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Alguien: un Aura, un Aire, un Aira que manipula con infinita perplejidad objetos de los que no sabe ni entiende nada, por ejemplos los recuerdos...‏

Aira

por Andrés Neuman
El Correo 2005-02-23


Acaba de publicarse el penúltimo libro de César Aira, ‘Las noches de Flores’. Penúltimo, porque con Aira nunca puede hablarse del último. La bibliografía de este raro escribiente argentino se parece a una fuga: cada vez que alguien pretende referirse a su libro más reciente, él ya ha escrito otro. Aira tiene la costumbre de alternar las editoriales, como un huésped inquieto que abre todas las puertas a lo largo de un pasillo, y de moverse entre el gran mercado y los furtivos circuitos de las pequeñas ediciones. Dado que su producción forma una especie de puzzle giratorio, no es extraño que existan dos maneras de referirse a Aira. Una, la menos frecuente, es analizar su obra. La otra manera, la más cómoda, es opinar sobre su figura.

Ciertamente, Aira ha fomentado con relativo disimulo el carácter de personaje que se le atribuye. Según cuándo y dónde, se niega a ser entrevistado, o bien concede una entrevista para declarar que jamás concede una, o bien aprovecha la ocasión para emitir opiniones chocantes. Se da así la paradoja de que, siendo uno de los autores contemporáneos más fértiles en lengua castellana, muchos de sus comentaristas omiten sus escritos. A pesar de ello, o justo por eso, o las dos cosas, Aira se ha convertido en una referencia imprescindible en la literatura argentina contemporánea, en una suerte de jeroglífico ante el que algunos se impacientan y que otros disfrutan descifrando.

Es lógico que Aira suscite reacciones opuestas: su propia poética se apoya en ejes contradictorios, y eso le otorga un peculiar atractivo. La lectura de sus libros genera un desconcierto próximo al disgusto, y a la vez una reflexión cercana a la epifanía. Puede decirse que Aira revela molestando, e incluso defraudando. En este sentido su deuda con las vanguardias es evidente. Pero dicha deuda (y aquí está lo interesante) tiene más que ver con su actitud estética o su idea de la creación que con su estilo literario, que es sencillo, seco y pensativo. Aira, al igual que Arlt, ha forjado un modelo de prestigio oponiéndose a los valores académicos del canon argentino, evitando cualquier solemnidad o intelectualismo. ¿Cómo es posible que su inclinación a lo menor y su épica de provincias cosechen aplausos hasta en la Universidad? ¿En qué consiste el misterio Aira? Lo leeremos en el próximo artículo. 


No sé si Aira será el gran hito de las letras argentinas de fin de siglo, como entonan sus devotos, pero escribe bastante mejor de lo que pretenden sus detractores. Partidario de << la locura latente en la normalidad >>, capaz de cosechar el mayor de los prestigios académicos y de suscribir las boutades más peregrinas, César Aira es una especie de Duchamp proletario que va derribando tótems para levantar otros. Pese a su animadversión hacia Cortázar, su concepto lúdico y tentativo de la escritura le debe algo al perseguidor Julio. 

Autor de magníficos ensayos, entre sus novelas destacan ‘Emma, la cautiva’, ‘Cómo me hice monja’ o ‘La liebre’. Sin embargo, me gustaría referirme a un título publicado hace poco más de un año: ‘El Tilo’. Este breve libro cuenta en clave autobiográfica las iniciaciones del niño de provincia que pudo haber sido Aira y ya no es Aira. Lo más admirable es la naturalidad con que el narrador entra y sale de la lógica infantil, o cómo la traduce a un lenguaje adulto pero no menos asombrado. Al final del relato, la modesta y bella revelación del árbol nos devuelve al presente, nos da una idea de la altura de la memoria y nos deja una extraña sensación de orfandad. 

La historia de ‘El Tilo’ avanza junto con su escritura: lo de Aira no es una obra en marcha, sino un escribir en marcha. Su estilo dibuja una línea morosa, improvisada, funámbula. Cada gesto del libro admite planos de comprensión distintos; quizá por eso Aira a algunos les parezca misteriosamente complejo, y a otros de una trivialidad inaceptable. ‘El Tilo’ es un libro tan sencillo como curioso. Tiene estructura de cuento clásico y, a la vez, su desarrollo es digresivo, de novela posmoderna. Ahí reside su discreto virtuosismo. 

Sin proponérselo formalmente, ‘El Tilo’ es también una lúcida indagación sobre el origen y la naturaleza del peronismo. Quizá la cima del libro sea la mínima anécdota que, protagonizada por dos hermanos y un tenedor, se erige en sorprendente alegoría política. Así es Aira: todo elementalidad o todo alegoría, según se mire. Alguien capaz de disertar sobre una coma. Alguien que guarda las palabras en cajas chinas. Alguien que manipula << con infinita perplejidad objetos de los que no sé ni entiendo nada, por ejemplos los recuerdos >>. 

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