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Cavilaciones incoherentes de un viejo en una noche de año nuevo... v 2.0‏

El cruce de ese horizonte virtual
que separa un año y otro
pasó esta vez casi inadvertido.
 
En nuestra casa, los que no salieron
parecían debatirse entre la vigilia y el sueño
y cuando estaba a punto de culminar
la cuenta regresiva, finalmente
optaron por desperezarse a medias
para dar comienzo a la ceremonia
de los abrazos y la formulación de buenos deseos.
 
Estábamos en eso, cuando se escuchó afuera
la escandalera de los primeros bombazos
con lo cual salimos todos al exterior
para contemplar el espectáculo
de los fuegos artificiales
que se desataba con gran
estruendo, brillo, colores y humo.
 
El primer comentario,
de mi señora,
no tuvo que ver con
lo que nos motivó a salir,
vale decir las luces y colores
sino las voces y los olores ,
que provenían de los asados
que se llevaban a cabo
en los jardines vecinos.
 
Aunque, obviamente,
lo que llevaba la voz cantante
en este espectáculo alquímico
-una mezcla semi secreta de oficios
y tecnologías varias, con ingredientes
de ciencia, arte y logística de precisión-
provenía de la cohetería que se disparaba
desde la zona sur de la cumbre del cerro Calán,
en Las Condes, aunque también podíamos
apreciar a la distancia el despliegue pirotécnico
desde otros sectores de la capital.
 
Desde nuestra casa ubicada en la ladera norte
del cerro Los Piques, con vista al valle de San Damián
(incluyendo la residencia presidencial
ubicada a unos doscientos metros del mirador
en que nos encontrábamos)
se observa un espectacular
encadenamiento de cerros
que va de oriente a poniente,
teniendo en primera fila
al costado norte de San Damián,
junto al río Mapocho, al cerro Alvarado
 
Con el estruendo de los fuegos de artificio
se produce un extraño eco que retorna
desde este último monte principalmente
convertido en un rumor, que produce
la sensación un tanto siniestra, como si
un tsunami devastador se estuviera acercando.
 
Contemplando el efecto
de esta milenaria artesanía china
derivada en una compleja y sofisticada
ingeniería contemporánea, en que
se ensaya, se prueba y se programa todo
para que se esparzan generosamente por el cielo
los diferentes componentes químicos
como el carbonato de estroncio o de litio (rojo),
el cloruro o sulfato de calcio (naranja),
nitrato de sodio o fluoruro de aluminio y sodio (amarillo),
cloruro de bario (verde), cloruro de cobre (azul), entre
otros compuestos, uno queda un tanto aturdido
y la mente comienza a divagar como si
estuviésemos instalados en un planetario de última generación,
dando un paseo por el universo, en el que podemos
contemplar en sucesión especie de versiones inocuas
de novas, supernovas y otros fenómenos estelares y galácticos.
 
Pero como suele ocurrir con estos eventos,
los presupuestos astronómicos son consumidos
a tasas de miles o decenas de miles dólares por minuto,
por lo que tan súbitamente como llegó,
se esfumó este derroche de estallidos eufóricos.
 
Todos volvieron al interior
sin demasiado entusiasmo
pero como suele ocurrir,
después de la sobreestimulación
de los sentidos, se requiere
un tiempo, para pasar del deslumbramiento
a la ambientación del estado normal de cosas
y en una de esas a la reflexión acerca
de lo que significa esta tradición mediática.
 
Es entonces cuando se comienzan a escuchar
los primeros compases de la música o bullanga
(según el grado de formación y apertura de espíritu
del melómano en cuestión), sandunga que opera
como invitación, con bar abierto, para el baile sin fin.
 
Abstraído en mis cavilaciones,
me olvidaba del bullicio circundante
y la vista seguía la multitud de globos
que iluminaban distintos puntos del cielo nocturno.
 
Llegué  a contabilizar hasta seis
en un determinado momento,
que se elevaban grácil y frágilmente
como las esperanzas, ilusiones y temores
con que se abren para cada cual cada nuevo año.
 
A medida que el calor de la llama
los impulsaba a continuar ascendiendo
llevados por el viento y las corrientes de aire
en distintas direcciones, simulaban
esos satélites artificiales que ocasionalmente
se divisan en el cielo nocturno, o incluso,
unos nóveles polizones incorporados a última hora
a nuestro arcaico sistema solar.
 
El frescor de la noche me invitaba
a volver al interior, cuando me percato
de algo sutil y extraño, una especie
de sombra que contrastaba débilmente
con el fondo celeste de la noche de año nuevo.
 
Algo así como una blanca palidez
descendía muy lentamente
en una especie de caída infinita,
como el paracaídas de Altazor.
 
Al mirar con mayor detención
y con unos binoculares que tenía a manos,
me percaté de que se trataba
de uno de estos globos
que ya agotado su combustible
retornaba a la superficie
desde donde había partido.
 
Como si fuera el representante
de un año que ya se comienza a olvidar,
con los sueños que no se alcanzaron a cumplir,
desapareció en silencio y casi imperceptiblemente
detrás de unos frondosos árboles vecinos...

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