una cosa inasible que venía de él, sobre todo en su casa de La Reina, donde tenía ese elemento de la cabaña, su cabaña del Tío Tom. Tenía algo magnético ahí, un ambiente como del misterio asomándose. No mágico, porque no era magia, pero había una gravitación de elementos alrededor de esa casa. Pero al mismo tiempo era un magnetismo libre, tú no quedabas atrapado en eso, podías circular.
Él no trataba de llevarte por su camino.
No, al contrario, él abría, no trataba de imponer. Quizás después se fue poniendo un poco más dogmático, yo creo que se desgastó mucho peleando contra Neruda y Huidobro, en querer destronarlos, se puso excesivamente competitivo. En ese tiempo tenía más tolerancia a la diversidad y creía mucho más en el futuro de la poesía, en el potencial de la aparición de nuevas especies poéticas. Después se encerró en la antipoesía, con rechazos muy tajantes a ciertos usos del lenguaje como expresión de mundo.
¿Dejó de creer en otras especies poéticas?
Pero también porque él mismo le tenía miedo a cosas que no podía controlar, a dominios en los que no se podía meter, donde era más débil. Porque el Parra más íntimo, más genuino, tiene muchos cercos. La intimidad de Parra es un terreno muy vulnerable, difícilmente puedas meterte ahí.
Cuando conversabas con él, ¿no entraba en terrenos emocionales?
No, nada personal, muy poco de eso. Era un tipo afectuoso, cariñoso, cálido, pero Parra es muy de paso por paso, le desagrada profundamente lo que está fuera de lugar… Lo estridente, tiene poca tolerancia con lo estridente.
¿Por qué?
Porque es muy ordenado, tiene un sentido del orden para todo. Es un tipo que se viste de una manera ordenada, que toma té de una manera ordenada, que se desplaza de manera ordenada… No se sale de madre, nunca.
¿No le es fácil desprenderse, entregarse a la situación?
No. Lo que sí hace es entregarte espacio para que tú te sientas cómodo, pero no se entrega él.
Siempre está aguantando él su peso.
Sí, él estaba muy en armonía con su peso, de hecho ese era su trabajo. Siempre estaba esculpiendo y trabajando sobre su propio peso interior.
¿Buscando más libertad o intentando regularla?
No, no era un problema de libertad… Era un problema de dirección, de límites. Para él, en algún momento podían ser mucho más importantes las reglas del juego que el juego mismo.
Alguna vez lo definiste como alguien que quiere restaurar un antiguo imperio.
Sí, es como el cacique, tiene el temperamento y el carácter para poner orden. Parra es un hombre que lo que quiere es poner orden, porque tiene mente matemática y porque tiene una lógica permanente, la lógica para él es fundamental. Por ejemplo, si me hablaba de Rimbaud, siempre era desde un punto de vista en que él no estaba involucrado ni comprometido emocionalmente, totalmente cerebral. Pero yo creo que Parra se defiende ahí porque en el fondo es profundamente sentimental, y eso lo ha logrado transfigurar, lo trata de dominar, controlar. Es como una especie de domador, pero de circo: no se va a la selva a domar un león, lo mete en una jaula y ahí lo doma.
¿Por qué?
Porque necesita estructura, necesita puntos de referencia, necesita sustentación.
Pero al mismo tiempo está siempre atentando contra la posibilidad de una estructura.
Sí, pero al mismo tiempo no rompe la propia. Él dice “yo simplemente rompo todos los moldes”, pero menos el suyo. Por eso nunca dio el paso de minar ni socavar la antipoesía como concepto, se quedó ahí para siempre, como si estuviera ante el único camino de salida que tiene la poesía.
¿Para preservar su orden interno?
