Columnistas
Diario El Mercurio, Domingo 10 de agosto de 2014
El malentendido de la Presidenta
"¿Por qué baja la aprobación de la Presidenta? Es obvio, no está sintonizando con las mayorías. Ella está presa de una ilusión: cree que el movimiento estudiantil expresa a la sociedad entera. Desgraciadamente, no es cierto..."
¿A qué se deberá la baja en la aprobación al Gobierno y a la Presidenta que acaba de constatar la encuesta Adimark? Se pueden esgrimir explicaciones comunicacionales, políticas e intelectuales.
La explicación comunicacional rezaría como sigue. El Gobierno tendría espléndidas ideas y el personal encargado de llevarlas adelante, ministros y otros funcionarios, estaría integrado por personas sagaces y diestras que saben perfectamente lo que hacen. El problema consistiría en que esa buena nueva no llega a los ciudadanos. Por razones de diversa índole, que van desde un mercado de medios dominado por la derecha, a la falta de un relato coherente, la ciudadanía no lograría enterarse de la espléndida oportunidad que tiene ante sí. Los ciudadanos, entonces, confundidos y desinformados, empezarían a anidar un rechazo al cambio. Para remediar el problema, el Gobierno debiera, de acuerdo con este diagnóstico, mejorar su relato y enterar a las audiencias masivas de la racionalidad de lo que persigue.
Los speechwriters debieran ponerse a trabajar con mayor dedicación; los periodistas, reverdecer sus redes con los editores; los expertos en comunicación, afinar sus estudios para saber qué esperan las audiencias; el ministro Elizalde, preocuparse más de la persuasión que de sus trajes.
La explicación política es de otra índole. De acuerdo con ella, el Gobierno tendría muy buenas ideas, pero el personal a cargo estaría desordenado y los parlamentarios, por déficit de liderazgo y de información, en medio del desconcierto. Según esta visión, se ha puesto poco esfuerzo en recordar a todos que hay un contrato vigente entre la ciudadanía y el Gobierno, y entre este y los partidos, cuya custodia e intérprete es la Presidenta. Así, entonces, sería necesario subrayar el programa y mostrar una decidida voluntad de realizarlo.
En este caso, el ministro Peñailillo y la ministra Rincón serían los principales responsables. Ellos habrían olvidado que la política es un asunto de ordenar las voluntades, una variante del viejo arte militar del desfile: sometimiento y coordinación.
¿Tienen sentido esas explicaciones que por estos días suelen circular?
Por supuesto que en ambas hay algo de razón. Ni Elizalde logra desprenderse de la desgraciada imagen de quien, enfundado en trajes de buen corte, emite letanías, ni Peñailillo sacudirse el papel de sujeto obediente, sin autonomía. Pero esos defectos no logran explicar el fenómeno. Creer que una comunicación más sagaz o una voluntad más firme y autónoma resolverían el problema, es de una simpleza mayúscula. La política es más compleja que la habilidad para elaborar relatos o la firmeza de la voluntad. Es mucho más que sagacidad para comunicar o fuerza para imponer. La política no es ni una variante de la comunicación corporativa, ni una forma de la disciplina organizacional. Ni cosa de periodistas, ni asunto de gerentes.
Es la capacidad para sintonizar con la gente, con su experiencia vital, con su memoria y su biografía. Y ahí está el problema.
Porque el Gobierno parece estar preso de un gigantesco malentendido, de un simplismo increíble. Él consiste en creer que las manifestaciones estudiantiles del año 2011, y las que le siguieron, son el síntoma de un movimiento subterráneo que sacude a la sociedad entera.
Y eso, desgraciadamente, no es cierto.
Lo que muestra la evidencia disponible es que la mayoría de las personas ha vivido las transformaciones de las dos últimas décadas (que antes tomaban dos o tres generaciones) como el fruto de su autonomía y de su esfuerzo personal. Se sienten, es verdad, y con toda razón, molestas con la desigualdad; pero orgullosas con lo que ellos han logrado. Esperan, entonces, ideas para resolver la desigualdad, pero no gestos que devalúen sus esfuerzos personales y su trayectoria vital. Y entonces la actitud redentora y evangélica del asistente Palma Irarrázaval o del ministro Eyzaguirre, simplemente les molesta. ¿Desde cuándo quienes han cambiado su vida a punta de esfuerzo personal deben tener como redentores o guías a quienes, comparado con el de ellos, hicieron casi ninguno?
