Hillary versus Obama
El fascinante debate sobre la política exterior de Obama que corroe al Partido Demócrata ha saltado a las primeras páginas. Hillary Clinton, preparando su candidatura presidencial, ha disparado contra la política de su ex jefe en asuntos como Siria, Irak e Israel, y ha dicho, en respuesta al eslogan que define la cautela de la actual Administración a la hora de intervenir en conflictos foráneos o enfrentar al yihadismo, que “una gran nación necesita principios organizadores y no hacer estupideces no es un principio organizador”.
Obama había sostenido en distintos momentos, pero especialmente durante una gira asiática en abril, que tras una década de guerras con un costo militar y presupuestario enorme no tiene sentido que sus críticos lo golpeen por actuar con gradualidad, dejar el uso de la fuerza como último recurso y evitando errores. Hace pocos días, en una entrevista con Thomas Friedman, justificó, por ejemplo, no haber armado a la Resistencia siria desde el inicio -algo que se le reprocha con acritud- porque era absurdo pensar que los que organizadores de las primeras protestas, entre quienes había doctores, campesinos y farmacéuticos, podían constituirse en un ejército capaz de competir con el de Bachar El Assad, que para colmo contaba con apoyo ruso e iraní.
La división sobre cómo enfrentar al enemigo exterior no es nueva. Hubo siempre dos almas en el Partido Demócrata. Durante la Guerra Fría, surgió el paradigma de Truman (Kennedy, por ejemplo, se situó en esa estela), que representaba la respuesta intervencionista contra el comunismo. En la orilla de enfrente, representando el paradigma contrario entre los demócratas, estaba George McGovern, que hizo de la oposición a la intervención en Vietnam una bandera y en 1972 perdió las elecciones contra Nixon. En tiempos más recientes, John Kerry -a pesar de que originalmente votó a favor de la intervención- lideró la corriente opuesta a la guerra de Irak, causa que luego retomó Obama. En cambio, los Clinton se situaron en la orilla de los halcones aun cuando, ante la impopularidad de esa guerra, acabaron haciendo concesiones tardías a las palomas.
Durante las primarias demócratas, Obama se mostró partidario de negociar de forma bilateral con Irán, por ejemplo, mientras que Hillary adoptó una línea enemistada con lo que consideraba una muestra de debilidad peligrosa.
Que Hillary colaborara con Obama en el gobierno no quita el que subsistieran las diferencias, como cuidadosamente la ex secretaria de Estado cuenta en su libro Hard Choices, por ejemplo en lo que respecta al apoyo militar que, cree ella, debió haberse dado a la Resistencia siria contra Assad, como pedía el embajador norteamericano Robert Ford. Según su criterio, por no haberlo hecho, el sector moderado acabó siendo desplazado por los yihadistas, hoy agrupados en el Estado Islámico, organización que a su vez logró, en parte por ese avance, desplegarse con grandes alas también en Irak.
Lo cierto, sin embargo, es que Hillary fue parte del equipo que llevó a cabo la política exterior que hoy se juzga por el desmadejamiento de la Primavera Árabe, el desastre de la iniciativa de paz con respecto a Israel y Palestina y el surgimiento del Estado Islámico, que controla un tercio del territorio iraquí y ha obligado a Obama a lanzar bombardeos allí donde nunca pensó que volvería a intervenir.
La cuestión política, ahora, es hasta qué punto Hillary podrá distanciarse de Obama sin parecer desleal y hasta qué punto podrá trazar una línea de demarcación con el Partido Republicano, cuyas críticas al Presidente se parecen mucho a las que ella ha empezado a deslizar en público.
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