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Que vuelva el tren Valparaíso-Santiago


¿Por qué no tenemos un tren que una las dos ciudades, siendo que lo hubo hasta 1986? Fuera del argumento poco creíble que siempre se esgrime, el mercado, se suele mencionar un poderosísimo lobby. Es como para investigarlo.

por Alfredo Jocelyn-Holt - Diario La Tercera 04/01/2014 
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ES SIGNO de nuestro desarrollo, que “quiere pero no se la puede”, que no dispongamos de un tren rápido entre la capital y su histórico puerto (a un paso y densamente residencial ahora último, súmenle Viña y el resto), como existiría en cualquier parte del mundo si fuésemos de veras desarrollados. Toesca y Ambrosio O’Higgins -progresistas a ultranza- y quienes trazaron el primer camino, si resucitaran, no lo creerían. Vicuña Mackenna, quien escribió mucho sobre la ruta, nos daría duro. A Piñera, que alguna vez se las dio de “locomotora”, al parecer no le pareció buen negocio (el último proyecto ingresado al MOP en 2010 requería sólo 611 millones de dólares). Y eso que hubo tren desde la década de 1860 hasta 1986. Se dan varias razones de por qué esta dejación. Fuera del argumento poco creíble que siempre se esgrime, el mercado (poco creíble porque ¿no se supone que éste crea necesidades, no sólo responde a ellas?), se suele mencionar un poderosísimo “lobby” en contra. Complicado argumento: en Chile, la voz lobby es eufemística, una manera elegante para evitar decir “mafia” y, de hecho y con razón, el lobby entre nosotros no es regulado: uno no “regula” una organización ilícita que se colude para causar daño y aprovecharse de los demás. El tema es como para investigarlo. Thomson y Angerstein (autores del libro Historia del ferrocarril en Chile, 1997) mencionan como una causa de la suspensión del servicio de tren entre las dos ciudades “una serie de atentados”, no dicen más. Cuando los historiadores nos topamos con este tipo de dato no podemos dejar de levantar cejas. Los trenes no eran queridos en los años 80. Recuerdo que, por aquel entonces, si uno viajaba de noche en el tren del Sur, un poco antes de llegar a la Estación Central apagaban las luces en los vagones de pasajeros. Desde hacía tiempo las ventanas tenían rejillas para impedir los piedrazos. La entrada a Santiago era de terror. Pero ¿por qué se ensañaban con los trenes y no con los autos y buses? Nunca lo entendí muy bien. La antipatía al tren viene, incluso, de antes. Si uno revisa los indicadores de desarrollo desde la década de 1960 a la fecha, se encontrará con que todos mejoran. Población, esperanza de vida, alfabetización, escolaridad, matrículas universitarias, mortalidad infantil, edificación en altura, casa propia, red vial, parque automotor, agua potable y alcantarillado, crecimiento económico, todos menos… sí, por supuesto, lo adivinó: líneas férreas. Las cuales descendieron de 6.484 km a sólo 2.144 km, entre 1962 y 2012. Y esto en el país sudamericano que primero desarrollara el tren, siendo su geografía también la más apta. Las alternativas al tren son infinitamente peores. El viaje en auto es altamente riesgoso, atascado y caro (con cierta frecuencia semanal: prohibitivo). En bus puede ser hasta más fatal, además que una vergüenza nacional. No existe Chilean experience más atroz que viajar en bus: terminales donde uno no puede sentarse cuando espera (que pueden ser varias horas), televisión a todo full, calefacción dudosa, fetideces que la Ocde ni se imagina (por eso tampoco las mide) y espacio vital peor que en avión clase económica. Bien raro, ¿no?, que no tengamos tren entre las dos ciudades.

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