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SE RUEGA NO INNOVAR

Ciencia
Se Ruega No Innovar
por Andrés Gomberoff
Revista Qué Pasa, 5 de noviembre de 2009
 
Cuando se agote la fiebre de innovación,
sugiero encerrarse en el baño y contemplar el WC.
 
Su tecnología del siglo XIX aún funciona perfecto y sin modificaciones.
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La innovación está de moda.
Todos quieren innovar.
 
A veces ruego que se detengan.
Que no hagan una nueva versión
de mi procesador de texto favorito.
 
Que no modifiquen las pruebas
de ingreso a las universidades.
Que no intenten nuevas herramientas
de apoyo a las ciencias.
 
Lamentablemente
hay demasiados innovadores.
 
Demasiados "expertos" en innovación
que deben justificar sus salarios.
Demasiados políticos pregonando novedades.
 
Tenía razón Coco Chanel
cuando decía ¡Innovación!
Uno no puede estar permanentemente
innovando. Yo quiero crear clásicos".
 
Para hacer innovación significativa
es necesario amar a esos clásicos.
 
Ése es finalmente el rol principal
que lo científicos juegan en su actividad.
 
Llevar esos clásicos
como una antorcha olímpica
que ilumina sus viajes
por los oscuros pasadizos
de la ignorancia.
 
Que los fuegos de artificio
de la innovación
jamás nos distraigan
de esta importante misión.
 
Cuando la ansiedad
antiinnovadora me consume,
me encierro en el baño.
 
Ese pequeño espacio de intimidad
donde el universo se congeló en el siglo XIX.
 
Donde todo es tecnología ancestral
que no ha sido modificada en el último siglo.
 
¡Y qué bien funciona!  Sobre todo el WC.
 
Hasta que fue prohibido en 1935,
la gente en París podía arrojar
sus excrementos por las ventanas
siempre que antes gritaran
tres veces "¡Gare l'eau!".
 
Las cosas afortunadamente cambiaron.
 
El inodoro tal como lo conocemos hoy
fue creado cuatro siglos después
por el relojero escocés Alexander Cummings.
 
Él fue quien incluyó
la famosa válvula atrapa-olores:
un sifón con forma de "S"
que retiene agua en su interior,
aislándonos de las emanaciones
del alcantarillado.
 
Pequeñas mejoras se hicieron en el siglo XIX.
 
Quizás la gran obra maestra
en el arte de alejar nuestros despojos
fue un inodoro diseñado por George Jennings,
bautizado como "Vaso de Pedestal",
que ganó la Exposición Sanitaria de 1884
luego de quedar completamente limpio
con una descarga de nueve litros de agua.
 
El aparato habría sido capaz de arrastrar
"10 manzanas de 3 centímetros de diámetro,
1 esponja plana de 11 centímetros de diámetro,
residuos de plomería que había en el recipiente
y 4 trozos de papel, adheridos fuertemente
a la superficie sucia.
 
Tras el funcionamento del sifón del inodoro
está el esfuerzo mancomunado
entre las fuerzas de gravedad y la presión atmosférica.
 
El tubo de descarga hace un sinuoso recorrido:
primero baja un poco y luego sube
casi hasta la altura de la taza,
para luego volver a bajar
a las profundidades del alcantarillado.
 
Una "S" acostada.
Este diseño permitió matar
dos pájaros de un tiro.
 
Primero, estaba la idea de Cummings:
la primera curva, en forma de "U",
deja atrapada agua, manteniendo un sello
que evita emanaciones gaseosas
desde el alcantarillado.
 
Segundo, el diseño de una pieza,
sin partes móviles ni válvulas,
permite un funcionamiento higiénico
sin necesidad de mantención.
 
La descarga se efectúa
introduciendo agua el retrete,
de manera llenar de líquido la "S"
hasta que alcance el final de ésta,
suficientemente abajo
como para gatillar
el mecanismo de sifón.
 
El contenido es vaciado violentamente
con el característico sonido de succión,
y la última porción de agua, ya limpia,
queda en la "U".   Un clásico.
 
Demasiado ingenioso
como para intentar una innovación.
 
Quizás una vez al año
deberíamos decretar
el día de la no innovación.
 
Tomar a estos innovadores,
sus ideas, sus sonrisas,
y en un acto de venganza universal
meterlos en un retrete cósmico.
 
Y en nombre de Ctesibios,
Cummings y Jennings,
tirar la cadena.

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