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El lobo que llevamos dentro


Personajes como Jordan Belfort en el Lobo de Wall Street son los malos, tipos sin escrúpulos. Pero la vida de los buenos, los honrados, aparece miserable.

por Andrés Benítez - Diario La Tercera 04/01/2014 

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“HE sido pobre y he sido rico. Y les digo, no hay nada de noble en la pobreza. Si pudiera elegir, siempre sería rico”. La frase, de alguna manera, resume la filosofía que hay detrás de Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), en la recién estrenada El lobo de Wall Street, que recrea la historia real de un corredor de bolsa en los años 80. El tema ya es un clásico del cine: abusos, excesos, desmesura, drogas y sexo en torno al mercado financiero. Sus personajes parecen calcados: tipos listos que, buscando ganancias extraordinarias, actúan fuera de la ley. El final, otro cliché: el derrumbe, la crisis, la cárcel. Pero, ojo, también la redención. No deja de llamar la atención la verdadera obsesión que existe en Estados Unidos con este tema. La trama de la nueva película de Martin Scorsese es casi una copia de la ya clásica Wall Street, estrenada en 1987, donde Michael Douglas inmortaliza a Gordon Gekko, un tipo sin escrúpulos, cuya máxima es “la ambición es buena”, frase que sigue siendo el lema de muchos en el mercado bursátil. De ahí en adelante, los filmes y documentales sobre el tema no paran. Too big to fail; The Margin Call; Inside Job; The Company Men, e incluso la última y alabada película de Woody Allen, Blue Jasmine, puede incluirse en esta verdadera saga que busca desnudar el sórdido ambiente que mueve los hilos del mercado financiero mundial. El mensaje, sin embargo, es difuso. Por una parte, de condena, pero por otra, también de coquetería con un mundo que, al final, se presenta demasiado atractivo. Por ello, personajes como Belfort o Gekko transitan entre héroes y villanos. Claro, ellos son los malos, los tipos sin escrúpulos; pero la vida de los buenos, los tipos honrados, aparece miserable. “Quieres volver a tu casa en metro o en un Ferrari. Quieres vivir atormentado por las deudas o veranear en Los Hamptons. Quieres que tu mujer sea fea o bonita”, repite DiCaprio a quienes muestran dudas, a quienes lo cuestionan. Y nadie se rebela. La idea de que para ser rico y exitoso hay que ser pillo se presenta sin mucho pudor. Casi sin culpa. Tanto que, cuando todo se derrumba, cuando triunfa el bien, se produce una cierta decepción. Un vacío incontenible, que no es otra cosa que la triste realidad del ciudadano común. Por eso, estos filmes siempre se encargan de salvar al villano. Los redimen y, por supuesto, nunca quedan pobres. Oliver Stone hace renacer a Gordon Gekko en la segunda parte de Wall Street. Scorsese lo hace al final de su filme, cuando limpia la imagen de Jordan Belfort y, de paso, aniquila la del detective que lo apresa, cuando lo muestra viajando en metro, como un cualquiera, en medio de personajes marginales. En suma, un perdedor. ¿Ficción o realidad? Bueno, al menos la vida actual de Belfort no es muy distinta a lo que sugiere la película. Luego de cumplir una condena de 28 meses, pasa sus días entre su mansión en California y sus viajes por el mundo a dar charlas motivacionales. El video que las promociona tiene ahora una frase memorable del mismo DiCaprio. “Jordan es un ejemplo destacable de las cualidades transformadoras de la ambición y el trabajo arduo”. ¿Locura o será el lobo que todos llevamos dentro? La respuesta no deja de ser inquietante.

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