¿Qué hacer con mis ciudades?
"A fin de cuentas, se trata de dos ciudades y de un solo espacio vital nomás. Por mi parte, es cierto que resido en Viña y que he hecho mi vida en Valparaíso, pero las disfruto a ambas. Los bares, cafés, restaurantes y salas de cine que frecuento se encuentran tanto en una como en otra ciudad..."
Quienes vivimos en Viña o en Valparaíso pertenecemos a dos ciudades. Tenemos algo así como doble ciudadanía. Esto es especialmente claro en el caso de los viñamarinos, muchos de los cuales habitamos en la ciudad jardín y vivimos en Valparaíso, porque cualquiera entiende que uno es el lugar donde podemos residir y otro aquel en el que hemos hecho nuestra vida. Tampoco faltan los porteños que aprecian a Viña del Mar y sienten que les pertenece. No existe ningún tipo de rivalidad, y lo único que resulta del todo inconciliable es la condición de hincha del club de fútbol profesional que pertenece a una u otra ciudad. O eres de Wanderers o eres de Everton, y en esto no hay ninguna posibilidad de doble militancia.
En una época de creencias débiles, el fútbol parece ser el único refugio para posiciones fuertes y definidas. Vea usted, por ejemplo, cómo las ideas políticas de tantos se van acomodando a las circunstancias y, en el caso de los prematuros y ansiosos precandidatos para 2017, a cálculos oportunistas y conveniencias de tipo personal, hasta el punto de que carecer de un eje estable para enjuiciar acontecimientos políticos se suele presentar hoy como una virtud. Ni izquierda ni derecha, por ejemplo, aunque es raro que quienes repiten ese eslogan se autocalifiquen luego de centroderecha o de centroizquierda. Si "derecha" e "izquierda" son ya términos vacíos, ¿qué sentido pueden tener las expresiones "centroderecha" y "centroizquierda"?
A fin de cuentas, se trata de dos ciudades y de un solo espacio vital nomás. Por mi parte, es cierto que resido en Viña y que he hecho mi vida en Valparaíso, pero las disfruto a ambas. Los bares, cafés, restaurantes y salas de cine que frecuento se encuentran tanto en una como en otra ciudad, y si en Playa Ancha se levanta el estadio en que vibro cada vez que Wanderers juega de local, en Viña está el hipódromo en que todas las semanas me encuentro con el mismo grupo de jubilosos y desesperados apostadores. Para mí tuvo la misma importancia la recuperación de la avenida Altamirano, en Valparaíso, que la de la avenida Jorge Montt, en Viña, si bien sigue siendo un misterio por qué los porteños concurren en tan escaso número a la primera de ellas. Ambas vías son hermosos paseos a borde de mar y juegan también el papel de miradores. La avenida Altamirano mira hacia Viña, y la de Jorge Montt hacia la bahía y cerros de Valparaíso. Son atalayas que permiten no perder de vista la ciudad vecina.
No escapan a ningún observador las diferencias que hay entre Valparaíso y Viña. En los cerros del Puerto los puntos de venta de alimentos se llaman menestras, mientras que en Viña hay minimarkets. En Valparaíso trabajan peluqueros y en Viña tenemos estilistas. En Valparaíso se compran marraquetas y en Viña pan batido. En Valparaíso hay postes de luz y en Viña luminarias. En ambas ciudades existen farmacias, pero solo en Valparaíso quedan algunas boticas. Y si en Valparaíso circulan perros vagos, en Viña lo que hay son mascotas extraviadas.
Mi punto final quiere ser este: no ha sido Valparaíso el que ha terminado adoptando algunas viejas cualidades de Viña, sino Viña la que está imitando lo peor de Valparaíso con el creciente deterioro de sus barrios, la severa y extendida rotura de sus calles y veredas, la explosión del comercio ambulante, el descontrolado incremento de un ruidoso transporte público que a toda hora satura las principales vías de la ciudad, y la absoluta pasividad ante el constante rayado de muros públicos y privados por obtusos que pretenden hacer pasar por arte urbano cualquier conjunto de trazos pueriles.
