Ritalín
A la entrada del parque Yellowstone en EE.UU. hay una señal que advierte a los visitantes: “No alimentar a los animales. Si lo hace, éstos perderán la capacidad de procurarse los alimentos por sí mismos”.
Para muchos padres de niños en edad escolar resulta sorprendente que un porcentaje tan alto de los alumnos requiera ser medicado con Ritalín, con el objetivo de mejorar su concentración y supuestamente permitirles un mejor rendimiento escolar. La intuición me indica que al igual que el hambre de los animales de Yellowstone, el déficit atencional ha existido siempre, y que si bien puede haber una que otra excepción de niños que necesiten medicación, un alto porcentaje de quienes lo reciben hoy podrían y deberían vivir sin el medicamento.
Es cierto, la vida escolar de los niños inquietos se hace más fácil con el Ritalín, y también la de los profesores. Pero, ¿no estaremos cometiendo con nuestros niños el mismo error del turista compasivo que hace caso omiso del cartel de Yellowstone, e igual les da de comer a los osos y con ello los condena al fracaso?
Quizás lo que resulta más preocupante es constatar que el Ritalín se ha apoderado no sólo de las aulas, sino que también de nuestras propuestas de política pública. En efecto, muchas de las iniciativas que escuchamos a diario son compasivas y paternalistas, lo que eventualmente puede facilitarles la vida a muchas familias chilenas en el corto plazo, pero a la vez dañar las posibilidades de desarrollo y sobrevivencia de nuestra sociedad en el largo plazo. La prohibición del copago en la educación particular subvencionada, la promesa de gratuidad universal para los alumnos universitarios, la pretensión de una buena pensión sin necesidad de ahorro previo, y la exigencia de salud de clase mundial en un país que todavía juega en la liga de los países emergentes son sólo algunos ejemplos de políticas inspiradas en la loable intención de aliviarles la vida a las familias chilenas. Pero el resultado práctico de su aplicación es que muchos chilenos dejarán de tener que esforzarse para desarrollar los talentos que requieren para ser personas autosuficientes.
La inmensa mayoría de las familias que hoy aportan a la educación de sus hijos en los colegios particulares subvencionados lo hacen con $ 20 mil mensuales o menos. Si en Chile hay 20 millones de celulares, cerca de nueve millones de chilenos salen de vacaciones y se venden cientos de miles de televisores para el Mundial de Fútbol, entonces no hay base para argumentar que la mayor parte de los niños chilenos están siendo segregados porque sus familias no pueden aportar $ 10 mil o $ 15 mil mensuales para mejorar la educación de sus hijos. Habrá efectivamente algunos que no podrán hacerlo, pero para el resto me parece sano que tengan que hacer aunque sea un mínimo sacrificio para mejorar la educación de sus hijos. Por las reacciones que hemos visto de las familias a la prohibición que pretende imponer el gobierno al copago, pareciera que hay muchos otros chilenos que opinan de la misma manera.
Una sociedad en que sus integrantes pretenden que se les pague todo y se les dé todo, porque así se los han enseñado desde chicos, está destinada al fracaso.
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