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La vuelta del alma al cuerpo HÉCTOR SOTO






Algo cambió esta semana. La atmósfera política es muy distinta después del protocolo de acuerdo suscrito entre gobierno y oposición la noche del martes. Por una parte, se disipó la fantasía de un gobierno que venía a refundar el país haciendo borrón y cuenta nueva. Por la otra, se recuperaron los acuerdos como instancias de legitimidad para las nuevas políticas públicas que el gobierno se propone llevar a cabo.
Recibido con alivio tanto por los empresarios como por el gobierno, el protocolo es defendido con la misma fuerza en el oficialismo -porque destraba los 8.200 millones de dólares adicionales para el Fisco- y en los partidos de derecha, porque les devolvió el alma al cuerpo y lograron corregir varios de los efectos nefastos del proyecto.
Pero está claro que el consenso les gusta poco a los puristas de uno y otro sector. La izquierda dura ve en esta convergencia el fantasma que le amarró las manos a la Concertación, lo cual no sólo es un temor paranoico, sino también un mal diagnóstico político. Lo que le amarró las manos a la Concertación, y le arrancó los dientes como coalición, no fueron los acuerdos. Fue su erótica con el poder, su apernamiento a las prebendas del Estado, su falta de proyecto para reimpulsar un país que hace mucho venía marcando el paso.
Por la derecha también el protocolo deja heridos en el caminoporque, claro, esta semana el sector tuvo que madurar a presión. Hubo gente -poca- que el miércoles se agarraba la cabeza a dos manos, decepcionada luego de ver a parlamentarios de derecha convidándole oxígeno al gobierno. Tarde se vinieron a dar cuenta de que hacer política no es componer lindos discursos sobre las convicciones propias, ni es tampoco andar dando testimonios como espantapájaros. Hacer política es meter las manos al barro. Es tener que elegir entre alternativas disponibles, prefiriendo la que parezca menos mala para las ideas que uno defienda. Es la antigua noción del mal menor, sin la cual la política se convierte en una pugna de fundamentalismos excluyentes y en un peligroso juego de todo o nada.
Más allá de la pugna de protagonismos y egos respecto de la génesis del protocolo, que es una cuestión pasionalmente muy intensa pero también muy efímera, este episodio va a ayudar a la recomposición de la derecha.
Los dos partidos pueden reivindicar puntos a su favor. RN, porque desde el comienzo tuvo una disposición más favorable y empezó a negociar antes. La UDI, porque dio una batalla frontal contra el proyecto y vino a sumarse a las negociaciones más tarde. ¿Por qué lo hizo? ¿Temió quedar aislada? Todo indica que existían divergencias sustantivas en este punto tanto en las bancadas como en la dirigencia del partido. Al final primó el pragmatismo, pero la lección que deja la experiencia para la oposición es que la próxima vez la Alianza -si es que quiere seguir siendo una coalición- deberá negociar en bloque.
La orquesta desafinada
Con todo, hasta el más cándido sabe que, aunque esta vez hubo convergencia entre los dos partidos tradicionales, esto no soluciona los problemas de fondo del sector. La orquesta va a seguir desafinando por un buen tiempo todavía. Apenas llevaba horas el protocolo cuando ya Amplitud lo descalificó. No está claro si lo hizo porque el ex Presidente Piñera siguió hablando de política interna en Europa, con poca sintonía fina a lo que estaba ocurriendo acá, o porque el partido no fue invitado a la foto. Si fuera por lo primero, el hecho sería por lo menos curioso, porque después de que Amplitud le asegurara al gobierno sus votos para la reforma del sistema binominal, el ex presidente, que se suponía que es el santo patrono de Amplitud, le quitó el piso desde España al acuerdo.Todo esto describe un caos donde los egos se cruzan con las ansiedades, y las ansiedades con las miopías y las estupideces. Cada cual hace lo que se le ocurre. Así las cosas, no está fácil para la derecha reordenarse y rearticularse. El reordenamiento exige una generosidad que la derecha en estos momentos no tiene por dónde. La rearticulación, en cambio, obliga al sector a pensar en palabras mayores: un proyecto, un sueño, una gran convocatoria ciudadana y, en el corto plazo, un líder capaz de encabezarla en la próxima elección presidencial.
Lo más probable es que la derecha haya vivido la génesis y la negociación de este protocolo como un baño de seguridad. Vaya que es tranquilizador saber que no eres tan insignificante como pensabas. Vaya que le hace bien a tu autoestima saber que, a pesar de la paliza de diciembre, todavía le puedes ser útil a alguien. Incluso a esos aguerridos empresarios que se pasaron de listos jugando a ganador, pensando que las platas puestas en la centroizquierda rendían mucho más que en las candidaturas de derecha, en la medida en que permitían comprar seguridad para sus empresas. Estos primeros cuatro meses de Bachelet les demostraron que la cosa no era tan así.
Derecha política y social
No sólo por estas consideraciones la derecha tiene razones para celebrar el acuerdo. Aquí lo importante no fue la foto, sino el trabajo de contacto que ambos partidos tuvieron con sus bases y con distintas organizaciones de la sociedad civil, muchas de ellas levantadas en armas contra los disparates de un proyecto cocinado a la rápida. Era lo que le estaba haciendo falta desde hace años a la derecha política: juntarse, escuchar sus inquietudes y recomponer las confianzas con la derecha social. Juntas pueden valer algo. Por separado no van a llegar a ningún lado. Sin ese trabajo de retroalimentación, que fue lo que no se hizo durante el gobierno pasado, es hasta ilusorio estar en política.
Sí, la derecha va a seguir al margen, que es donde la puso el electorado. Pero tendrá un rol. Ni la Nueva Mayoría es tan monolítica ni el gobierno hace las cosas tan bien para que no lo tenga.

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