Columnistas
Diario El Mercurio, Domingo 24 de agosto de 2014
Marihuana para el alma
"El progresismo criollo ha tomado la legalización de la marihuana como una bandera de lucha. Lo que no sabíamos hasta ahora es que esa maravillosa plantita era un elemento fundamental para el cultivo del espíritu..
Qué maravilloso es el relato de los progresistas. Su talento épico no deja nunca de sorprenderme. Esta semana, el alcalde Rodolfo Carter plantó una semilla de marihuana para promover la legalización del autocultivo de esa planta que remedia todos los males. El SAG, con su estrecha mentalidad técnica, calificó el acto de “mediático”, como si eso fuera malo. Claro que es mediático: se harán películas, se escribirán novelas y las gestas del alcalde semillero se cantarán en las peñas por los siglos.
De ahora en adelante el apellido Carter no nos recordará más al Presidente norteamericano que plantaba maní, sino al prócer chileno que puso en La Florida esa semilla de libertad. Ya me lo imagino en el futuro, representado en una estatua, con su cuerpo inclinado mientras pone su semillita en la tierra, o volando por los aires, con el rostro inundado por una sonrisa provocada por la benéfica plantita protectora de la salud.
Sabemos, sin embargo, que la vida política no puede consistir solo en actos poéticos como el de Carter. Afortunadamente tenemos a la izquierda, que se preocupa por la legalidad y no quiere que el héroe de la semilla pueda pasar unos días detrás de las rejas, pagando con su libertad por habernos regalado la nuestra.
Así, un grupo de senadores socialistas ha presentado un proyecto que permite el autocultivo de “plantas vegetales del género cannabis”. Lamentablemente han sido muy poco generosos al aludir a su cantidad, porque su número no puede ser superior a las “tres plantas florecidas por inmueble”. Pero esta tacañería es solo un detalle en el conjunto de este proyecto grandioso y loable. Lo más bonito del caso, que destaca su inocencia, es que las plantas deben estar florecidas.
Qué bueno que nuestros senadores se preocupen de las flores. Ignoro, empero, por qué restringen su ubicación a los inmuebles y no la permiten en otros lugares del territorio nacional. ¡Se verían tan bien esas florecillas de marihuana en el reloj de flores viñamarino! Además, incentivaría mucho el turismo, que es una fuente de ingresos muy necesaria para el país, ahora que la economía se estanca por culpa del gobierno de Piñera.
Por supuesto que, como buenos socialistas, el proyecto de ley es bastante burocrático. Exige informar al SAG de la dirección y nombre del jardinero, y pone otras condiciones que no son coherentes con este proceso de talante liberador.
Digna de destacar es la finalidad que, según los parlamentarios, debe tener el autocultivo de la marihuana para ser reconocido por la ley. No debe llevarse a cabo por un motivo cualquiera ni con ánimo de lucro, sino solo por razones personales, terapéuticas o “de carácter espiritual”. Es hermoso ver cómo en una época materialista como la nuestra estos socialistas se preocupan por el cuidado del espíritu.
Nosotros, en cambio, influidos por la fría medicina moderna, nos preocupamos por el daño cerebral y otras consecuencias de estas sustancias. Confieso que me siento profundamente egoísta al ser tan mal pensado: ¡Cómo pude interesarme por unas simples neuronas cuando se trataba nada menos que del espíritu! Los parlamentarios socialistas, en cambio, han sabido valorar el alcance del acto del alcalde Carter, cuya semilla sanadora reparará los daños que provoca la crisis de sentido del hombre contemporáneo. La represión ha pasado, es la hora del alma.
Hasta la libertad religiosa es invocada por estos espirituales senadores a la hora de fundamentar su propuesta. Cuando su proyecto llegue a ser ley, será emocionante ver aparecer nuevos cultos, que ya no emplean pan, vino o incienso en su liturgia, sino cannabis. Sus adherentes se hallarán en perpetua levitación y la arquitectura de sus templos se asemejará a unas pajareras, donde los devotos podrán volar con enorme libertad.
