El pequeño detalle conmovedor
por Camilo Marks
Diario El Mercurio, Cuerpo Artes y Letras
Domingo 24 de agosto de 2014
Para leer y disfrutar
Los bienes de este mundo, de Irène Némirovsky,
no es necesario conocer sus volúmenes previos
ni tampoco la magistral Suite francesa,
escrita un año más tarde que esta novela
y publicada seis décadas después
de que la excepcional autora de origen ruso
fuera asesinada en Auschwitz.
En verdad,
a menos que uno posea acceso a rarezas,
era imposible tener conocimiento de este libro,
que se editó en 1947 y luego fue olvidado.
Lo mismo sucedió con el resto
de la producción de Némirovsky,
rescatado a partir del enorme interés
despertado por Suite francesa,
la obra maestra que, a su vez,
ha sido la llave que nos ha permitido acceder,
en orden cronológico, a todos sus títulos.
En rigor, nada se compara en magnitud,
ambición estructural, poderío estilístico,
fuerza narrativa y humanidad
al monumental relato de Némirovsky
que le ha dado fama póstuma
y que es, probablemente,
una de las grandes creaciones ficticias
de la segunda mitad del siglo pasado.
Pero sería injusto calificar a esta novelista,
dotada de innegable genio,
sólo a partir de su texto más conocido.
En realidad, Némirovsky
no parece haber concebido nada mediocre,
aunque claramente hay un distingo
entre Suite francesa y sus demás trabajos,
distingo que podríamos comparar con piezas musicales:
mientras David Golder , El baile o El caso Kurílov
se acercan más a composiciones de cámara,
su narración suprema e inconclusa
se parece mucho a una sinfonía
o, mejor dicho, a un poema sinfónico.
Los bienes... claramente
es una anticipación de Suite francesa.
Concebido en una virtual clandestinidad,
bajo las mismas condiciones
de persecución e incertidumbre,
con una mirada inclemente,
aunque teñida de cariño y empatía,
este breve tomo que, en apariencia,
es una historia de amor,
da cuenta de dos guerras mundiales,
de los devastadores efectos
que tuvieron en tres generaciones
y su polifonía temática
anuncia las grandes escenas de masas,
el entrecruzamiento de argumentos,
el férreo sistema de clases,
la cultura del poder
y las trágicas consecuencias
de la violencia como forma de coexistir.
La acción transcurre en Sant-Elme,
un pueblo de Normandía sujeto por centurias
a un régimen patriarcal de dominación,
encabezado por la familia Hardelet,
propietaria de una fábrica de papel.
Tal estado de cosas parece venirse abajo
cuando Pierre, hijo único de Charles y Marthe,
rompe su enlace matrimonial con Simone,
riquísima heredera, y se casa con Agnes,
de quien ha estado enamorado toda la vida.
Aun cuando Marthe lo apoya
y Charles, esclavo de Julián,
su despótico padre, se hace el desentendido,
esta unión significa definitivamente
una ruptura familiar y también
una considerable merma económica.
En la radiografía de una población rural
donde la modernidad da apenas sus primeros pasos
-autos para los ricos, el tren, la radio-,
donde todos se conocen y nadie sabe nada del otro,
y desfila una vasta galería de personajes,
hay además una premonición de lo que serán
los amplios paisajes humanos que ocurren en París.
De hecho, tras la destrucción de la aldea
por la artillería alemana entre 1914 y 1918,
Pierre, Agnes, su hijo Guy y Colette, la menor,
parten a vivir en un modesto departamento de la capital gala.
Ahí les sorprenderá algo impensable,
monstruoso, inconmensurable
y de proporciones cataclísmicas, a saber,
el estallido de la conflagración bélica
más asoladora en la historia del hombre.
Sin embargo, como si supiera
que la descripción de esos
gigantescos desplazamientos de personas
estaba reservada para su última creación literaria,
Némirovsky de nuevo traslada a los protagonistas
y a los actores secundarios al poblado del norte,
donde tienen lugar las primeras escaramuzas armadas,
se producen éxodos multitudinarios
y, finalmente, la localidad es por completo arrasada
cuando las tropas del Tercer Reich ocupan la zona.
Los bienes... oscila entre la intriga intimista
y el gran lienzo de majestuosas dimensiones,
desde la visión de un gato abandonado o un niño llorando,
hasta las marchas de decenas de miles de personas
con destino desconocido, huyendo del enemigo.
En ambos registros Némirovsky es perfecta
y si bien se nos quedará grabado
el heroísmo de Pierre y Agnes
ya viejos y dedicados a salvar a la gente,
es evidente que su fuerte reside
en las multitudes, pintadas con trazos brillantes,
porque en cada capítulo en que surgen
nunca falta el pequeño detalle conmovedor.
Así, este ejemplar de modesta longitud
se agrega al corpus de una narradora
que murió muy joven,
aunque dejó un legado imborrable.
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