Claro, quizás se puso demasiado práctico en ese sentido, y con eso también se puso menos metafísico. Lo que pasa es que él tenía un rechazo a todo lo que se elevaba, no le interesa nada que pueda elevarse, quiere echarlo abajo, y eso lo desgastó mucho porque también de arriba lo podían bajar a él. Entonces es una cuestión muy compleja porque necesita desacralizar, desmitificar, y ya no tiene otra manera que pasar a lo cómico, porque es demasiado aterrizado para elevarse a la potencia de otra poesía que él no ha hecho. Él quiere simplificarlo todo, cosa que logra, pero ésa es también su limitación. Entonces mantiene este juego de la contradicción permanente para mantener neutralizadas las fuerzas, que no lo puedan bajar ni subir. Por eso he dicho que quedó atrapado en su propio sistema binominal. Pasarse 70 años de antipoeta es tremendo, porque es muy difícil que la antimateria pueda ganarle a la materia, aun cuando se sirva de ella para atacarla.
¿Por qué?
Porque el origen de la antimateria es la materia, no viene de otro lado. Entonces es un rebelde permanente, un tipo que dice lucideces pero desde la coherencia del chiflado, por decirlo de alguna manera.
Dices que él quiere poner orden, pero alguna vez citabas entre tus versos favoritos de Parra el primero del “Solo de piano”, que está en las antípodas de esa actitud: “Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia”.
Claro, es que el conflicto ahí es la duda: Parra duda de todo, pero no es escéptico. Por eso siempre mete una vitalidad más juvenil, siempre quiere partir desde un fluido vital. Y se pasa de un fluido vital a otro pero no hace madurar ninguno porque quiere sangre nueva, es muy sensible a la sangre nueva. Por ejemplo, si pensamos una trilogía con Poemas y antipoemas, Versos de salón y Canciones rusas, ahí hay una evolución, se va limpiando el lenguaje: parte con Poemas y antipoemas, se frena un poco con Versos de salón, se pone algo más barroco, y después en las Canciones rusas se despeja, se desprende, hay un renacimiento, y con menos elementos puede hacer más energía. Pero no: él cree que Canciones rusas es un libro de transición. ¡Es un gran final de un gran proceso!
¿A qué se llega con ese final?
A la simplicidad de poemas como “Yuri Gagarin”, “Aromos”. Hay mucha frescura, aquí Parra ya se relajó, tiene menos pretensiones, está más libre para hacer eso. Y tiene un humor que no es sarcástico ni cínico, sino chaplinesco, con una dosis de inocencia y también de ternura, pero a la vez inteligente, despierto, consciente. Poemas como “Nadie”, “Nieve”, me gustan mucho. Hay belleza, hay simplicidad y tiene ciertos elementos románticos. Canciones rusas es un libro romántico.
¿Parra es romántico?
Mi impresión es que reprime ese romanticismo, prefiere quedar neutralizado. Yo creo que Parra puede sufrir, puede ser de una ternura inmensa, pero ser verdaderamente él mismo es un lujo que no se puede permitir.
¿Por algún pesimismo existencial de fondo?
Sí, tiene un pesimismo, pero también es un pesimismo lúcido que lo libera de cualquier intento de suicidio, porque es totalmente liberador. Lo que le falta a Parra es que no tiene ninguna fe en lo que pueda estar más allá, elimina cualquier elemento del misterio. Todo es tierra, no hay más planetas. Lo divino o lo sagrado no pasan por ningún lado de su poesía, no existen para él. Lo único que hace es tratar de ironizar y reírse para no sentirse aplastado por el poder inmenso de la posibilidad de que exista un mundo superior a este. Bueno, al final del “Soliloquio del individuo” dice que la vida no tiene sentido. Queda perplejo, no puede resolver el problema.
¿La ironía es el refugio contra esa perplejidad?
Es que con ese cinismo de irse para allá y para acá, él también logra proteger el núcleo esencial de su existencia más vulnerable. Se ríe de Dios, del Papa, además como que se camufla y se convierte en un poeta párroco, con esa cosa también del chiste popular, del humor de pueblo. En ese sentido, es un patriarca protector de su propia familia interior. Por eso te decía que no puede permitirse ser él mismo, porque siempre está protegiendo, se hace cargo, es un cancerbero de su propio sistema, de su propia estructura de tribu. Piensa que Parra tiene una tremenda familia, con tantas ramificaciones… Yo creo que habría que investigar mejor la influencia de la Violeta en él, porque hay una veta en la Violeta que Nicanor no la tiene, a pesar de que maneja todos los códigos y todo ese lenguaje que surge de la tierra. Parra está ahí, pero es más el hombre que ameniza, un animador, y a la vez una especie de puente. Es un protector y un mediador al mismo tiempo, aunque sin hacer diplomacia.