En síntesis: si algunas tradicionales virtudes de Viña no se expandieron hacia el Puerto, defectos ancestrales de este se instalaron ahora en Viña, incluido el déficit del municipio.
¿Qué hacer con Valparaíso? Una antigua y nunca respondida interrogante, se ha transformado así en la pregunta acerca de qué hacemos con Viña y con Valparaíso.
En una época de creencias débiles, el fútbol parece ser el único refugio para posiciones fuertes y definidas. Vea usted, por ejemplo, cómo las ideas políticas de tantos se van acomodando a las circunstancias y, en el caso de los prematuros y ansiosos precandidatos para 2017, a cálculos oportunistas y conveniencias de tipo personal, hasta el punto de que carecer de un eje estable para enjuiciar acontecimientos políticos se suele presentar hoy como una virtud. Ni izquierda ni derecha, por ejemplo, aunque es raro que quienes repiten ese eslogan se autocalifiquen luego de centroderecha o de centroizquierda. Si "derecha" e "izquierda" son ya términos vacíos, ¿qué sentido pueden tener las expresiones "centroderecha" y "centroizquierda"?
A fin de cuentas, se trata de dos ciudades y de un solo espacio vital nomás. Por mi parte, es cierto que resido en Viña y que he hecho mi vida en Valparaíso, pero las disfruto a ambas. Los bares, cafés, restaurantes y salas de cine que frecuento se encuentran tanto en una como en otra ciudad, y si en Playa Ancha se levanta el estadio en que vibro cada vez que Wanderers juega de local, en Viña está el hipódromo en que todas las semanas me encuentro con el mismo grupo de jubilosos y desesperados apostadores. Para mí tuvo la misma importancia la recuperación de la avenida Altamirano, en Valparaíso, que la de la avenida Jorge Montt, en Viña, si bien sigue siendo un misterio por qué los porteños concurren en tan escaso número a la primera de ellas. Ambas vías son hermosos paseos a borde de mar y juegan también el papel de miradores. La avenida Altamirano mira hacia Viña, y la de Jorge Montt hacia la bahía y cerros de Valparaíso. Son atalayas que permiten no perder de vista la ciudad vecina.
No escapan a ningún observador las diferencias que hay entre Valparaíso y Viña. En los cerros del Puerto los puntos de venta de alimentos se llaman menestras, mientras que en Viña hay minimarkets. En Valparaíso trabajan peluqueros y en Viña tenemos estilistas. En Valparaíso se compran marraquetas y en Viña pan batido. En Valparaíso hay postes de luz y en Viña luminarias. En ambas ciudades existen farmacias, pero solo en Valparaíso quedan algunas boticas. Y si en Valparaíso circulan perros vagos, en Viña lo que hay son mascotas extraviadas.
Mi punto final quiere ser este: no ha sido Valparaíso el que ha terminado adoptando algunas viejas cualidades de Viña, sino Viña la que está imitando lo peor de Valparaíso con el creciente deterioro de sus barrios, la severa y extendida rotura de sus calles y veredas, la explosión del comercio ambulante, el descontrolado incremento de un ruidoso transporte público que a toda hora satura las principales vías de la ciudad, y la absoluta pasividad ante el constante rayado de muros públicos y privados por obtusos que pretenden hacer pasar por arte urbano cualquier conjunto de trazos pueriles.
En síntesis: si algunas tradicionales virtudes de Viña no se expandieron hacia el Puerto, defectos ancestrales de este se instalaron ahora en Viña, incluido el déficit del municipio.
¿Qué hacer con Valparaíso? Una antigua y nunca respondida interrogante, se ha transformado así en la pregunta acerca de qué hacemos con Viña y con Valparaíso.
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