Resucitados del año 14
por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 07 de Febrero de 2014
Diario La Segunda, Viernes 07 de Febrero de 2014
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2014/02/07/resucitados-del-ano-14.asp
Ya conocemos el uso de los centenarios. Hay nombres que resucitan y otros que pierden fuerza. El de la guerra del 14 está lleno de brasas ardientes debajo de las cenizas, delpolvo, del barro de los campos de batalla. Un amigo español, enamorado de los libros, se dedica a buscar ediciones originales de poetas de esa época, y de un poco antes, y de un poco más tarde. Ya escribí brevemente, en mis prosas de paso, de vagabundeo, sobre los poetas ingleses de la Primera Guerra Mundial, los War Poets. Mi amigo conoce a libreros de París y de Madrid que se dedican a estos temas. Formar una biblioteca entre París y Madrid, me digo, no es demasiado difícil. Los peores enemigos de una buena biblioteca son la distancia, los viajes, las mudanzas. He pasado temporadas en universidades norteamericanas, en ciudades europeas, en Chicago, en Nashville, Tennessee, en Madrid, en París, en Berlín. He conseguido libros interesantes y a veces los he perdido. O los encuentro en subterráneos, en fondos de baúles, en casas de parientes más cuidadosos que yo.
Le muestro una edición original de la “Promenade dans Rome”, delseñor de Stendhal, adquirida hace décadas en el Mercado de las Pulgas de París, a una experta en encuadernaciones. Tenía la impresión de que el empaste de mi libro, en dos volúmenes, se hizo más tarde, pero la experta me rectifica. Es una encuadernación romántica, dice, de época, típica de la artesanía del Romanticismo: lomos de cuero con dibujos dorados, papeles rojizos, vetados, interior de cubiertas verdoso. Me parece impresionante que Stendhal en persona haya podido tener este libro en las manos. Pero estas cosas no interesan a demasiada gente. A nuestros políticos y a nuestros funcionarios, salvo muy raras excepciones, no les interesan un pepino. La experta en encuadernación me cobra bastante caro por restaurar y empastar una edición francesa de “Manifiestos”, de Vicente Huidobro. No es nada de caro, comenta mi amigo, el bibliófilo, y me habla de encuadernaciones que cuestan dos mil o más euros. ¿Más que los libros? ¡Más que los libros!
Dejo en su sitio, pues, a un Stendhal que ha subido en mi imaginación de valor, con su empaste romántico, de 1829, y me quedo tranquilo con mi factura de los “Manifestes”, con su título varias veces repetido, escalonado, en forma de caligrama. Naturalmente, cruzará la frontera de Chile y su valor de mercado bajará a su más mínima expresión. Pero si consigue salir, subirá de nuevo.
El centenario de la guerra del 14 hace revivir un nombre de poeta que conocí en mis años de estudiante en el Colegio de San Ignacio, el de Charles Péguy. El padre Alberto Hurtado, que miraba con reserva algunas de mis lecturas de aquellos años, y sobre todo la de Miguel de Unamuno, me prestó un buen día obras de Péguy, de Paul Claudel, de Jacques y Raïsa Maritain. Dos amigos que venían de las aulas del Grange decretaron, con un poco de sorna, que yo era un intelectual católico. No creo que lo fuera, y tampoco sospeché que me había prestado los libros un santo futuro. Recuerdo haber leído poemas hermosos, en verso libre, en forma de letanías, evocadores delcatolicismo francés de la Edad Media, de Charles Péguy. Ahora he recibido un poco más de información sobre este poeta. Era teniente de ejército y murió de un balazo en la cabeza, en septiembre de 1914, apoca distancia de la ciudad de Meaux, durante un ataque de la artillería alemana. Al morir tenía 41 años y había anunciado hacía poco su retorno a la religión de su infancia. Antes de eso, en sus años de universidad, se había inscrito en el Partido Socialista y había sido, según sus exégetas, un “socialista libertario”. Pero su gran elección política había sido el dreyfusismo. Es decir, cuando el capitán Dreyfus, de origen judío, fue acusado de traición a la patria, de vender información militar a los servicios secretos prusianos, degradado y encarcelado en la siniestra Isla del Diablo, en Cayena, el joven Péguy se convirtió en un apasionado militante del bando que apoyó la causa dreyfusista. Fue una causa que dividió a los franceses de la época, que tuvo una repercusión mundial y que terminó con la liberación y la plena rehabilitación del capitán. Conozco por lo menos a tres escritores de esos años que defendieron al capitán Dreyfus, que sufrieron las consecuencias políticas y sociales del asunto, y a quienes los hechos dieron la más absoluta razón: Charles Péguy, Marcel Proust y Emile Zola. Me pregunto, por lo tanto, qué habrá sido del volumen que me prestó o que me regaló, ya no recuerdo bien, mi profesor el padre Alberto Hurtado.
Lo curioso es que leí primero, en las aulas y los patios del colegio de la calle Alonso Ovalle, la poesía de Péguy, después la novela monumental de Proust, y mucho más tarde algunas de las novelas y los escritos sobre arte de Zola. Después, a propósito de estos escritos, me encontré con el formidable retrato de Zola por su amigo Edouard Manet. ¿Por qué usted y mi marido, me pregunta la esposa de mi amigo el bibliófilo, leen tanta literatura francesa, por qué no leen cosas de autores europeos de más al Este? Yo también leo cosas de europeos de más al Este, y de rusos del siglo XIX, y de americanos del Norte y del Sur hispano y portugués, aparte de uno que otro japonés, de algunos indios, de dos o tres australianos. Los franceses, en general, tienen la ventaja de contestarse con su tradición propia, y los ingleses, y los italianos, pero nosotros, en nuestras provincias culturales, estamos condenados a leer y a saber de todo. ¡Hasta de Charles Péguy, hasta de los War Poets ingleses! A veces resulta abrumador. En otras ocasiones, desde otras perspectivas, vale la pena.
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