Lamentablemente la marihuana es un poco menos espiritual de lo que alcaldes y senadores nos quieren hacer creer. Su peligro está precisamente en su apariencia inocente y, en ese sentido, su legalización puede causar aún más daño que, por poner un ejemplo, la de la cocaína, cuyos consumidores están suficientemente informados y saben que juegan con fuego. La cocaína mata, pero no miente. La marihuana, en cambio, con su apariencia inocente, es tan seductora que incluso unos senadores experimentados pueden promover su legalización imaginando que sirven a los más altos intereses del espíritu.
De ahora en adelante el apellido Carter no nos recordará más al Presidente norteamericano que plantaba maní, sino al prócer chileno que puso en La Florida esa semilla de libertad. Ya me lo imagino en el futuro, representado en una estatua, con su cuerpo inclinado mientras pone su semillita en la tierra, o volando por los aires, con el rostro inundado por una sonrisa provocada por la benéfica plantita protectora de la salud.
Sabemos, sin embargo, que la vida política no puede consistir solo en actos poéticos como el de Carter. Afortunadamente tenemos a la izquierda, que se preocupa por la legalidad y no quiere que el héroe de la semilla pueda pasar unos días detrás de las rejas, pagando con su libertad por habernos regalado la nuestra.
Así, un grupo de senadores socialistas ha presentado un proyecto que permite el autocultivo de “plantas vegetales del género cannabis”. Lamentablemente han sido muy poco generosos al aludir a su cantidad, porque su número no puede ser superior a las “tres plantas florecidas por inmueble”. Pero esta tacañería es solo un detalle en el conjunto de este proyecto grandioso y loable. Lo más bonito del caso, que destaca su inocencia, es que las plantas deben estar florecidas.
Qué bueno que nuestros senadores se preocupen de las flores. Ignoro, empero, por qué restringen su ubicación a los inmuebles y no la permiten en otros lugares del territorio nacional. ¡Se verían tan bien esas florecillas de marihuana en el reloj de flores viñamarino! Además, incentivaría mucho el turismo, que es una fuente de ingresos muy necesaria para el país, ahora que la economía se estanca por culpa del gobierno de Piñera.
Por supuesto que, como buenos socialistas, el proyecto de ley es bastante burocrático. Exige informar al SAG de la dirección y nombre del jardinero, y pone otras condiciones que no son coherentes con este proceso de talante liberador.
Digna de destacar es la finalidad que, según los parlamentarios, debe tener el autocultivo de la marihuana para ser reconocido por la ley. No debe llevarse a cabo por un motivo cualquiera ni con ánimo de lucro, sino solo por razones personales, terapéuticas o “de carácter espiritual”. Es hermoso ver cómo en una época materialista como la nuestra estos socialistas se preocupan por el cuidado del espíritu.
Nosotros, en cambio, influidos por la fría medicina moderna, nos preocupamos por el daño cerebral y otras consecuencias de estas sustancias. Confieso que me siento profundamente egoísta al ser tan mal pensado: ¡Cómo pude interesarme por unas simples neuronas cuando se trataba nada menos que del espíritu! Los parlamentarios socialistas, en cambio, han sabido valorar el alcance del acto del alcalde Carter, cuya semilla sanadora reparará los daños que provoca la crisis de sentido del hombre contemporáneo. La represión ha pasado, es la hora del alma.
Hasta la libertad religiosa es invocada por estos espirituales senadores a la hora de fundamentar su propuesta. Cuando su proyecto llegue a ser ley, será emocionante ver aparecer nuevos cultos, que ya no emplean pan, vino o incienso en su liturgia, sino cannabis. Sus adherentes se hallarán en perpetua levitación y la arquitectura de sus templos se asemejará a unas pajareras, donde los devotos podrán volar con enorme libertad.
Lamentablemente la marihuana es un poco menos espiritual de lo que alcaldes y senadores nos quieren hacer creer. Su peligro está precisamente en su apariencia inocente y, en ese sentido, su legalización puede causar aún más daño que, por poner un ejemplo, la de la cocaína, cuyos consumidores están suficientemente informados y saben que juegan con fuego. La cocaína mata, pero no miente. La marihuana, en cambio, con su apariencia inocente, es tan seductora que incluso unos senadores experimentados pueden promover su legalización imaginando que sirven a los más altos intereses del espíritu.
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