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Todo sea por una foto‏


por Teresa Marinovic
Diario Las Últimas Noticias, sábado 12 de julio de 2014

Para el Gobierno, 
impulsar la reforma tributaria
con la anuencia de la oposición,
era la forma de legitimar la iniciativa
y, con eso, de asegurar que ella
fuera sostenible en el tiempo
(asunto del que Piñera, 
por cierto, jamás se preocupó).

Para la oposición, en cambio,
transar en cuestiones accesorias
e incluso en algunas esenciales,
a cambio de ganar algo importante,
era el precio mínimo a pagar
por el hecho de encontrarse
en una posición de extrema debilidad.

Nadie podría discutir, por tanto,
la firma de un protocolo de acuerdo
entre la derecha y la izquierda;
los acuerdos están en la esencia
de la vida política cuando ella
se desarrolla en democracia.

Nadie podría discutirlo,
salvo que algunas de las partes
(en este caso, la derecha)
concurriera de tal forma a ese acuerdo,
que comprometiera en él, el poco 
o nulo capital político que le queda.

Porque una cosa 
es suscribir un acuerdo
y otra muy distinta, 
prestarse para 
una puesta en escena
en que la oposición aparece
poco menos que 
como coautora
de un proyecto 
que, en suma y resta,
sigue siendo malo.

El buen humor de Coloma,
el jadeo con que irrumpe Silva en la sala
para alcanzar a salir en la foto,
la expresión satisfecha 
de Allamand y de Monckeberg,
en fin, el espectáculo entero fue, 
estéticamente hablando, disonante;
contradictorio con la posición
que quiso hacer valer la derecha
antes del acuerdo y lo que es peor,
incoherente con los reparos
que incluso después de la firma
formularon los mismos
que celebraban eufóricos.

Una imagen 
-lo sabe cualquier político-
vale más que mil palabras.

Y ninguna declaración 
será suficiente como para 
contrarrestar la impresión
que dejó esa foto.

La responsabilidad 
de los efectos negativos
que la reforma tributaria 
podría producir en el crecimiento, 
por tanto, quedará absolutamente diluida.

No será la izquierda 
ni este Gobierno
los que carguen con ella,
sino la clase política en general;
y particularmente la derecha,
que apareció celebrando victoriosa
algo que contradice, 
al menos teóricamente,
su noción de progreso,
que no debiera estar asociada
a un aumento significativo de impuestos,
menos aún en circunstancias
económicas como las actuales.

La derecha puede ser sometida
a un juicio aún más duro,
si se tiene en consideración además
que con el dinero recaudado
por la vía de tributos,
se pretende financiar
una reforma a la educación
que, hasta la fecha, se demuestra
no sólo como improvisada,
sino también como absolutamente
desenfocada respecto de lo principal.

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