¿Quiere reconciliar mundos?
No, lo que quiere es mantenerlos en estado de contradicción permanente pero sin conflicto. Y ese es el desgaste.
¿Viene de vuelta, después de formarse en la cultura docta, a defender la cultura popular?
La tribu, la tierra… Yo creo que lo que Parra nunca ha permitido, dicho esto en sentido figurado, es que los españoles le quitaran su tierra. Y es un logro extraordinario, porque sin duda lo ha logrado, además sirviéndose de las propias armas que le aportan los españoles. ¡No dejó que los españoles se le metieran! Parra es totalmente territorial, siempre tiene un paño, un plano. Y es muy eficaz en su cancha rayada, en su propia rayuela, lo que es su gran logro pero también su limitación porque sus fronteras siempre están al alcance de la vista y de la mano. En ese sentido es lo contrario a Neruda, que es una especie de Marco Polo. Parra se asentó en Chile como ningún otro, fue a Inglaterra a hacer posgrados pero lo demás fueron idas y venidas. Nunca hizo su exilio interior, no sabe lo que es eso, nunca ha salido de Chile. Por eso digo que es muy territorial, es como un Fortín Mapocho. No sé lo que será un Fortín Mapocho, pero con Parra me imagino un Fortín Mapocho con una plaza central donde está la Pila del Ganso.
Y además de cuidar su territorio, ¿aspira a conquistar el ajeno? Hace poco dijo que siempre ha sido arribista.
Sí, pero él es arribista porque quiere arribar, arribar a la tierra. Tiene su propio Triángulo de las Bermudas donde él no se hunde, porque es de tierra, y lo que hace ese Triángulo es absorber cosas que a él le parecen extrañas, elementos que le parecen dudosos, sospechosos, donde hay trampa. Es muy paradójico… Si trato de profundizar en él intuitivamente, Parra es un gato encerrado al aire libre. Y es un gato encerrado que vive preocupado de los gatos encerrados. Además es un gato encerrado al que le gustan los conventos. Es muy curioso.
¿Su humor también viene del gato encerrado?
Y por eso tiene afinidad con el humor de Matta, que puede parecer muy distinto, pero la fuente de chilenidad es la misma. A mí me extrañó que Matta hiciera un libro con Gonzalo Rojas y no con Parra, del que está mucho más cerca. Huidobro también tiene otro sentido del humor, sería un bufón al estilo de la corte, en cambio el bufón de Parra es de circo. Y también Neruda tenía su humor, yo nunca he creído en eso de que Parra influyera en el Estravagario de Neruda, hay un abismo entre el humor de ambos, es obvio. Pero Parra tenía una relación interna muy viva con Neruda y Huidobro, y muy duradera.
¿Cómo definirías esa relación?
Siempre ha sido y va a morir siendo contradictoria. No es una relación de amor y odio, no pasa por ahí… Es contradictoria porque Parra, a pesar de que quiere demolerlos, también tiene cierto temor de ser injusto. Yo una vez le pregunté, y me acuerdo porque me sorprendió la respuesta, qué pasaría si Neruda se muriera. Y me contestó como si hablara para adentro, sin ninguna ironía ni sarcasmo: “Ojalá no se muera nunca el viejito”. Lo necesitaba vivo, yo no sé por qué. Esa frase fue literal, no se me ha olvidado nunca. Su relación con Neruda no era ambigua, era contradictoria, conflictiva, con avances y retrocesos. Entonces él trataba de resolver esa contradicción, siempre tratando de diferenciarse pero dándose cuenta de que estaba con un gigante.
Un gigante contra el que Parra quería pelear solo.
