El intríngulis jurídico y político en que últimamente se halla la señora alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá, a propósito del dictamen de una Corte de Apelaciones que ordena poner fin a la toma del Instituto Nacional, pero, además, el tan políticamente correcto lenguaje que acostumbra usar en relación con las tomas de colegios en general, hacen recordar a los observadores vetustos que vivieron en esos años el talante que imperaba en el mundillo de las facultades y escuelas de ciencias sociales en los 60, cuando en ellas el marxismo reinaba supremo y tal como ahora, casi con los mismos códigos verbales, se preparaba acuciosamente al personal juvenil que coprotagonizaría la catástrofe del 73. Sería una catástrofe y no un advenimiento, como algunos esperaban, porque ya entonces esa doctrina “científica” era menos ciencia que un carcamal ideológico sólo eficaz para inducir, como lo hizo, el clima al mismo tiempo de incompetencia y beligerancia que fue caldo de cultivo del desastre. La doctrina marxista había sido ya debida y contundentemente refutada, a fines del siglo XIX, por Eugen von Böhm-Bawerk, cuyos argumentos lógico-matemáticos demolieron completamente la teoría de la plusvalía, axioma y sustento del edificio teórico erigido en El capital; de eso, cien años después, el derrumbe colosal del mundo socialista podría considerarse como una prueba empírica. De esto último, de lo que se venía en el futuro, los optimistas intelectuales de esa época panfletaria y enormemente “overrated” no podían saber nada, pero desafortunadamente tampoco sabían algo del pasado y del trabajo de Von Böhm-Bawerk, como en realidad la mayor parte de ellos nada sabían del libro sagrado mismo. Se conformaban, entonces como ahora, con una dieta de “refritos”.
Con “refrito” alúdese en el ambiente periodístico a todo texto que no es sino una reescritura de material muerto y embalsamado; es, el refrito, como un huevo preparado hace dos días y arrojado de nuevo al sartén para que la humareda le dé un aire de cosa recién hecha. El refrito, siendo en su esencia un clon, a menudo trata de disfrazar su naturaleza impostora con el recurso de una oscuridad pretendiendo pasar por profundidad. Ese truco suele dar resultados; pocos se dan cuenta de que las profundas tinieblas de esos aclamados arcones de sabiduría sólo ocultan que no hay nada dentro de ellos. Es, por tanto, un ejercicio digno de tahúres y prestidigitadores, y a él han sido siempre adictos los mistagogos del marxismo. En esos años, por ejemplo, estuvo muy de moda -si no leer, al menos acarrear en el sobaco- un libro titulado Para leer El Capital, del estructuralista Louis Althusser. Tan oscuro y enigmático era en su delirante pedantería, que aun los estudiantes de izquierda decían necesitar un nuevo libro que se titulara Para leer “Para leer El Capital”.
Refritos en cadena
No hay hoy en Chile escasez de dicha mercancía petulante, arrogante y obsoleta. La ideología que en un estado de semicoherencia y sonambulismo ilumina el camino de salvación ofrecido por la NM tiene esa naturaleza. Si se hace el penoso esfuerzo de leer a los constitucionalistas, ensayistas, sociólogos y politólogos que hacen de doctrinarios de la NM, para lo cual evacuan cada seis meses un Nuevo Testamento en beneficio de los heréticos y los paganos, en el acto el lector percibirá que esos recurrentes devocionarios son refritos de los publicados por las hordas de académicos que en Europa perpetran, a su vez, refritos de Gramsci, de Foucault y de Derrida, quienes por su parte perpetraron material que es un refrito de Marx, quien por su lado hizo un refrito de Hegel, aunque poniéndolo patas para arriba, mientras Hegel, como lo denunció Schopenhauer, era un ininteligible refrito de Platón.
Refritos en cadena
No hay hoy en Chile escasez de dicha mercancía petulante, arrogante y obsoleta. La ideología que en un estado de semicoherencia y sonambulismo ilumina el camino de salvación ofrecido por la NM tiene esa naturaleza. Si se hace el penoso esfuerzo de leer a los constitucionalistas, ensayistas, sociólogos y politólogos que hacen de doctrinarios de la NM, para lo cual evacuan cada seis meses un Nuevo Testamento en beneficio de los heréticos y los paganos, en el acto el lector percibirá que esos recurrentes devocionarios son refritos de los publicados por las hordas de académicos que en Europa perpetran, a su vez, refritos de Gramsci, de Foucault y de Derrida, quienes por su parte perpetraron material que es un refrito de Marx, quien por su lado hizo un refrito de Hegel, aunque poniéndolo patas para arriba, mientras Hegel, como lo denunció Schopenhauer, era un ininteligible refrito de Platón.
