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un agradecido reo de nocturnidad.

Diario El Mercurio, Martes 29 de julio de 2014

Insomnio

"Hay algo en el insomnio que me hace sentir lejos de los demás. estar despierto mientras la mayoría duerme me produce un sentimiento de anormalidad frente al resto"...














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No recuerdo cuándo fue la última vez que dormí esas ocho horas que, se dice, necesita el cuerpo para funcionar adecuadamente. Desde hace años anhelo ese sueño profundo y continuo que he visto -y envidiado- en tanta gente. Esta incapacidad para dormir me ha ido condenando poco a poco a vivir en un purgatorio nocturno, impulsándome a recorrer mi departamento una y otra vez, siempre en busca de algo: un libro, una película, un café, un sofá donde recostarme hasta que alguna de mi perras caiga en cuenta de mi ausencia y venga a acurrucarse a mi lado, confundida por este comportamiento. Hoy, que escribo esto, he vuelto a despertar sin razón en la mitad de la noche, constatando con enojo que aún faltan varias horas para que el día aparezca. Algunos autos, esporádicos y lejanos, se sienten pasar veloces, dejando tras de sí la estela de un zumbido que se apaga para volver a dejar todo hundido en el silencio.

Hay algo en el insomnio que me hace sentir lejos de los demás. Estar despierto mientras la mayoría duerme me produce, inevitablemente, un sentimiento de anormalidad frente al resto. Durante un tiempo tomé pastillas que me hacían caer desplomado como un animal de zoológico al que le han disparado un dardo tranquilizante. El problema es que a la mañana siguiente despertaba con un humor infame, lo que me generó discusiones innecesarias con gente a la que alguna vez quise. Revisando mi historial de sueño inducido, he llegado a la conclusión de que dormir mucho me pone de malas. Conozco a algunas personas a las que la falta de sueño les corta el humor de forma radical, condenándolas a largas horas de irritabilidad constante, alejando con su actitud hostil a cualquier posible interlocutor, pues a la primera pregunta te miran con los ojos enrojecidos y cara de pocos amigos. Parece que mi caso es justamente el contrario.

Sin darme cuenta, he ido domesticando este síndrome y cada vez me produce menos ansiedad despertar en medio de la noche. Claro que el asunto cambia cuando comparto la cama con alguien más, pues debo modificar mi acostumbrada rutina nocturna y así evitar despertar a la persona que duerme a mi lado. Hace ya tiempo atrás, mantuve una relación con una mujer que disfrutaba de dormir abrazada a mí, lo cual me convirtió en un insomne inmóvil, condenado a pasar la noche en vela y quieto, ideando la forma más sencilla de separarme de su cuerpo y levantarme de la cama sin que se despertara. Fue ella, justamente, la que alguna vez me recomendó ir a una clínica del sueño, cosa que hasta el día de hoy no hago, aunque no tengo una razón clara para haber desistido. Se me ocurre que quizás me he terminado convenciendo de que esta condición insomne no es tan mala, que las horas útiles de mis días son muchas más, y que en esa silenciosa cárcel que es la oscuridad cumplo una condena autoimpuesta, un enclaustramiento productivo que me ha convertido en un agradecido reo de nocturnidad.

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