Sí, él peleaba solo. Por eso siempre mide sus fuerzas, porque el éxito de cualquier confrontación está en que sus fuerzas estén bien medidas. Si calcula mal, cae al abismo o sale aplastado. Por eso te digo que es como un escudero de sí mismo, con mucho sentido de la medida.
¿También se enfrenta con esas precauciones al amor?
Ah, ese es un tema muy conflictivo en Parra, a lo largo de toda su vida. No sé, yo creo que él siempre estaba preocupado de que arde Troya, y el amor para él era equivalente a que arde Troya. Creo que desconfía mucho del amor de la mujer.
La balsa de Parra
¿Qué va a perdurar de la poesía de Parra?
Hay poemas que van a perdurar siempre, que tú puedes volver a leer durante toda tu vida y siempre vas a encontrar una sorpresa, algo te van a dar. Porque Parra te da una simplicidad pero también una nitidez, es un gran artesano, tiene una cosa de mucha precisión, un equilibrio notable entre sus potenciales y sus limitaciones. Le ha sacado un provecho enorme a sus limitaciones y ésa es una gran enseñanza. Y Parra te da una balsa, una balsa de recreo que a veces tiene más oxígeno que Huidobro.
¿Cómo te imaginas esa balsa?
Es una balsa de recreo que se despega de todo el peso de la tradición de dos mil años de poesía, pero que a la vez es muy transitoria, muy efímera, para no entrar nunca en un futuro devastador. No es la Balsa de Caronte que sale en Virgilio y que te lleva a la región de los muertos. Es una balsa que te da una cierta alegría, una cierta plenitud, durante lo efímero de todo. En la Balsa de Caronte vas al reino de la muerte, a la región de las tinieblas. La de Parra no tiene nada de eso, al revés, es una balsa que siempre provee de los primeros auxilios, para que tú sobrevivas no se sabe a qué… otra vez lo protector. Lo que no te da Parra es altura ni profundidad, porque no las necesita, porque no hay tiempo, no son sus temas. Sólo tiene largo y ancho, de ahí que él mismo diga “voy y vuelvo”.
¿Como diciendo que no va tan lejos?
Yo creo que él no se mete en la metafísica, y si se mete, se mete aterrado. Él dice por ahí “a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos”. ¡El cielo está intacto! Lo que se está cayendo a pedazos es la tierra y todos nosotros adentro, pero el cielo está absolutamente intacto, hasta ahora. Espérate que se empiece a mover. Entonces en ese terreno él puede haber dicho algo, pero en el fondo no incursionó, ahí no se quiere meter en camisa de once varas. En ese sentido es muy lúcido para no dejarse arrastrar por las falsas sirenas, pero muy tímido para meterse en los verdaderos abismos.
¿Por qué?
Porque le tiene pavor a la muerte. Se ve en todos sus poemas, lee “Memorias de un ataúd”, le tiene mucho miedo a la muerte. Por eso no se muere, y puede vivir tranquilamente hasta los 110 años. Pero Parra va a perdurar porque transmite una liberación del espíritu, libera algo. Es tanto su esfuerzo de controlar, de calcular que no se le caigan los palos de las carpas, que te libera. Lo que al mismo tiempo es una espada de doble filo, porque parece todo muy simple pero es muy complejo. Quién sabe si el verdadero drama de Parra sea haber logrado mantener la comedia viva hasta el final. Yo le diría a Parra, en broma, que para que todas sus parodias se sustenten en el tiempo, necesita crear una parábola. ¡Ja, ja, ja!
Alguien diría que “Los poetas bajaron del Olimpo” fue su parábola.
Lo que pasa es que ahí se equivocó de cerro, porque los poetas estaban en el Monte Parnaso, no en el Olimpo. ¡No pudieron bajar del Olimpo porque nunca estuvieron! A menos que algunos hayan sido invitados por Apolo y los dioses a una cena en el Olimpo, a todo reventar. Pero en fin, lo que hay de Parra se va a poder leer eternamente. No va a ser toda su obra, pero va a ser suficiente.

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