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Desde el púlpito de la arrogancia,

La ANFP y la refundación

Aldo Schiappacasse 


Desde el púlpito de la arrogancia, 2010 era, 
desde la visión directiva, el año de la refundación.

Clasificados al Mundial con honores, las ventas de derechos comerciales y televisivos llegaron a cifras récord, la selección chilena volvía a ser una marca de prestigio, se "había saneado" la institucionalidad y las sociedades anónimas trajeron capitales y empresarios frescos a la industria.
Era la visión directiva, claro, que jamás fue capaz de percibir que la modernidad cacareada se construía sobre una entelequia. El éxito de Marcelo Bielsa en la Roja adulta estaba lejos de ser replicado en las selecciones menores; el campeonato -mal diseñado y mal defendido- llevó menos gente que nunca a los estadios, la violencia siguió reinando en las tribunas y ninguna de las reformas de fondo que requiere el fútbol se impulsaron decididamente.

Sordos a esa realidad, pavoneándose con orgullo en la antesala de Sudáfrica, la ANFP no tuvo reacción ante la crisis que era inminente. Cuando se dio cuenta de que la mitad exacta de los clubes estaba por el cambio, ya era tarde. Ya se había desechado la posibilidad del consenso y del diálogo cuando Jorge Segovia se impuso en las urnas impidiendo la continuidad.
Recién allí percibimos la fragilidad del fútbol chileno. Los dirigentes votaron sin leer siquiera los reglamentos, la directiva no se dio el trabajo mínimo de supervisar las listas y la Comisión Jurídica fue arrastrada por la lucha política hasta mostrar su absoluta ineficiencia. El sistema presidencialista -llevado al extremo en la actual administración- convirtió en marioneta a todo el organigrama (Tribunal de Honor y Penalidades incluido), demostrando que en el fútbol las instituciones no sirven de gran cosa.
Tan irreal y lamentable fue el panorama que Marcelo Bielsa, el día previo a la elección, fue capaz de saltar por encima de todas las normas directivas. Y el evidente conflicto de intereses que representaba tener al Presidente de la República y al subsecretario de Deportes instalados como principales accionistas del club más importante ya fue demasiado evidente, aunque nadie de la directiva de la ANFP (mucho menos su presidente) ni la mayoría de los medios de comunicación cuestionaran públicamente la situación hasta que la leche estuvo derramada. Algo así como la fábula del rey desnudo.
Pero, lo que es peor, la pretendida refundación no se manifestó en los nombres. Miguel Nasur, Miguel Bauzá, Ricardo Abumohor, Harold Mayne-Nicholls, Darío Calderón, Antonio Martínez, Alejandro Ascuí y, en general, todos los actores principales de esta comedia pertenecen al antiguo universo de la actividad, aunque varios renieguen del pasado. El único protagonista surgido de las filas de las sociedades anónimas es Jorge Segovia, quien de la adulación pasó al más feroz ataque social, mediático y xenófobo de que se tenga memoria en nuestro fútbol.
Sus socios han presenciado la masacre con fina distancia, guardándose para disputas con más jerarquía y clase, seguramente. Los viejos mastines han podido entonces reaparecer para hacer una labor eleccionaria sucia que está lejos de los principios altruistas con que se solía barnizar en los "nuevos tiempos" el ejercicio del poder.
Y, lo que es peor, con la esencia del nuevo sistema en jaque. El 164 i) impide y sanciona que los dueños de equipos puedan aportar con sus propios capitales al desarrollo de los clubes. Ni el de sus empresas ni la de sus familias. Si hubieran sido capaces de aplicarse el mismo reglamento con que aplastaron a Segovia, en los Consejos de Quilín cantarían los grillos o haríamos el festival del palo blanco. Con la hipocresía como bandera, hoy ese reglamento se transa, se negocia y se utiliza, aunque sea una daga clavada en el corazón del nuevo orden.
El año se va con grandes incertidumbres. Jamás sabremos por qué el directorio con más apoyo social y mediático que se recuerde perdió y no fue capaz de capitalizar ese apoyo. Ni las verdaderas razones que hacían tan urgente el cambio. No tenemos idea de si Bielsa se queda y, si se queda, si la nueva directiva será capaz de delinear otra vez límites claros para su accionar. Ni siquiera si las sociedades anónimas que descabezaron el proceso serán capaces alguna vez de estructurar un proyecto deportivo de esa magnitud y con ese convencimiento.
Desgraciadamente los tiempos no están para debates de gran altura, o siquiera para confrontar opiniones. Es la época de los cálculos mezquinos, la ruindad sin límites, el afán de poder desatado.
Si esto era la refundación, prefiero el infierno.

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