Diario El Mercurio, Domingo 13 de abril de 2014
Cómo se hace
"A menudo me asombro al leer reseñas críticas sobre libros de poesía que se perfilan en relación a puros contenidos, o bien a una idea mecanizada de las formas..."
A veces, viendo a los niños estudiar química y otras materias arduas, da la impresión de que en los planes educacionales hay un equívoco de base: enseñar el comportamiento de la naturaleza a través de su traducción teórica o libresca, sin asomarse aunque sea en grado mínimo a los fenómenos reales. Se trataría, en este caso, de aproximarse al fenómeno eludiendo el fenómeno.
Me imagino lo difícil e inútil que puede llegar a ser, por ejemplo, el estudio de internet con puras explicaciones conceptuales, sin que hayamos tenido jamás acceso a un computador. Memorizar qué es una interfaz, un link , un giga, recitar las instrucciones de navegación y tener que rendir exámenes sobre aquello que no se ha visto ni percibido nunca.
Hay cierto rango de actividades cuyo entendimiento de fondo tiene como condición necesaria la experiencia directa, aunque esta experiencia sea fallida, fracasada. Yo trato de entender la pintura, que no he practicado en la vida, pero sé que para ello tengo limitaciones notorias. No creo que me sirvan en este empeño las especulaciones de los filósofos pero sí, en cambio, las informaciones que he obtenido de los pintores mismos o textos que he leído sobre la manera de proceder ante la tela que tenían Velázquez o Cézanne.
La poesía es otro tanto. A menudo me asombro al leer reseñas críticas sobre libros de poesía que se perfilan en relación a puros contenidos, o bien a una idea mecanizada de las formas. La academia aporta muchas veces, en este sentido, caminos igualmente erráticos: interpretación infinita en virtud de modas ideológicas, de voluntarismos intelectuales muy lejanos al tipo de inteligencia que reclamaba Baudelaire para la figura del poeta.
Todo esto lo pienso a partir del libro Así funciona la música , de David Byrne, el vocalista de Talking Heads, escrito en una tradición pragmática tan norteamericana como inglesa. Resulta estimulante presenciar el desmenuzamiento analítico del fenómeno musical pop (y rock y primitivo y operático y clásico) realizado por una persona que -más allá de si nos guste o no la música de su creación- tiene un conocimiento de la disciplina desde dentro. Alguien que, al margen de la delectación teórica, ha tenido que solucionar problemas musicales en distintos niveles y ha pasado muchas veces el Rubicón de la respuesta del público.
En los años ochenta era asombroso comprobar los modos diferentes de explicar sus obras que tenían Los Jaivas y The Police. Según recuerdo, los chilenos hablaban preferentemente de ideas, de significados y de Latinoamérica. Los otros -y en especial el baterista Stewart Copeland- hablaban de ritmos, de maneras de componer, sin mayores trascendentalismos. Para los que entonces necesitábamos saber cómo se arman las obras musicales, esta prescindencia resultaba refrescante como una corriente de aire.
Veinte años antes, la revista Paris Review realizó un aporte importante al entendimiento de la literatura con una simple pregunta incorporada a sus entrevistas a escritores: cómo escribe.
Me imagino lo difícil e inútil que puede llegar a ser, por ejemplo, el estudio de internet con puras explicaciones conceptuales, sin que hayamos tenido jamás acceso a un computador. Memorizar qué es una interfaz, un link , un giga, recitar las instrucciones de navegación y tener que rendir exámenes sobre aquello que no se ha visto ni percibido nunca.
Hay cierto rango de actividades cuyo entendimiento de fondo tiene como condición necesaria la experiencia directa, aunque esta experiencia sea fallida, fracasada. Yo trato de entender la pintura, que no he practicado en la vida, pero sé que para ello tengo limitaciones notorias. No creo que me sirvan en este empeño las especulaciones de los filósofos pero sí, en cambio, las informaciones que he obtenido de los pintores mismos o textos que he leído sobre la manera de proceder ante la tela que tenían Velázquez o Cézanne.
La poesía es otro tanto. A menudo me asombro al leer reseñas críticas sobre libros de poesía que se perfilan en relación a puros contenidos, o bien a una idea mecanizada de las formas. La academia aporta muchas veces, en este sentido, caminos igualmente erráticos: interpretación infinita en virtud de modas ideológicas, de voluntarismos intelectuales muy lejanos al tipo de inteligencia que reclamaba Baudelaire para la figura del poeta.
Todo esto lo pienso a partir del libro Así funciona la música , de David Byrne, el vocalista de Talking Heads, escrito en una tradición pragmática tan norteamericana como inglesa. Resulta estimulante presenciar el desmenuzamiento analítico del fenómeno musical pop (y rock y primitivo y operático y clásico) realizado por una persona que -más allá de si nos guste o no la música de su creación- tiene un conocimiento de la disciplina desde dentro. Alguien que, al margen de la delectación teórica, ha tenido que solucionar problemas musicales en distintos niveles y ha pasado muchas veces el Rubicón de la respuesta del público.
En los años ochenta era asombroso comprobar los modos diferentes de explicar sus obras que tenían Los Jaivas y The Police. Según recuerdo, los chilenos hablaban preferentemente de ideas, de significados y de Latinoamérica. Los otros -y en especial el baterista Stewart Copeland- hablaban de ritmos, de maneras de componer, sin mayores trascendentalismos. Para los que entonces necesitábamos saber cómo se arman las obras musicales, esta prescindencia resultaba refrescante como una corriente de aire.
Veinte años antes, la revista Paris Review realizó un aporte importante al entendimiento de la literatura con una simple pregunta incorporada a sus entrevistas a escritores: cómo escribe.
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