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Existencialismo callejero‏

MATÍAS RIVAS, DIARIO LA TERCERA, VIERNES 8 DE AGOSTO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/08/08/MATIAS-RIVAS/EXISTENCIALISMO-CALLEJERO/
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Existencialismo callejero




Luego del trabajo, tengo la costumbre de hacer un alto antes de llegar a mi casa. Doy vueltas un rato y paso a un café. Ese tiempo ocioso me permite bajar los decibeles y saltarme el taco feroz. Sintonizo con lo que veo y borro de mi mente las premuras absurdas. Miro cómo pasan las personas apuradas caminando con caras pálidas hacia los paraderos o en dirección al Metro.  El frío que cae después de las siete de la tarde no perdona ni a los satisfechos. La paciencia se abrevia y la mayoría se dirige a sus domicilios o esperan que los recojan sin demasiado humor.
Durante esas horas me instalo en un lugar y, en ocasiones, leo lo que tengo a mano para disolver el chillido de las bocinas. Y si puedo me entrego a ese plácido estado hipnótico en el que la consciencia oscila entre el afuera de la vereda y las emociones o reminiscencias que asocio libremente, sin la intención de pensar, de hilar. Es una fase mental que permite desactivar las alarmas y reducir los miedos. Cuando se obtiene este estado, que podría describir como una distancia precaria y amable con lo real, es molesto verse interrumpido. De ahí que sea pertinente tener técnicas para eludir a los demás. El escritor Roberto Merino utiliza unos grandes auriculares color naranja con estos fines. De esta manera se previene ante los mendigos y ante los que andan con ganas de conversar sobre sí mismos. Germán Marín despliega la técnica de mirar fijo a los ojos con rostro de piedra, sin inmutarse ante cualquier interlocutor indeseado que se le aparezca. Les pide que se retiren de su metro cuadrado ipso facto, asunto que logra sin fallar ni alterarse.
Los rincones donde nace nuestra intimidad son aquellos en los que damos rienda suelta al placer por estar solos. Lo extraño es que no se habla de esta necesidad. Ni los que sufren por la soledad ni los que la añoran. No obstante, convivimos con ella al igual que con el sueño y el sexo. Es probable que la soledad se esté convirtiendo en una desgracia clínica y que su significado se esté desplazando hacia la psiquiatría. Muchos de los que manejan hacen de sus autos sitios en los que practican el aislamiento clandestino. Para especular un poco, los transeúntes se inclinan por refugiarse en los locales que están en su trayecto. Otros hacen hora hasta que el tránsito empieza a fluir y confían en encontrar un asiento en la micro para reclinar sus cabezas sobre sus pechos y dormitar. La intención de todos es reponerse, volver a sentir el cuerpo anestesiado.
En mi caso, lo mejor para recuperar los sentidos es el café y espiar en las mesas aledañas cómo se fraguan amistades, noviazgos, fiestas próximas, chismes, bromas y conspiraciones. Sin embargo, lo que más escucho son quejas, tanto de los viejos como de los jóvenes. Es lo que podría denominarse el existencialismo callejero, que consiste en un conjunto de gimoteos desarticulados, risas y frases hechas que operan como indicios de un vibrato social irritado.
No se trata de que la queja articule un discurso. Lamentarse es una forma primaria y habitual de conectarse con los temblores y deseos cuando no hay tiempo para otra cosa que para asumir responsabilidades. Es lo que les va quedando a la mayoría de los que pasan largas horas de su vida frente a un computador. Son reparos atesorados por años, que se emiten sotto voce, con tintes cínicos y en un tono de víctima tras el que se esconde el escepticismo y la mala leche.
La queja es también una extraña manera de hacer contacto.Por muy raro que nos parezca el sujeto de al lado, se supone que tenemos en común un cansancio ancestral que nos permite murmurar con aflicción.Entonces la queja funciona como una consigna de los que no creen ni en la suerte. Este método de sobrevivir con la agresividad pasiva como desaguadero de nuestros conflictos es lo que Edwards Bello llamaba el temperamento apequenado del chileno. Por culpa  de él nos convertirnos en una sociedad triste y magullada en la que “el oscuro pájaro de la noche” está a la vuelta de la esquina.

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