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Una vocación no muda


Las palabras de los políticos resuenan en tribunas privilegiadas. Pero si ellas no están a la altura del escenario en el que se asientan, este se resquebraja y sus esquirlas, quizás en forma irremediable, dañan a toda la sociedad...


La trascendencia del lenguaje es quizás más evidente en política, ya que esta, por esencia, no es una vocación muda y, en consecuencia, no solo con sus acciones, sino también con sus discursos, los políticos fijan rumbos y determinan de modo decisivo la senda de su propia nación.

Como no existe el político callado, todo acontecimiento histórico está enlazado a un relato oral que lo precede y lo acompaña, y que, según sea el caso, contribuye a la paz social o va en desmedro de ella. Por consiguiente, el político no muestra únicamente su responsabilidad cuando vota o legisla, sino sobre todo cuando habla, pues sus palabras pueden enardecer a una multitud e incentivarla a conductas violentas, o bien, pueden frenar los ímpetus destructivos de algunos y reorientarlos en favor de la paz y de la justicia (virtudes que van íntimamente unidas).

Las palabras de los políticos resuenan en tribunas privilegiadas. Pero si ellas no están a la altura del escenario en el que se asientan, este se resquebraja y sus esquirlas, quizás en forma irremediable, dañan a toda la sociedad. Cabe suponer, entonces, que a cualquier político le es sumamente recomendable contar tanto con la elocuencia como con la prudencia, pues si la primera despierta la pasión, la segunda adormece la sinrazón.

RODERICUS

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