por Luis Larraín
Diario El Mercurio, sábado 23 de agosto de 2014
La Nueva Mayoría
derrotó electoralmente
a la centroderecha el año 2013.
Una de sus principales armas para lograrlo
fue debilitar fuertemente la legitimidad de las ideas
que sustentan un modelo de libre mercado.
Lo hizo basada en tres elementos centrales:
el cuestionamiento a la desigualdad,
el rechazo a los abusos,
especialmente aquellos perpetrados por empresas,
y la demonización del lucro.
La forma en que el discurso de la izquierda
concatenó estos tres elementos
en lo comunicacional fue notable.
Si bien la gente no rechaza la desigualdad per se
(hay estudios que demuestran que se toleran
las diferencias de ingresos
entre distintas profesiones y actividades),
sí se opone a que esas diferencias
sean injustas o fruto de abusos.
Por eso fue tan importante
ligar la desigualdad a los abusos.
La propaganda de izquierda,
muy apoyada por la línea editorial
de varios canales de televisión
y por el discurso de políticos variopintos,
instaló a las empresas privadas,
especialmente a las grandes empresas,
como los mayores abusadores
tanto de sus trabajadores
como de los consumidores.
Y aquí entra el lucro; la ganancia,
fruto de un afán de lucro desmedido
no solamente nos hablaría
de la estrechez de corazón
de quienes la persiguen,
sino que sería directamente responsable
de las penurias de trabajadores
que reciben salarios exiguos
y de consumidores "abusados"
que apenas pueden llegar a fines de mes
pagando cuentas de supermercados, isapres,
empresas de telefonía y muchas otras
que "alimentan" las excesivas utilidades de las empresas.
Lo que se instaló en definitiva entre muchos chilenos
es que "yo gano poco porque tú ganas mucho"
un típico razonamiento suma-cero de lucha de clases,
que lleva inevitablemente a centrar toda la discusión
en la repartición de la riqueza y no en su creación.
En medio de este panorama, la centroderecha
no sólo no fue capaz de defender las ideas
de la libertad y denunciar
las falacias tras estos planteamientos,
sino que en algunos casos se sumó a ellas.
En ese momento firmó la sentencia de su derrota política.
La fuerza de las imágenes es tal,
que esta concatenación de la tríada
desigualdad-abuso-lucro
supera todos los obstáculos de la lógica.
Por ejemplo, permite ignorar
que en industrias consideradas
por algunos como "abusivas",
isapres por ejemplo,
si las utilidades de todas las empresas
se llevaran a cero
(sin fines de lucro),
la situación de sus clientes
no mejoraría ni un ápice.
Vale decir, el gasto
en salud de un beneficiario
podría ser 2 mil pesos mayor.
Esta demonización de la empresa privada
tendrá consecuencias lamentables para Chile.
Los pobres de este país ya la empiezan
a sufrir a través del menor empleo e inversión
que los programas de la Nueva Mayoría
están originando en nuestro país.
Será, en definitiva, el mayor enemigo de este gobierno.
Pero en una cosa se equivocó la izquierda
e hizo una lectura equivocada.
El daño que causaron a la confianza
en las instituciones y la forma
en que despojaron de legitimidad
a la economía de mercado
no significa un triunfo de las ideas socialistas.
Destruyeron mucho, pero no construyeron nada.
Porque la pretensión de que la gente
va a preferir la educación
o la salud estatal a la privada es ilusoria.
La idea de que las personas
renunciarán a la libertad de elegir
y al deseo de superación
para adscribirse a una suerte
de fábrica uniforme de conciencias
que rechaza las diferencias no tiene sustento.
La transformación económica y social de Chile
caló hondo en la gente que no aceptará volver atrás
y renunciar a sus logros de mayor calidad de vida.
No hay, por tanto, la derrota cultural
que los sepultureros del modelo
proclamaron a los cuatro vientos envalentonados
por la bravura cobarde de quienes escondieron
las manos luego de tirar las piedras.
Una vez más el socialismo
tropezará con la misma piedra:
la quimera del "hombre nuevo".
Por eso no hay tal derrota cultural
de las ideas de la libertad.
Sí un gran daño a las instituciones,
que habrá que recomponer
con la fuerza de las ideas.
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