De esta ilustre cadena de refritos, el programa de la NM y los lenguajes de su membrecía son su última -¿?- encarnación aquí en la Tierra como en el Cielo. Siendo programa es más simple que sus modelos, aun más degradado y más ambiguo, aunque quizás menos cantinflero. Está hecho para la lectura y comprensión de las almas simples, si bien en su inmensa mayoría pocas de aquellas se han tomado la molestia de intentarlo.
Dicho sea de paso, es curioso constatar cómo tantas iniciativas de ingeniería social en gran escala, “profundas transformaciones” o revoluciones políticas y/o religiosas de frentón suelen tener como inspiración textos sagrados de épocas remotas.Mahoma escribió el Corán a base de escritos cristianos, judíos y hasta parsis del año ñauca, los revolucionarios franceses se inspiraron en clásicos latinos y griegos, los bolcheviques en textos de Lenin basados en textos de Marx basados en textos de Hegel basados en textos de Platón. Hasta ahí la Nueva Buena o la Buena Nueva.
Tómese esa toma…
De ese fondo inescrutable y viejo como los papiros encontrados en el mar Muerto derivan en última instancia las fraseologías que se oyen de boca de la alcaldesa Tohá y en verdad de labios de toda la membrecía de la NM. Es una jerga que, fiel a su amor por la dialéctica, gusta enlazar cosas contradictorias y excluyentes.Mientras por momentos se nos habla ásperamente de meterle la mano en el bolsillo a los ricos, torcerle la nariz a los momios, pasar por encima de los “elementos” contrarrevolucionarios, imponer las grandes mayorías, darle rienda suelta a la vocinglera calle, etc., por otro lado y casi tras cartón emergen melodiosas frases del tipo “jornadas de reflexión”, “turnos éticos”, “solidaridad con los desposeídos”, “mesas de diálogo”, “participación de la comunidad” y una amorosa y larga retahíla de imposible detalle.
Tómese esa toma…
De ese fondo inescrutable y viejo como los papiros encontrados en el mar Muerto derivan en última instancia las fraseologías que se oyen de boca de la alcaldesa Tohá y en verdad de labios de toda la membrecía de la NM. Es una jerga que, fiel a su amor por la dialéctica, gusta enlazar cosas contradictorias y excluyentes.Mientras por momentos se nos habla ásperamente de meterle la mano en el bolsillo a los ricos, torcerle la nariz a los momios, pasar por encima de los “elementos” contrarrevolucionarios, imponer las grandes mayorías, darle rienda suelta a la vocinglera calle, etc., por otro lado y casi tras cartón emergen melodiosas frases del tipo “jornadas de reflexión”, “turnos éticos”, “solidaridad con los desposeídos”, “mesas de diálogo”, “participación de la comunidad” y una amorosa y larga retahíla de imposible detalle.
A Carolina Tohá, bella, inteligente y quizás con aspiraciones presidenciales, le ha tocado vocear la parte cariñosita de dicho abecedario. Le ha tocado intentar poner en práctica su viejo discurso acerca del diálogo con los estudiantes, le ha tocado ensayar unas superrealistas “jornadas de reflexión” en las que no se ha hecho otra cosa que cacarear eslóganes y en todos sus emprendimientos, esos y otros, le ha tocado sufrir la misma experiencia del ministro Arenas, a quien la economía se le escapa de las manos, tal como la educación se escapa de las de Eyzaguirre. Para Carolina, el impacto de la realidad toma la forma del movimiento de los escolares del instituto -y otros establecimientos-, el que se le ha presentado como una fuerza incontrolable en su actual configuración no de masa entusiasta, sino de obstinación maximalista de grupos extremos que lo manipulan a su gusto. Como a otros miembros del gobierno, la realidad se está encargando de pasarle algunas cuentas. Las “contradicciones” se le aparecen a cada paso, pero no en buena y aceptable doctrina hegeliana, sino en la mala, en la grosera y brutal encarnación de la realidad. Y así es como del “diálogo reflexivo” se ve obligada a pasar al lenguaje del orden, los desalojos y la acción policial, y de este de regreso al primero una vez más. Las oscilaciones son cosa de todos los días y reflejan en cada oportunidad, en lo pequeño y en lo grande, la naturaleza contradictoria del entero proyecto, cuya larga, penosa y letal enfermedad es pretender cuadrar el más porfiado de los círculos. No se pueden modificar parámetros esenciales de la economía y, al mismo tiempo, pretender que funcione como siempre; no se pueden vitorear las movilizaciones estudiantiles y después esperar que en orden y con los zapatos lustrados participen en “jornadas de reflexión” y no echen abajo los locales en un frenesí de vandalismo; no se puede insistir en los derechos y empoderamientos y luego demandar algo siquiera de deberes y respetos. La visión pastoril y beatífica, pero al mismo tiempo conflictiva y de guerra de clases, nunca cuaja como la gente.
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