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Los lugares comunes y el menos común de los sentidos del hombre común y corriente‏


Diario El Mercurio, Sábado 18 de enero de 2014

Reivindicación

"El pensar es el trabajo más arduo que puede acometer el hombre, y el predominio del lugar común, el alero más cómodo y seguro bajo el cual ampararse de los múltiples riesgos de error de una originalidad estúpida..."

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El hombre es un animal que escasamente piensa. Solo algunos hombres o mujeres excepcionales, y en raras ocasiones, generan pensamientos realmente nuevos y originales. Los demás, a lo largo de nuestras vidas, nos manejamos con ideas prestadas; de entre ellas, los lugares comunes son de las más sensatas a las que podemos recurrir a la hora de alcanzar acuerdos y poner paños fríos sobre los conflictos.

Los lugares comunes son puntos de encuentro no físicos, sino que se dan en el lenguaje usual, en el habla cotidiana. Representan una sabiduría compartida por el grupo y, por lo mismo, sus miembros tienden a sentirse reconocidos en ella y suelen prestarle un fácil asentimiento. Es cierto que cada grupo posee los propios -ese precipitado de tácitos consensos-, pero en todo ámbito se da esa "opinión" -el saber no dicho- que cumple una función social importante: son la rutina del hablar y el pensar. Liberan de la necesidad de descubrir nuevos temas y respuestas para iniciar o sostener una conversación, y los diálogos mundanos pueden fluir, así, de lugar común en lugar común, llanamente y sin conflictos inesperados (considerando, incluso, lo señalado por Aldous Huxley: "la inversión de un lugar común es también un lugar común").

Además, la tregua intelectual que estos modestos pensamientos regalan permite dedicar nuestra mente a actividades que, más que el mismo pensar, resultan agradables ("a veces pienso, a veces vivo", contrapone el poeta Paul Valery), tales como soñar, leer, reír, dormir o simplemente no hacer nada. El pensar es el trabajo más arduo que puede acometer el hombre, y la "doxa", el predominio del lugar común, al contrario, el alero más cómodo y seguro bajo el cual ampararse de los múltiples riesgos de error de un "decir por cuenta propia" y de una originalidad estúpida.

El lugar común es, en efecto, un concentrado de la más democrática de las sabidurías, la del sentido y opinión del hombre común y corriente. Su conocimiento está dotado, de ese modo, de un arraigo fuerte a un lugar ("topos", le llamaban los griegos; "locus", los romanos, es decir, emplazamiento) y, en consecuencia, apartan de las seducciones de lo que no tiene lugar (lo u-tópico). La política benévola para sus pueblos se caracteriza por amar críticamente los lugares comunes.

Pedro Gandolfo

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