No cabe duda.
El problema de la Presidenta Bachelet es que está presa de una ilusión óptica: ver en el malestar de una generación el malestar de la sociedad entera.
La explicación comunicacional rezaría como sigue. El Gobierno tendría espléndidas ideas y el personal encargado de llevarlas adelante, ministros y otros funcionarios, estaría integrado por personas sagaces y diestras que saben perfectamente lo que hacen. El problema consistiría en que esa buena nueva no llega a los ciudadanos. Por razones de diversa índole, que van desde un mercado de medios dominado por la derecha, a la falta de un relato coherente, la ciudadanía no lograría enterarse de la espléndida oportunidad que tiene ante sí. Los ciudadanos, entonces, confundidos y desinformados, empezarían a anidar un rechazo al cambio. Para remediar el problema, el Gobierno debiera, de acuerdo con este diagnóstico, mejorar su relato y enterar a las audiencias masivas de la racionalidad de lo que persigue.
Los speechwriters debieran ponerse a trabajar con mayor dedicación; los periodistas, reverdecer sus redes con los editores; los expertos en comunicación, afinar sus estudios para saber qué esperan las audiencias; el ministro Elizalde, preocuparse más de la persuasión que de sus trajes.
La explicación política es de otra índole. De acuerdo con ella, el Gobierno tendría muy buenas ideas, pero el personal a cargo estaría desordenado y los parlamentarios, por déficit de liderazgo y de información, en medio del desconcierto. Según esta visión, se ha puesto poco esfuerzo en recordar a todos que hay un contrato vigente entre la ciudadanía y el Gobierno, y entre este y los partidos, cuya custodia e intérprete es la Presidenta. Así, entonces, sería necesario subrayar el programa y mostrar una decidida voluntad de realizarlo.
En este caso, el ministro Peñailillo y la ministra Rincón serían los principales responsables. Ellos habrían olvidado que la política es un asunto de ordenar las voluntades, una variante del viejo arte militar del desfile: sometimiento y coordinación.
¿Tienen sentido esas explicaciones que por estos días suelen circular?
Por supuesto que en ambas hay algo de razón. Ni Elizalde logra desprenderse de la desgraciada imagen de quien, enfundado en trajes de buen corte, emite letanías, ni Peñailillo sacudirse el papel de sujeto obediente, sin autonomía. Pero esos defectos no logran explicar el fenómeno. Creer que una comunicación más sagaz o una voluntad más firme y autónoma resolverían el problema, es de una simpleza mayúscula. La política es más compleja que la habilidad para elaborar relatos o la firmeza de la voluntad. Es mucho más que sagacidad para comunicar o fuerza para imponer. La política no es ni una variante de la comunicación corporativa, ni una forma de la disciplina organizacional. Ni cosa de periodistas, ni asunto de gerentes.
Es la capacidad para sintonizar con la gente, con su experiencia vital, con su memoria y su biografía. Y ahí está el problema.
Porque el Gobierno parece estar preso de un gigantesco malentendido, de un simplismo increíble. Él consiste en creer que las manifestaciones estudiantiles del año 2011, y las que le siguieron, son el síntoma de un movimiento subterráneo que sacude a la sociedad entera.
Y eso, desgraciadamente, no es cierto.
Lo que muestra la evidencia disponible es que la mayoría de las personas ha vivido las transformaciones de las dos últimas décadas (que antes tomaban dos o tres generaciones) como el fruto de su autonomía y de su esfuerzo personal. Se sienten, es verdad, y con toda razón, molestas con la desigualdad; pero orgullosas con lo que ellos han logrado. Esperan, entonces, ideas para resolver la desigualdad, pero no gestos que devalúen sus esfuerzos personales y su trayectoria vital. Y entonces la actitud redentora y evangélica del asistente Palma Irarrázaval o del ministro Eyzaguirre, simplemente les molesta. ¿Desde cuándo quienes han cambiado su vida a punta de esfuerzo personal deben tener como redentores o guías a quienes, comparado con el de ellos, hicieron casi ninguno?
No cabe duda.
El problema de la Presidenta Bachelet es que está presa de una ilusión óptica: ver en el malestar de una generación el malestar de la sociedad entera.
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